COLORES Y SILENCIOS (II): MEMORIAS DE LA TRANSICIÓN - Momentos para discrepar

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domingo, 7 de enero de 2018

COLORES Y SILENCIOS (II): MEMORIAS DE LA TRANSICIÓN

A MODO DE INTRODUCCIÓN 

Me pregunto la razón —si es que es posible calificarla así— de escribir estos recuerdos. ¿Acaso entiendo que pueden tener algo de interés? ¿No será un mero ejercicio de vanidad? ¿Por qué interpreto que esta especie de "memorias" ha de interesar a los demás?
Y tengo que contestarme que no lo sé. De modo que la duda permite aflorar como una especie de vergonzoso rubor que me induce a desistir del intento; lo que me lleva a abandonar los folios una y otra vez. Pero luego retorno a ellos, no sé por qué, aunque me gustaría mucho conocer la razón.
Colores y Silencios (II). Memorias de la Transición.
Colores y Silencios (II). Memorias de la Transición.
Ante un dilema semejante, Azorín manifestaba: "Yo quiero evocar mi vida […] y dudo ante las cuartillas de si un pobre hombre como yo […] debe estampar en el papel los minúsculos acontecimientos de su vida prosaica…". Pero pese a todo, con dudas o no, decidió escribir aquellas Confesiones de un pequeño filósofo, pasajes autobiográficos de infancia y adolescencia que concretó tomando de entre sus recuerdos notas vivaces e inconexas con las que "…pintaré mejor mi carácter, que no con una seca y odiosa ringla de fechas y títulos".
Sin embargo, a diferencia de Azorín, yo no quiero evocar mi vida, pero sí una época y la forma de vivirla de los que, por una u otra razón, nos encontramos en el momento de aquellos hechos anclados y postergados por nuestra permanencia en un medio atrasado; en realidad la mayoría de los jóvenes de la España rural.
Aún encuentro a muchos de ellos, por supuesto hombres más que maduros hoy, que continúan sin apenas conocer la Transición, que siguen sin saber por qué la hicimos y qué fue lo que significó.
Para ellos escribo, pero también lo hago para esos jóvenes que ya apuntan años y que son los que constituyen la generación que nos sucedió. Porque ignoran tanto como nosotros ignorábamos entonces, pero con un agravante, ignoran por puro desinterés. Y ello les está pasando una factura colosal: el retroceso generalizado en los valores democráticos y el desmantelamiento progresivo del "Estado del Bienestar", una situación que los aboca a unas condiciones sociales y laborales que ya se acercan peligrosamente a las que vivimos nosotros en nuestro tiempo anterior.
Puede que este hecho constituya la adecuada razón que justifique el empeño por rememorar esta época. Aunque si esto no fuera así, quizá baste el hecho de querer testimoniar sobre aquel tiempo que a muchos de nosotros simplemente "nos pasó" sin darnos la oportunidad de participar en ellos: de participar en ellos políticamente, claro está.
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Me encuentro atormentado porque el trabajo va mal. Siento hallarme como en un punto muerto en el que ya no sé lo que escribir. Y me martirizo, y me araño porque percibo que a la obra le cuesta arrancar.
Quizá debería recordar aquello que reflexionaba Flaubert en aquellas ocasiones en las que tanto le costaba escribir "¡Qué remo tan pesado es una pluma, y qué corriente más impenetrable es la idea cuando hay que surcarla y abrirse camino!".
Por eso escribo poco. A cambio leo mucho. Busco en libros y hemerotecas esa ayuda, esa fuente de inspiración que me permita continuar. Pero ando como perdido, picoteando acá y allá. No pienso en que a veces es cosa buena extraviarse, iniciar trabajos literarios que puede parecer que no conducen a nada y que por eso se abandonan en la esperanza de que algún día se volverán a retomar. Mientras, cuando la inspiración parece agotarse, me dedico a escribir cuadernos de notas o quizá diarios íntimos que muchas veces resultan más iluminadores que mis más satisfactorias obras y que como poco me sirven para vivir. Porque vive quien pasa su tiempo de la mejor manera, convirtiéndose en el tiempo mismo que fluye con él, y con él se pierde, cualquier día y para siempre... Después, en uno de esos días, de ese tiempo perdido, retomas aquel trabajo olvidado y sigues con él.
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Hace ya más de cuarenta años que ocurrió: Franco había muerto. Y con ello para los españoles comenzó el periplo de formación hacia la libertad democrática, un camino que abarcó el proceso de modernización junto al despegue y consolidación de las clases medias y su protagonismo en el devenir político e histórico de este país después de más de treinta y seis años de alienación. Proceso que duró hasta que al fin, con la firma de adhesión al tratado de la Comunidad Económica Europea, se consiguió la total y anhelada normalización de la última historia política de este país. Un camino hacia las libertades no exento de luces y sombras, desde luego, porque no todos lo vivimos de la misma forma y con la misma intensidad.
Quizá por eso hace tiempo que pensé que estaría bien escribir para rememorar aquellas vivencias; que sería bueno dejar ese testimonio (aun siendo subjetivo y parcial) para conocimiento de esa generación que nos sucedió y que por haber vivido siempre en un ambiente de libertades democráticas, quizá haya llegado a pensar que todo esto es algo natural, consustancial, algo que no hay que esforzarse por mantener y enriquecer porque es innato en su sentido más esencial.
Pero los que vivimos aquellos tiempos, los que tuvimos que hacer lo que después se denominó "la Transición" y hacerlo además sin conocer el oficio, sólo con el ánimo de alcanzar libertades tan obvias y elementales como el derecho de votar para elegir a nuestros representantes políticos, sabemos que no es verdad, que los derechos y libertades no son prebendas caídas del cielo, y que cuesta mucho trabajo aceptarlas, mantenerlas y saberlas conservar.
De modo que en esa convicción decidí dar continuidad a aquella primera obra: Colores y silencios, que escribiera como memoria y crónicas de infancia y juventud sobre la vida en un pueblo rural. Y así pergeñé Colores y silencios II – Memorias de la Transición.
Supongo que escribo estos recuerdos en la convicción de que nunca partimos de cero, de que nuestra mentalidad se ha forjado en base a la cultura tradicional que recibimos. Por eso hay que tratar de reconocernos con todo eso. Si conocemos nuestra herencia podremos determinar lo que no nos gusta, y advertir a las generaciones venideras para que puedan rectificar. Tradición no significa repetir, significa adaptar. Y hoy más que nunca vuelve a ser necesario recordar aquello que elegimos: una ética cívica según la cual la libertad es un valor superior; que es preferible la igualdad a la desigualdad, la solidaridad al desprecio, el respeto a la intolerancia; que la protección de los derechos humanos es un deber. Porque hoy parece que ya no hay valores en una gran parte de la sociedad: el particularismo, el afán de beneficio, el consumismo, la falta de sensibilidad ante los más desfavorecidos campean por sus respetos anulando aquellos valores que un día nos quisimos dar. Pero no es cierto; siempre habrá valores, siempre podremos elegir unas opciones sobre otras, y siempre podremos recuperar esa moral cívica que dio vida a un modo de convivencia ejemplar. A la fin, y si nos hemos desviado, todo es cuestión de volverla a cultivar.
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Bien, parece que al fin esta nueva obra está a punto de concluir. Y con ello todos los miedos se acrecientan ¿Encierra algún interés? ¿Tendrá alguna utilidad? Preguntas sin respuesta porque ha de ser el público a posteriori quien ha de juzgar esta cuestión. Pero no puedo evitar la zozobra que me plantea la duda. Aunque sí puedo asegurar que quizá sea una de las obras que más me ha costado escribir. Demasiadas connotaciones autobiográficas que se resistían a quedar plasmadas sobre el papel. Al final, desechadas las más de ellas, las que figuran pretenden apoyar la cronología de los hechos reales y de percepción desde la mentalidad de los que tuvimos que vivirlos desde ese mundo rural, siempre periférico y alejado de los centros políticos, económicos y administrativos que constituyen el poder.
Aunque no por eso dejarían de condicionar nuestras vidas. Quizá, al contrario, la condicionarían de forma absoluta y total. Y contra ello poco o nada cabe hacer. Quizá tan solo analizar y sacar conclusiones algún tiempo después con el fin de aprender, evitar cometer los mismos errores y rectificar.
Ojalá que este Colores y silencios II – Crónicas de la Transición pudiera incidir en este sentido. Sería el mejor colofón.

