Es posible otra forma de vivir distinta a la actual del mundo occidental: sin
prisas, sin agobios, sin adicción al ruido que nos produce el día a día, sin
permitir que la vorágine de nuestras actividades nos zarandee de uno a otro
lado. Para ello basta con seleccionar cuáles son las cosas que realmente nos
apasionan, aquellas que realmente vivimos de verdad. Nuestra vida actual
promueve que nos cueste mucho tomarnos tiempo para nosotros mismos, lo que nos
dificulta afrontar la vida con tranquilidad.
La prisa es el motor de todas nuestras acciones y envuelve nuestro día a día
acelerándolo, rindiendo culto a una velocidad que supuestamente nos hace
mejores. Pero existe la posibilidad de llevar una vida más plena y
desacelerada, consiguiendo que cada individuo pueda controlar su propio
periplo vital. Se trata de poder y saber elegir la marcha adecuada para cada
momento. Hay que correr cuando las circunstancias así lo exijan, y saber
controlar el estrés que ello genera. Pero a la vez hay que saber detenerse
para disfrutar plenamente de las condiciones de un presente prolongado.
La vida rápida es superficial, mientras que la lentitud no tiene nada que ver
con la ineficacia, sino con el equilibrio. Actuamos como si no fuera a existir
un mañana, como si los recursos naturales fueran infinitos, aunque sabemos que
no lo son. Muchos condicionantes de la vida moderna, combinados con la
velocidad, con la rapidez, nos empujan a vivir con superficialidad.
Pero si algo de positivo tuvo, y sigue teniendo la crisis del COVID 19, eso ha
sido que inesperadamente nos hizo bajar el ritmo de vida habitual —al menos en
momentos tan clave como durante el confinamiento—, demostrándonos que era
posible, que podíamos disfrutar de nuestro tiempo. También nos permitió
cuestionarnos si el ritmo de vida que llevábamos hasta ese momento era el
deseable.
Lo cierto es que nos posibilitó redescubrir que se puede vivir nuestra
trayectoria vital de forma más pausada y consciente. En suma, todo un
planteamiento para volver a cuestionarnos nuestra forma de vivir. Y esto es
una realidad, porque la pandemia, el encierro y sus secuelas, nos permitieron
disfrutar más de nuestro tiempo empleándolo en aquellas cosas que nos eran
realmente significativas.
En nuestro modo de vida occidental priorizamos el trabajo sobre el resto de
las cosas; mantenemos un consumismo desatado que nos hace vivir a la carrera
impidiendo detenernos a pensar las cosas que realmente son importantes para
nosotros. En esas condiciones no podemos disfrutar plenamente de nuestro
tiempo en el sentido más profundo. Y deberíamos recordar que nuestro tiempo de
vida es lo único que realmente se nos ha dado.
Elegir la lentitud no se refiere, o al menos, no únicamente, a hacer lo mismo
que hacemos, pero más despacio. Significa, básicamente, tomar conciencia del
ahora, concentrándonos en apreciar lo que hacemos en cada momento, sin
interferencias de pensamientos de nuestro pasado y de lo que haremos en el
futuro.
Deberíamos volver a recuperar el deseo de conectar con las personas que nos
rodean, con la comunidad en la que vivimos y desarrollamos nuestra vida;
valorar las relaciones y velar porque el impacto de nuestra vida con el resto
de nuestra comunidad fuera positivo.
Tendríamos que aprender a evitar o disminuir el consumismo. Lo material
raramente es lo más importante. Eso se aprende cuando nos sorprende la
desgracia o la enfermedad. Debemos ser consumidores conscientes, conocer qué
cosas son las que verdaderamente necesitamos, y deshacernos del deseo de tener
aquello que no necesitamos. Las redes sociales son unas grandes creadoras de
necesidades superfluas. Saber desconectar de ellas utilizándolas el tiempo
preciso, sin vivir enganchados; aprendiendo a dosificar el uso que damos a
nuestros dispositivos, es asunto crucial para apreciar el efecto benefactor de
la lentitud en la vida. Disfrutemos del silencio; amemos conseguir menores
niveles de ruido. Seamos ordenados en nuestra vida; trabajemos para vivir,
hagamos todo lo que podamos por nosotros mismos, aprendamos, en suma, a ser
felices.
Algo que puede ser facilitado y surgir como consecuencia del solo hecho de
elegir y saber llevar una vida más lenta.
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