POR TIERRAS DE ESPAÑA Y PORTUGAL - Momentos para discrepar

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lunes, 15 de mayo de 2017

POR TIERRAS DE ESPAÑA Y PORTUGAL

Creo que viajar es una de las mejores cosas que nos puede suceder, porque quizá constituya una de las formas más gratas de aprender. Desdicha, por tanto, podría ser no haber tenido o no tener la oportunidad de viajar. Algo que nos ocurrió a una gran parte de esa generación de postguerra que nacimos y vivimos en pueblos anclados en el medio rural.
POR TIERRAS DE ESPAÑA Y PORTUGAL
Serie: "Desde La Mancha a cualquier lugar" (I)
Difícil, pues, aquella infancia y adolescencia. Las carencias eran sublimes, faltaba casi todo, y aunque no recuerde haber pasado hambre en su sentido literal de carecer de alimentos básicos que comer, siempre recordaré la permanente “hambre” de poder disponer de algún pequeño capricho, de algún pequeño lujo, a fin de cuentas, la permanente “hambre” por querer mejorar. Algo que en el pueblo era casi imposible de lograr. Por eso, al final, todos tuvimos que salir, marcharnos de allí: unos para trabajar, otros, los menos para estudiar, y al final, los que quedaron, porque tuvieron que cumplir el servicio militar. Y ese fue el modo en que para nosotros surgió aquello de viajar: a la gran urbe, alojados en residencias, pensiones o cuarteles, nuestros ojos se abrieron como platos al descubrir el nuevo mundo que suponía la ciudad.
Luego pasaron los años, cambiaron los aconteceres y algunos pudimos regresar. Para entonces nuestra apreciación había cambiado hasta comprender que uno llevaba su tierra grabada en la masa de la sangre, y que nada, ningún otro sitio, ningún otro paisaje, podía hablar con mayor claridad: en las verdes campiñas, en las elevadas montañas, en los floreados valles, en las playas y puertos junto al mar, en las calles de muy bellas ciudades, siempre sentí la nostalgia de la árida tierra en que nací. Y ese recuerdo oscurecía como un nubarrón la alegría de sentirme allí, observando, comparando, enriqueciéndome. Y es que esta tierra en la que vivo y nací es como un libro abierto en el que leo con placer. Por donde lo abro, allá está la fuente con toda la información, cuando me cansa la lectura y lo cierro dejándolo a un lado, allí permanece esperándome con paciencia, dispuesto siempre a mostrarme con sus evocaciones y aromas aquella esencia de mi ser. Y sueño, aún estando despierto, con aquella vida pobre que es un placer recordar. Eso es lo que me ofrece la tierra, eso es lo que me da el terreno. Pero no por ello, cuando salgo, dejo de disfrutar de aquellos contrastes de los azules o grises cielos con los verdes y marrones de las pequeñas lomas, de los ralos pinares o las transparencias de los pequeños riachuelos, de los amarillos de las nacientes siembras, de las diferentes temperaturas, los diferentes ambientes, las diferentes costumbres, en resumen, de todo aquello que se me muestra como nuevo por el sólo hecho de viajar.
Y me encanta disponer de este tiempo que dedico para mí, para poder escribir de las cosas que observo. Porque soy consciente de carecer de la suficiente imaginación como para ponerme a inventar. Por eso tengo que escribir de aquello que percibo y veo. Y aunque alguien dijo que la realidad supera mil veces a la imaginación, a mí me gustaría poder inventar. Pero no, no es así como me ocurre. Yo tengo que observar para escribir; describir paisajes, historias y sentimientos… Esa es mi forma de narrar, esa es mi forma de sentir.
Flaubert decía “… no tengo imaginación, lo que escribo es penoso, esforzado, arrancado con dolor… y en muchos casos es plagio de esa falta de imaginación ¿A dónde conducirá esta actitud?”. Pero yo creo que no hay que mortificarse, que se ha de escribir como uno puede y sabe. Y si puedes narrar, describir aquellos sitios a los que viajas constituirá no sólo una posibilidad, sino que también será la aportación debida, la que uno está obligado a dejar.
Y así surgió esta idea, estas crónicas de viajes que en un principio quise titular “Por tierras de España y Portugal”, pero que luego, cuando me puse a ello, descubrí que le faltaba algo, que tenía que decir más. Porque en ellas iba a relatar experiencias de viajes, pero se trataba de experiencias contrastadas con mi tierra original, que aunque pobre y rural, no por ello era menos amada por mí. Porque en ella tengo la base de mi vida, el legado recibido, la hacienda que me hizo enraizar. Ella es la tierra de los desvelos, de los trabajos, de las penas y alegrías. Porque al igual que las plantas que han de tomar el agua de los suelos secos echan larga raíz, y aunque se las quiera arrancar no se sueltan así como así, pues eso mismo me pasa a mí, que aunque viaje lo hago desde aquí, desde la Mancha, con ella a cuestas como si fuese una segunda piel que me procura la inevitable consecuencia de tener que rememorar, comparar, discernir…
Así que estas crónicas no tendrían un total sentido si no quedara explícito que nacen desde este lugar de La Mancha de cuyo nombre "no me quiero olvidar" a diferencia del escritor universal. Es por eso que a este pequeño opúsculo he decidido llamarlo así: Del centro a la periferia: por tierras de España y Portugal. Y dicho esto, ahora sí, ahora hemos logrado expresar lo que en su conjunto trataremos de escribir.

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