A MODO DE INTRODUCCIÓN
Me pregunto la razón —si es que es posible calificarla así— de escribir estos
recuerdos. ¿Acaso entiendo que pueden tener algo de interés? ¿No será un mero
ejercicio de vanidad? ¿Por qué interpreto que esta especie de "memorias" ha de
interesar a los demás?
Y tengo que contestarme que no lo sé. De modo que la duda permite aflorar como
una especie de vergonzoso rubor que me induce a desistir del intento; lo que
me lleva a abandonar los folios una y otra vez. Pero luego retorno a ellos, no
sé por qué, aunque me gustaría mucho conocer la razón.
Colores y Silencios (II). Memorias de la Transición. |
Ante un dilema semejante, Azorín manifestaba: "Yo quiero evocar mi vida […] y
dudo ante las cuartillas de si un pobre hombre como yo […] debe estampar en el
papel los minúsculos acontecimientos de su vida prosaica…". Pero pese a todo,
con dudas o no, decidió escribir aquellas Confesiones de un pequeño filósofo,
pasajes autobiográficos de infancia y adolescencia que concretó tomando de
entre sus recuerdos notas vivaces e inconexas con las que "…pintaré mejor mi
carácter, que no con una seca y odiosa ringla de fechas y títulos".
Sin embargo, a diferencia de Azorín, yo no quiero evocar mi vida, pero sí una
época y la forma de vivirla de los que, por una u otra razón, nos encontramos
en el momento de aquellos hechos anclados y postergados por nuestra
permanencia en un medio atrasado; en realidad la mayoría de los jóvenes de la
España rural.
Aún encuentro a muchos de ellos, por supuesto hombres más que maduros hoy, que
continúan sin apenas conocer la Transición, que siguen sin saber por qué la
hicimos y qué fue lo que significó.
Para ellos escribo, pero también lo hago para esos jóvenes que ya apuntan años
y que son los que constituyen la generación que nos sucedió. Porque ignoran
tanto como nosotros ignorábamos entonces, pero con un agravante, ignoran por
puro desinterés. Y ello les está pasando una factura colosal: el retroceso
generalizado en los valores democráticos y el desmantelamiento progresivo del
"Estado del Bienestar", una situación que los aboca a unas condiciones
sociales y laborales que ya se acercan peligrosamente a las que vivimos
nosotros en nuestro tiempo anterior.
Puede que este hecho constituya la adecuada razón que justifique el empeño por
rememorar esta época. Aunque si esto no fuera así, quizá baste el hecho de
querer testimoniar sobre aquel tiempo que a muchos de nosotros simplemente
"nos pasó" sin darnos la oportunidad de participar en ellos: de participar en
ellos políticamente, claro está.
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Me encuentro atormentado porque el trabajo va mal. Siento hallarme como en un
punto muerto en el que ya no sé lo que escribir. Y me martirizo, y me araño
porque percibo que a la obra le cuesta arrancar.
Quizá debería recordar aquello que reflexionaba Flaubert en aquellas ocasiones
en las que tanto le costaba escribir "¡Qué remo tan pesado es una pluma, y qué
corriente más impenetrable es la idea cuando hay que surcarla y abrirse
camino!".
Por eso escribo poco. A cambio leo mucho. Busco en libros y hemerotecas esa
ayuda, esa fuente de inspiración que me permita continuar. Pero ando como
perdido, picoteando acá y allá. No pienso en que a veces es cosa buena
extraviarse, iniciar trabajos literarios que puede parecer que no conducen a
nada y que por eso se abandonan en la esperanza de que algún día se volverán a
retomar. Mientras, cuando la inspiración parece agotarse, me dedico a escribir
cuadernos de notas o quizá diarios íntimos que muchas veces resultan más
iluminadores que mis más satisfactorias obras y que como poco me sirven para
vivir. Porque vive quien pasa su tiempo de la mejor manera, convirtiéndose en
el tiempo mismo que fluye con él, y con él se pierde, cualquier día y para
siempre... Después, en uno de esos días, de ese tiempo perdido, retomas aquel
trabajo olvidado y sigues con él.
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Hace ya más de cuarenta años que ocurrió: Franco había muerto. Y con ello para
los españoles comenzó el periplo de formación hacia la libertad democrática,
un camino que abarcó el proceso de modernización junto al despegue y
consolidación de las clases medias y su protagonismo en el devenir político e
histórico de este país después de más de treinta y seis años de alienación.
Proceso que duró hasta que al fin, con la firma de adhesión al tratado de la
Comunidad Económica Europea, se consiguió la total y anhelada normalización de
la última historia política de este país. Un camino hacia las libertades no
exento de luces y sombras, desde luego, porque no todos lo vivimos de la misma
forma y con la misma intensidad.
Quizá por eso hace tiempo que pensé que estaría bien escribir para rememorar
aquellas vivencias; que sería bueno dejar ese testimonio (aun siendo subjetivo
y parcial) para conocimiento de esa generación que nos sucedió y que por haber
vivido siempre en un ambiente de libertades democráticas, quizá haya llegado a
pensar que todo esto es algo natural, consustancial, algo que no hay que
esforzarse por mantener y enriquecer porque es innato en su sentido más
esencial.
