Durante el largo proceso de mi aprendizaje escritor —proceso que continúa y
continuará por el resto de mis días—, una de las mejores lecciones la obtuve
del que fuera mi director de tesis, doctor Santos Juliá, que en referencia a
la misma me recomendó: “Piensa los hechos políticamente, pero no elabores
ninguna utopía”. Y le hice caso. Desde entonces he analizado la historia en
perspectiva política; nunca ideológica. Lo que me ha ocasionado múltiples
desencuentros con muchos de mis lectores, con respecto a mis obras, que solo
han sabido interpretarlas desde una especie de sesgo ideológico que, desde
luego, no tenían en la intención del autor.
Pero es que, además, de aquellos tiempos y de aquellos estudios, me quedó,
grabado como a fuego, un inmenso interés por la Grecia clásica, y una profunda
admiración por su cultura política y literaria que, desde entonces, me ha
hecho seguir leyendo a sus clásicos, aunque, eso sí, espaciadamente a lo largo
del tiempo. Y entre ellos, con especial fervor, a los maestros estoicos que
hoy tienen sus fervientes seguidores en la corriente anglosajona del
estoicismo moderno.
De modo que siempre he tenido claro que algún día escribiría una novela
centrada en aquel periodo que tanto me fascina. Lo que no podía prever es que
se demoraría tanto tiempo dentro de mi hacer.
El hoplita es, al fin, aquella novela que tenía pendiente, y
debo decir, para mi propia sorpresa, que me ha resultado una obra fácil de
escribir. Por las ganas que tenía de hacerlo, por el importante conocimiento
acumulado sobre el contexto, y porque al cabo, después de la larga serie de
“España en guerra”, con siete títulos en su haber, algo se aprende sobre cómo
tratar los temas, y sobre todo en qué cosas no se debe volver a caer.
Y algo que he aprendido bien, es la diferencia entre escribir historia
novelada, y novela histórica. Y una novela histórica al respecto era lo que yo
quería hacer.
La trama, por tanto, es una ficción literaria que ha ido surgiendo a medida
que avanzaban sus páginas y los personajes asumían sus roles. Así que el
resultado final ha sido muy distinto al que en principio concebí. Porque
pensaba que el estoicismo jugaría un papel fundamental en la trama, para
encontrarme con que esto no ha sido así; vamos, que, si me descuido, no se
llega a encontrar ni rastro de esa disciplina filosófica en ninguno de los
personajes de la acción. Y ello porque al poco de comenzar, esos personajes
tomaron su propia vida, dirigiendo con sus cuitas al sorprendido escritor.
La trama tiene su desarrollo en una temática próxima a la novela negra —novela
negra, quién me lo iba a decir—, situada en el contexto histórico de la caída
del mundo heleno bajo las garras de Macedonia, y las primeras campañas de
Alejandro en Asía Menor y sobe el imperio persa. Ariófanes, uno de los diez
generales estrategas de Atenas, es envenenado en un simposio del propio
strategeion, el órgano institucional de toma de decisiones militares.
Su hijo, Efíaltes, jura vengar su muerte. Para ello se une a las tropas de
Alejandro, donde aspira a alcanzar rango y gloria militar. Pero casi muere en
lo que aparenta ser la larga mano del complot ateniense contra su propio padre
y contra él.
En definitiva; usos, leyes y costumbres de la Grecia clásica; desarrollo de
doctrinas filosóficas y avances médicos desde el corpus de la escuela
hipocrática, se mezclan en una trama de inesperado final. Al menos, eso es lo
que piensa el autor.
Pero el autor también conoce que, una vez publicada El hoplita, ya no controlará los resultados; que no dependerá de él, el hecho de si
gustará o se leerá, si el público, en definitiva, aceptará su contenido, o si
por el contrario suscitará rechazo o aversión. Lo único que el autor puede
hacer es mantener sus propios juicios sobre la obra, la concordancia con sus
valores, y las posibles decisiones que se tomen según la reacción del público.
Pese a ello, lo cierto es que me gustaría que resultara apreciada por el
futuro lector. Ojalá.
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