COLORES Y SILENCIOS
Es una constante del pensamiento
clásico dividir la vida en tres tiempos: lo que ha sido, lo que es y lo que ha
de ser. De ellos, el tiempo actual, el que vivimos en cada momento, es el más
breve; porque inmediatamente deja de ser, para convertirse en lo que ha sido
ya. Por otro lado el que vamos a recorrer es siempre dudoso e incierto. De modo
que sólo es cierto el que ha sido; un tiempo inamovible que ya no se encuentra
bajo el arbitrio de lo que ha de ser o será. De modo que, siguiendo este
argumento, recordar el tiempo pasado nunca será un ejercicio banal, pues en él
se encuentran implícitas todas aquellas lecciones —magistrales o no— que la
vida nos enseñó, conformándonos hasta hacernos llegar a ser aquello que somos
en el momento actual.
Así, pues, tener tiempo libre
para volver la mirada al pasado se configura como una virtud propia de almas
serenas —en términos actuales— que aspiran a un aprendizaje permanente dentro
de un espíritu de superación.
Es cierto que nadie vuelve con
gusto su mirada hacia el pasado; que es demasiado molesta la carga de aceptar
cuánto nos equivocamos o con cuánta vanidad, soberbia y avaricia actuamos. Por
eso son muchas las ocasiones en que tememos a nuestra memoria. Sin embargo
todos aquellos momentos del tiempo pasado, por su intocable presencia, son los
únicos que pueden ser examinados y juzgados, convirtiéndose en una fuente
innata de aprendizaje y elevación: por tanto, es propio de mentes seguras recorrer el
pasado.
Y eso es lo que propone «Colores
y silencios»: analizar el pasado de aquella generación que debió vivir el final
de una etapa caracterizada por su autoritarismo, y hacer además una transición
política hacia el modelo de sociedad que consideró más libre y mejor.
Así, pues, este libro está
dirigido especialmente a esa «generación puente» que tuvo que convivir con el
intenso rigor de cumplir lo que ordenaban los cánones, y hacerlo, además, con
las enormes limitaciones que imponía vivir en un ambiente humilde y rural, pero
que supo hacerlo con dignidad y espíritu de superación.
Aunque «Colores y silencios» también
aspira a algo más: desea servir como elemento de comparación a esa posterior
generación que por una u otra razón, tan difícil está encontrando la mera
cuestión de ocupar el lugar que le corresponde en el contexto del nuevo modelo
de sociedad que, con los aciertos y errores pasados, logramos forjar. Elemento
de análisis, pues, también para ellos; páginas de contraste que quieren ayudar
a pensar. Difícil aspiración, aunque esperanzadora es la ilusión.
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