LA
ESPERANZA DE LAS EUROPEAS
El
próximo 25 de mayo todos los electores españoles estamos llamados a votar en
las urnas. El objetivo: elegir los cincuenta y cuatro eurodiputados que
representarán a nuestro país en la Europa de la comunidad. Y a pesar de que
este hecho democrático nunca ha suscitado nuestra especial atención —en las anteriores elecciones de 2009 votó
sólo el cuarenta y tres por ciento del electorado—, esta vez las cosas pueden ser diferentes,
porque ahora no sólo se trata de definir qué Europa queremos en un contexto de
crisis económica mundial, sino de definir la capacidad del electorado español
para demostrar una actitud de cambio ante el hastío general que el bipartidismo
político suscita en una gran parte del pueblo español, y que es responsable, en
gran medida, de la generalizada corrupción política que venimos padeciendo y de
la lamentable falta de iniciativas que permitan superar con eficacia la crisis
económica actual y mantener y acrecentar las políticas sociales imprescindibles
para paliar el sufrimiento de todos aquellos que padecen con severidad las
consecuencias de la crisis actual.
¿Y por qué digo que esta vez puede ser diferente? Pues
fundamentalmente por una pura y mecánica razón: porque la normativa electoral
aplicable a las elecciones europeas permite, con una razonable dosis de
probabilidad, que otras fuerzas políticas al margen de las dos mayoritarias,
alcancen representación parlamentaria de una forma absolutamente proporcional.
Me explico:
Es bien conocido que todos los sistemas electorales producen
contrastados efectos inmediatos, y bajo determinadas condiciones, pueden llegar
a tener unos efectos no inmediatos sobre las élites políticas y el sistema de
partidos institucional. De este modo, los que produce la normativa electoral
española fueron deliberadamente buscados por las élites políticas durante el
proceso de negociación de las que habrían de ser las «reglas del juego» del
nuevo régimen político que se pensaba instalar.
Recordemos que la normativa electoral española consagra el principio
de representación proporcional, si bien corregido por la aplicación de la
fórmula electoral D´Hondt, con presentación de candidatos por los partidos
políticos y/o agrupaciones electorales mediante el sistema de listas cerradas y
bloqueadas. Y que ese sistema electoral ha tenido unas consecuencias
insoslayables sobre el sistema de partidos nacional. Fundamentalmente la
reducción de la concurrencia de partidos, favoreciendo a los grandes y
consolidando un bipartidismo imperfecto que ha dejado de representar la proporcionalidad
y el pluralismo del sentir político del pueblo español.
Esto ha sido posible por obra y gracia de los desvíos que produce la
fórmula D´Hondt cuando se aplica sobre distritos donde se elige un número
pequeño de representantes. Es decir, que el correctivo D´Hondt sólo funciona de
forma proporcional en distritos donde se eligen diez o más diputados.
Y esa, precisamente, es la especial condición que adorna a las
elecciones europeas en España, toda vez que la norma electoral configura una
única circunscripción que abarca a todo el territorio nacional; esto es, que el
voto de cada elector sirve para elegir de verdad a todos y cada uno de los
cincuenta y cuatro diputados que van a representar al Estado español. Lo que
posibilita, de hecho, que otras fuerzas al margen de los dos grandes partidos,
incluso muy minoritarias, puedan alcanzar una representación parlamentaria que
de jugar con los tradicionales distritos provinciales jamás lograrían alcanzar.
Maravillosa posibilidad, por tanto, para que el electorado pueda
enviar determinados mensajes a esas élites políticas, que por acomodados en sus
mayorías y listas cerradas, parecen no entender de los motivos y deseos de esa
gran masa electoral, que por la perversión del sistema electoral jamás logra
alcanzar su legítima representación. Pero también permite que esa otra masa
electoral, la denominada «mayoría silenciosa», sí, esa que se autoproclama
anclada en posicionamientos moderados, casi siempre conservadores, para que
puedan expresar su disconformidad con las políticas actuales y la falta de
democracia real. Y todo ello puede hacerse de cara a un escenario, el europeo,
que siempre nos parecerá menos importante —aunque no lo sea—, que el
propiamente nacional.
Así, pues, ilusionantes me parecen esas próximas elecciones europeas,
y esperanzadora la posibilidad de que esas nuevas fuerzas —expresión política
espontánea de los nuevos movimientos que han irrumpido con fuerza en el
contexto social—, puedan alcanzar representación parlamentaria europea, consolidando
con ello el legítimo derecho a tener proyección política, a institucionalizar
un discurso joven, moderno y progresista capaz de superar la falta de
imaginación de esos mastodónticos partidos mayoritarios que con su bipartidismo
oficial, sus listas cerradas y su falta de democracia interna, tienen ahogado
el sentir político plural del pueblo español… Porque ya está bien… ¡Hagamos
posible una DEMOCRACIA REAL YA! ¡PODEMOS,
no cabe duda! ¡El FRENTE CÍVICO es una mayoría! Y en estas elecciones
a la Europa comunitaria lo podemos demostrar.
Mariano Velasco Lizcano
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
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