Hace sesenta y cinco años, el 23 de
noviembre de 1957, a las cuatro de la mañana, todas las comunicaciones interiores del
territorio de Ifni, con su capital, quedaron cortadas. A las cinco horas
cuarenta minutos, se escucharon los primeros disparos en las proximidades de
Sidi Ifni.
El Yeicht Taharir (ejército de liberación anticolonial) intentaba tomar
el polvorín a fin de entrar en la ciudad. El artillero, José Rico Castelao, en
turno de guardia en la garita de dicho almacén, fue el primer soldado español
en caer. El segundo fue un paracaidista a las órdenes del teniente, Antonio
Calvo, que comandaba la patrulla de paracaidistas que consiguió rechazar el
asalto al polvorín.
A las siete de la mañana, el Yeicht Taharir inició un ataque masivo por
la zona Norte de la ciudad, pero fueron masacrados por las fuerzas de
Tiradores de la guarnición ifneña. Así, pues, el asalto a la capital fue
rechazado con tan solo tres bajas españolas. Pero no ocurrió lo mismo con los
puestos avanzados. Muchos cayeron durante aquella madrugada; y los que no, se
encontraron cercados. La Guerra de Ifni había comenzado. Mientras; el pueblo
español descansaba o desayunaba sus churros mañaneros con café.
Y seguiría siendo así hasta prácticamente el final de la contienda, que se
logró oficialmente con la firma del Tratado de Angra de Cintra, y la cesión
del territorio ifneño, salvo su capital, al Estado marroquí. Una guerra
oficialmente no declarada que el Régimen ocultó a la población. Sin embargo,
dos centenares de muertos y casi quinientos heridos y mutilados, merecen el
póstumo recuerdo y el agradecimiento que en su día se les negó.
───♦◊♦───
Leo algunos testimonios de aquellos veteranos que estuvieron en aquella
"guerra olvidada" cuál fue la guerra de Ifni. Son testimonios patéticos y
desgarradores de unos hombres —ancianos y abuelos en la actualidad— con un
único nexo común: su baja condición social y poco o nula preparación cultural
en los precisos momentos de su recluta, algo que sin embargo no les eximió de
ir a morir por aquella Patria que, sin embargo, les había negado el elemental
derecho a una vida digna: prácticamente analfabetos, y con enormes carencias,
incluso alimenticias en muchos casos, constituían sin embargo un buen sustrato
de "carne de cañón". Y como tal fueron tratados con una prodigalidad
insensata: la sangre española pudo regar así, otra vez, el suelo marroquí.
Pero ¿para qué?, es lo único que aún cabe preguntarse, hoy, tantos años
después.
Reconozco que me estremecen estos recuerdos; que después de leer centenares de
páginas sobre aquel episodio de la historia española con el solo fin de
documentarme, estos testimonios de vida han supuesto como una letanía que me
ha desgarrado el alma: campesinos, jornaleros, gente pobre arrancadas a la
gleba, para llevarles a morir bajo el testaferro de una madre patria que,
salvo dejarles nacer para vivir sojuzgados, ninguna otra cosa había hecho por
ellos. Aunque tampoco lo hizo en el momento en que les requirió su ardor
guerrero: sin prácticamente instrucción militar, con nula preparación de
combate, pésimamente alimentados, fueron lanzados a esas montañas en tierra de
nadie a combatir con hombres que estaban en su terreno, que conocían cada
obstáculo, cada pliegue, cada falla, cada argán y cada chumbera; hombres que
luchaban con la convicción ideológica y religiosa de limpiar su suelo patrio
de extranjeros "infieles"; hombres cuya cultura nómada de nacimiento les hacía
recorrer y vivir esas montañas cada día de su vida, que amaban más la compañía
de un fusil que la de sus propios hijos. Y éste era el enemigo que nuestros
campesinos españoles tenían que combatir en la peor de las condiciones ¡Cuánta
sangre generosa e inútil derramada!
Es cierto que se ha escrito mucho sobre ellos, unas veces con más y otras con
menos acierto. Esta obra que ahora reseño, solo pretende recoger una
pincelada más de aquella epopeya; aunque dudo que pueda ser capaz de
transmitir tanto sufrimiento. Porque la distancia en el tiempo es como un
bálsamo que suaviza los hechos. Me temo, por tanto, que solo serán unas
páginas más a añadir a la literatura histórica del momento; unas páginas
incapaces de ofrecer el merecido reconocimiento que debemos a aquellos
hombres: a los que lucharon y volvieron, y a los que lucharon y no volvieron.
Sirvan, por tanto, como merecido homenaje a su esfuerzo y sacrificio,
testimonio —otro más— de un episodio oscuro que se tapó con sangre sin
pedigrí, ingenua e inocente, algo que siempre ha sido y será consustancial a
todas las guerras habidas y por haber.
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