COLORES Y
SILENCIOS
Hace muchos años que sentí en mí esa emocionante llamada de la pasión de
escribir. Porque eso es exactamente lo que se llega a sentir cuando se toma una
pluma en la mano: un sentimiento duro y conmovedor, terrible en su momento
inicial al enfrentarse ante una hoja en blanco. Porque entonces uno sabe que
tiene por delante el reto de escribir aquello que desea contar, pero no sabe
como lo va a hacer, ni tan siquiera, en muchos casos, cómo va a comenzar ¡Dios,
que vacíos se ven entonces los folios, como helados páramos infecundos y
yertos!
Pero luego te pones a ello, y ya las primeras letras van surgiendo
fecundando ese papel. Y así la calma va llegando, y el terror inicial deja paso
al placer de saberte haciendo literatura —buena o mala, que eso lo mismo da—,
para que al final, cuando todo se ha acabado, encontrar que pasaron las horas
sin apenas darte cuenta, y que el resultado es como un pequeño parto que te
llena de ilusión ¿Es o no, escribir, una cuestión pasional?
Por eso, cuando un escritor —por muy novel que sea— ve una nueva obra en
la calle; cuando sale de la imprenta y observa su portada; cuando abre y
acaricia sus páginas y percibe ese olor a tinta aún fresca, siente que un
estremecimiento, mezcla de extrañeza y admiración, recorre su cuerpo. Porque
ahora sí, ahora ese texto que ya es material, habrá convertido en ficción
literaria todo lo que dice su interior. Entonces nada importa si los hechos
narrados son reales o pura ficción, si los personajes existieron, existen o no;
porque ya todo ha trascendido de la realidad convirtiéndose en materia
literaria, alimento sentimental para cada lector que lo disfrutará de una forma
única e individual.
Y escribo esto, porque en breves líneas esboza el camino recorrido hasta ver
mi nuevo libro: «Colores y Silencios», convertido en realidad. Un libro que
nació en mi mente hace muchos años, pero que ha tardado casi una eternidad en ser
materia concreta. Y todo ello en base a que siempre pensé que recordar el
tiempo pasado nunca sería un ejercicio banal, porque en él se encuentran
implícitas todas aquellas lecciones —magistrales o no— que la vida nos enseñó,
conformándonos con ello hasta hacernos ser como somos en el momento actual.
¡Sí! Yo pensé que estaría bien
escribir de las cosas que nos ocurrieron a aquellos que formamos parte de esa
generación «puente» que sufrió el rigor
de tener que hacer lo que ordenaban los cánones; que tuvimos que realizar una
transición política sin conocer el oficio y sin vocación; y todo en aras de
lograr un modelo de sociedad libre y mejor. Todos ellos, repito, pese a todo y
con nuestras carencias, aciertos y errores, fuimos los que forjamos este modelo
político y social que hoy tanto necesita cambiar: ¡Cambiar para mejorar!
Y así, escribiendo las «historias de vida» de unos, para mí, entrañables
personajes —¿Realidad? ¿Ficción?— fui pergeñando las páginas de un texto que
procuró ser reflejo fiel de la cronología y los hechos que ocurrieron en la
realidad, de la percepción que de ellos tuvimos, y del influjo y respuesta que
nos causaron en particular. Y todo ello, imbricado y atenazado por los
condicionantes de las propias vivencias, aquellas que dimanaban del mísero y
peculiar contexto que nos envolvía: ciñéndolo, impregnándolo todo como un denso
sudario de atraso y mediocridad.
Evidentemente los hechos narrados no son exhaustivos. Tampoco lo pretenden.
Pero con todo, sí que creo que constituyen un reflejo fiel de aquel tiempo
pasado, de aquella sociedad humilde y rural, y de aquellas gentes que, pese a
todas las penurias, lucharon con la esperanza y la ilusión de poderlas superar,
de que habría un futuro mejor, y de que serían ellas mismas, anónimos
protagonistas, los que lo tendrían que forjar.
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