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EPÍLOGO

Al fin este trabajo ha podido ver concluidas sus páginas. Y lo hace en un tiempo narrativo que coincidiría con el inicio de los años 90 del pasado siglo, justo en los momentos de la caída del Muro de Berlín; y con él, la de los regímenes occidentales del socialismo real. No es, por tanto, arbitrario este final, sino deliberadamente escogido por entender este autor que en lo político supone el final de una época y el inicio de otra con la unión total del mundo occidental.
En España, además, superados los escollos inmovilistas y reaccionarios, y consumada la alternancia con las sucesivas victorias del PSOE, la democracia podía considerarse como totalmente instaurada y por tanto la Transición podía darse por concluida.
Y como ese y no otro fuera el objetivo de escribir estas páginas —narrar una percepción subjetiva de los hechos, pero desde un ambiente rural—, carecía de sentido el intentar prolongarlas más. Por otro lado, el inicio de los años 90 ya fue narrado por este autor en su Diario de un ecologista, de modo que tampoco era cuestión de añadir otras páginas a lo que, con mayor o menor acierto, ya se narró.
Pero llegado el momento de poner punto y final, las dudas vuelven a surgir si cabe con mayor intensidad. El inevitable sesgo personal y autobiográfico incide en esa dirección. Por eso debo recordar aquellas intenciones que escribiera en el "A modo de prólogo" para recordar que no he pretendido relatar mi vida —demasiado banal—, sino la de una época y la forma en que pudimos vivirla los jóvenes de aquella generación, muchachos que apenas habían salido fuera de los pueblos que constituían su hábitat, siempre muy alejados políticamente del corazón social de los grandes centros donde actuaba el poder. Así que como no tenía mejor ejemplo que el de mi propia persona y el de la experiencia que hoy, cuarenta años después, he podido acumular, pues esa y no otra es la peculiar y subjetiva historia que he podido narrar.

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