Pero los que vivimos aquellos tiempos, los que tuvimos que hacer lo que
después se denominó "la Transición" y hacerlo además sin conocer el oficio,
sólo con el ánimo de alcanzar libertades tan obvias y elementales como el
derecho de votar para elegir a nuestros representantes políticos, sabemos que
no es verdad, que los derechos y libertades no son prebendas caídas del cielo,
y que cuesta mucho trabajo aceptarlas, mantenerlas y saberlas conservar.
De modo que en esa convicción decidí dar continuidad a aquella primera obra:
Colores y silencios, que escribiera como memoria y crónicas de infancia y
juventud sobre la vida en un pueblo rural. Y así pergeñé
Colores y silencios II – Memorias de la Transición.
Supongo que escribo estos recuerdos en la convicción de que nunca partimos de
cero, de que nuestra mentalidad se ha forjado en base a la cultura tradicional
que recibimos. Por eso hay que tratar de reconocernos con todo eso. Si
conocemos nuestra herencia podremos determinar lo que no nos gusta, y advertir
a las generaciones venideras para que puedan rectificar. Tradición no
significa repetir, significa adaptar. Y hoy más que nunca vuelve a ser
necesario recordar aquello que elegimos: una ética cívica según la cual la
libertad es un valor superior; que es preferible la igualdad a la desigualdad,
la solidaridad al desprecio, el respeto a la intolerancia; que la protección
de los derechos humanos es un deber. Porque hoy parece que ya no hay valores
en una gran parte de la sociedad: el particularismo, el afán de beneficio, el
consumismo, la falta de sensibilidad ante los más desfavorecidos campean por
sus respetos anulando aquellos valores que un día nos quisimos dar. Pero no es
cierto; siempre habrá valores, siempre podremos elegir unas opciones sobre
otras, y siempre podremos recuperar esa moral cívica que dio vida a un modo de
convivencia ejemplar. A la fin, y si nos hemos desviado, todo es cuestión de
volverla a cultivar.
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Bien, parece que al fin esta nueva obra está a punto de concluir. Y con ello
todos los miedos se acrecientan ¿Encierra algún interés? ¿Tendrá alguna
utilidad? Preguntas sin respuesta porque ha de ser el público a posteriori
quien ha de juzgar esta cuestión. Pero no puedo evitar la zozobra que me
plantea la duda. Aunque sí puedo asegurar que quizá sea una de las obras que
más me ha costado escribir. Demasiadas connotaciones autobiográficas que se
resistían a quedar plasmadas sobre el papel. Al final, desechadas las más de
ellas, las que figuran pretenden apoyar la cronología de los hechos reales y
de percepción desde la mentalidad de los que tuvimos que vivirlos desde ese
mundo rural, siempre periférico y alejado de los centros políticos, económicos
y administrativos que constituyen el poder.
Aunque no por eso dejarían de condicionar nuestras vidas. Quizá, al contrario,
la condicionarían de forma absoluta y total. Y contra ello poco o nada cabe
hacer. Quizá tan solo analizar y sacar conclusiones algún tiempo después con
el fin de aprender, evitar cometer los mismos errores y rectificar.
Ojalá que este Colores y silencios II – Crónicas de la Transición pudiera incidir en
este sentido. Sería el mejor colofón.
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EPÍLOGO
Al fin este trabajo ha podido ver concluidas sus páginas. Y lo hace en un
tiempo narrativo que coincidiría con el inicio de los años 90 del pasado
siglo, justo en los momentos de la caída del Muro de Berlín; y con él, la de
los regímenes occidentales del socialismo real. No es, por tanto, arbitrario
este final, sino deliberadamente escogido por entender este autor que en lo
político supone el final de una época y el inicio de otra con la unión total
del mundo occidental.
En España, además, superados los escollos inmovilistas y reaccionarios, y
consumada la alternancia con las sucesivas victorias del PSOE, la democracia
podía considerarse como totalmente instaurada y por tanto la Transición podía
darse por concluida.
Y como ese y no otro fuera el objetivo de escribir estas páginas —narrar una
percepción subjetiva de los hechos, pero desde un ambiente rural—, carecía de
sentido el intentar prolongarlas más. Por otro lado, el inicio de los años 90
ya fue narrado por este autor en su Diario de un ecologista, de modo que
tampoco era cuestión de añadir otras páginas a lo que, con mayor o menor
acierto, ya se narró.
Pero llegado el momento de poner punto y final, las dudas vuelven a surgir si
cabe con mayor intensidad. El inevitable sesgo personal y autobiográfico
incide en esa dirección. Por eso debo recordar aquellas intenciones que
escribiera en el "A modo de prólogo" para recordar que no he pretendido
relatar mi vida —demasiado banal—, sino la de una época y la forma en que
pudimos vivirla los jóvenes de aquella generación, muchachos que apenas habían
salido fuera de los pueblos que constituían su hábitat, siempre muy alejados
políticamente del corazón social de los grandes centros donde actuaba el
poder. Así que como no tenía mejor ejemplo que el de mi propia persona y el de
la experiencia que hoy, cuarenta años después, he podido acumular, pues esa y
no otra es la peculiar y subjetiva historia que he podido narrar.
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