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viernes, 14 de febrero de 2014

LA ESPERANZA DE LAS EUROPEAS

El próximo 25 de mayo todos los electores españoles estamos llamados a votar en las urnas. El objetivo: elegir los cincuenta y cuatro eurodiputados que representarán a nuestro país en la Europa de la comunidad. Y a pesar de que este hecho democrático nunca ha suscitado nuestra especial atención  —en las anteriores elecciones de 2009 votó sólo el cuarenta y tres por ciento del electorado—,  esta vez las cosas pueden ser diferentes, porque ahora no sólo se trata de definir qué Europa queremos en un contexto de crisis económica mundial, sino de definir la capacidad del electorado español para demostrar una actitud de cambio ante el hastío general que el bipartidismo político suscita en una gran parte del pueblo español, y que es responsable, en gran medida, de la generalizada corrupción política que venimos padeciendo y de la lamentable falta de iniciativas que permitan superar con eficacia la crisis económica actual y mantener y acrecentar las políticas sociales imprescindibles para paliar el sufrimiento de todos aquellos que padecen con severidad las consecuencias de la crisis actual.

¿Y por qué digo que esta vez puede ser diferente? Pues fundamentalmente por una pura y mecánica razón: porque la normativa electoral aplicable a las elecciones europeas permite, con una razonable dosis de probabilidad, que otras fuerzas políticas al margen de las dos mayoritarias, alcancen representación parlamentaria de una forma absolutamente proporcional. Me explico:

Es bien conocido que todos los sistemas electorales producen contrastados efectos inmediatos, y bajo determinadas condiciones, pueden llegar a tener unos efectos no inmediatos sobre las élites políticas y el sistema de partidos institucional. De este modo, los que produce la normativa electoral española fueron deliberadamente buscados por las élites políticas durante el proceso de negociación de las que habrían de ser las «reglas del juego» del nuevo régimen político que se pensaba instalar.

Recordemos que la normativa electoral española consagra el principio de representación proporcional, si bien corregido por la aplicación de la fórmula electoral D´Hondt, con presentación de candidatos por los partidos políticos y/o agrupaciones electorales mediante el sistema de listas cerradas y bloqueadas. Y que ese sistema electoral ha tenido unas consecuencias insoslayables sobre el sistema de partidos nacional. Fundamentalmente la reducción de la concurrencia de partidos, favoreciendo a los grandes y consolidando un bipartidismo imperfecto que ha dejado de representar la proporcionalidad y el pluralismo del sentir político del pueblo español.

Esto ha sido posible por obra y gracia de los desvíos que produce la fórmula D´Hondt cuando se aplica sobre distritos donde se elige un número pequeño de representantes. Es decir, que el correctivo D´Hondt sólo funciona de forma proporcional en distritos donde se eligen diez o más diputados.

Y esa, precisamente, es la especial condición que adorna a las elecciones europeas en España, toda vez que la norma electoral configura una única circunscripción que abarca a todo el territorio nacional; esto es, que el voto de cada elector sirve para elegir de verdad a todos y cada uno de los cincuenta y cuatro diputados que van a representar al Estado español. Lo que posibilita, de hecho, que otras fuerzas al margen de los dos grandes partidos, incluso muy minoritarias, puedan alcanzar una representación parlamentaria que de jugar con los tradicionales distritos provinciales jamás lograrían alcanzar.

Maravillosa posibilidad, por tanto, para que el electorado pueda enviar determinados mensajes a esas élites políticas, que por acomodados en sus mayorías y listas cerradas, parecen no entender de los motivos y deseos de esa gran masa electoral, que por la perversión del sistema electoral jamás logra alcanzar su legítima representación. Pero también permite que esa otra masa electoral, la denominada «mayoría silenciosa», sí, esa que se autoproclama anclada en posicionamientos moderados, casi siempre conservadores, para que puedan expresar su disconformidad con las políticas actuales y la falta de democracia real. Y todo ello puede hacerse de cara a un escenario, el europeo, que siempre nos parecerá menos importante —aunque no lo sea—, que el propiamente nacional.

Así, pues, ilusionantes me parecen esas próximas elecciones europeas, y esperanzadora la posibilidad de que esas nuevas fuerzas —expresión política espontánea de los nuevos movimientos que han irrumpido con fuerza en el contexto social—, puedan alcanzar representación parlamentaria europea, consolidando con ello el legítimo derecho a tener proyección política, a institucionalizar un discurso joven, moderno y progresista capaz de superar la falta de imaginación de esos mastodónticos partidos mayoritarios que con su bipartidismo oficial, sus listas cerradas y su falta de democracia interna, tienen ahogado el sentir político plural del pueblo español… Porque ya está bien… ¡Hagamos posible una DEMOCRACIA REAL YA!  ¡PODEMOS, no cabe duda!  ¡El  FRENTE CÍVICO  es una mayoría! Y en estas elecciones a la Europa comunitaria lo podemos demostrar.



Mariano Velasco Lizcano

Doctor en Ciencias Políticas y Sociología

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