Está soleada la mañana, caminos húmedos mojados por el rocío. Gotas de agua sobre juncos y carrizos, tarayes en lontananza. Son caminos solitarios que van a conducirme adonde quiero llegar, en este caso a la laguna Grande de Quero, y posteriormente, a la más pequeña laguna de los Carros, esta última en el límite de los términos de Quero y Alcázar de San Juan.
Laguna Grande de Quero |
Es evocadora esta mañana, con su incipiente neblina y su frío invernal. Me trae reminiscencias de otros tiempos y otras épocas, cuando el agua y el frío eran la dura cotidianeidad.
Aquel otoño las lluvias comenzaron al finalizar la vendimia, de modo que la llegada del temporal pudo recibirse con total normalidad. Había comenzado el curso escolar y las aulas se mostraban tediosas amenazadas por aquella brumosa penumbra que dimanaba de la escasa luz que penetraba a través de los ventanales; los cielos permanecían encapotados y los nubarrones presentaban un terrible y oscuro color gris. Y llovía; Dios, ¡cómo llovía!
Las goteras comenzaron a inundar las aulas y pasillos, y al salir para ir a casa era impensable evitar llegar “hecho una sopa” pese a los impermeables y las botas de agua que usábamos con profusión: te calabas por todas partes sin que hubiera forma de poderlo evitar. En las casas, hombres y gañanes permanecían en sus cocinillas junto a las cuadras de los animales, siempre en un extremo del corral, dejando lo más diáfano posible el espacio libre en el corralón. Eran cuadras y corrales de paredes de adobes, el suelo de tierra, como las calles, y blancas por la cal que se aplicaba en las primaveras.
Las lluvias arrastraban la cal y dejaban al desnudo hastiales y murallones, empapados, desconchados, transmitiendo una sensación sorda, apagada, como de tristeza. La gente apencada contra el quicio de la puerta, con las manos en los bolsillos, observando el tiempo con un fatalismo total. Los carros en las puertas, chorreando, con el agua corriendo silenciosa por los arroyos que se iba labrando al caminar; y los hombres abstraídos en su contemplación, llegando a ensimismarse por completo hasta que algo les hacía despertar. Entonces entraban encogiéndose por una frialdad que hasta entonces no sintieron.
El sol refleja en el relente mañanero formando arco iris de colores, los caminos encharcados. Al fondo vislumbro las aguas de la laguna: como un espejo inmenso tendido en la llanura.
La laguna Grande de Quero ha sido fuente de explotación minero industrial desde los más lejanos tiempos. Las salmueras de sus aguas fueron siempre recursos económicos de primera magnitud. Está situada junto al núcleo urbano, y tiene las características propias de una laguna esteparia, endorreica, estacional e hipersalina. Ocupa una superficie aproximada de unas ochenta hectáreas, con un perímetro bastante regular de unas longitudes máximas de mil seiscientos metros de largo por setecientos de ancho. Pese a su carácter estacional, suele permanecer encharcada durante bastante tiempo. Su régimen de propiedad es mixto, público y privado; lo que dificulta mucho su adecuada gestión.
Laguna Grande de Quero |
Las aportaciones de agua provienen, tanto de la precipitación directa como de las aguas subterráneas de los acuíferos superficiales. Y son, precisamente, estas aguas subterráneas, las causantes de la aportación salina por lixiviado de las facies de los alrededores. Lo que la convierte en un ecosistema singular a nivel europeo, por sus características hidroquímicas, las comunidades microbianas y los procesos de sedimentación salina.
Sin embargo, y pese a su particularidad y rareza, presenta importantísimos impactos derivados del uso para la extracción salina destinada a la industria, lo que hizo que la cubeta fuera compartimentada en balsas por canales y diques de explotación. Además, el enorme desprecio de la población hacia el humedal ha hecho que los márgenes y la vegetación palustre se encuentren fuertemente alterados por aterramientos y vertidos de escombros. Así que, como poco, las medidas más inmediatas habrían de consistir en delimitar el dominio público, cesar todo tipo de extracción minera, eliminar vertidos y escombreras, planificar el desvío de carreteras y caminos para poder diseñar una buena ruta o camino rural interpretativo, que debería incluir la visita a los “silos” como elementos patrimoniales de interpretación. Aunque mucho pedir me parece todo esto.
Nuestros pasos se dirigen ahora hacia la laguna de los Carros. Al fondo, sobre la margen del río, se aprecia una barrera de oscura bruma. Y mi mente vuelve de nuevo al pasado, acompañando los ya cansinos y monótonos pasos.
Y vuelvo a recordar aquellos lejanos días de temporal. Sí; los recuerdo con nostalgia, al igual que recuerdo aquellas fotografías que mi tío Isidoro nos trajo de la carretera de Manzanares, cerca ya del río Záncara, allí donde él tenía sus cuadras y ganados. Era algo espectacular, el río Viejo y el Záncara desbordados, anegando kilómetros y kilómetros de superficie, como en un gran pantanal. Y la finca entre ambos, haciendo bueno el aquél de su nombre: “La cárcel de los ríos”; con la carretera cortada y el agua alcanzando hasta los bajos de la furgoneta; durante varios días le fue imposible llegar. Allí quedaron aislados hombres y animales.
Nunca he olvidado aquella feroz imagen de cuando pudimos pasar. Algunos terneros se habían ahogado incapaces de superar la fuerza del torrente: ¡Increíble! ¡Ahogados en la Mancha, en mitad de un secarral!... Pero es que las cosas eran así.
Carretera de Manzanares: inundaciones río Záncara |
La laguna de los carros se encuentra situada en el límite de las provincias de Toledo y Ciudad Real, entre los términos municipales de Quero y Alcázar de San Juan, a siete kilómetros al Este de la laguna del Salicor. Es una laguna esteparia, endorreica, temporal e hipersalina, de una superficie aproximada de quince hectáreas. El régimen de propiedad de la tierra es público y privado. Se sitúa en el interior de la cuenca endorreica del río Gigüela. Su carácter somero y las condiciones climáticas hacen que solo se inunde en los años más lluviosos. No obstante, cuando esto ocurre, crece en su vaso una de las plantas acuáticas más interesante y amenazada de la península Ibérica, la Althenia orientalis, a la que suele acompañar la Ruppia depanensis, todo un ejemplo de adaptación al progresivo aumento de la salinidad debido a la intensa evaporación y posterior desecación. Estas plantas acortan su ciclo biológico, produciendo una gran cantidad de semillas y esporas que permanecen viables en la parte superior de los sedimentos secos a la espera de un nuevo periodo de inundación. De este modo superan la sequía.
Su estado de conservación es deficiente, la cubeta se ha labrado parcialmente con el fin de ampliar los campos de cultivo de los propietarios de los terrenos anexos, y también se pastorean los márgenes del humedal. Por lo que la vegetación de estas zonas se encuentra muy alterada. Por ello, las primeras medidas de protección deberían incidir en delimitar el dominio público hidráulico, limitar la explotación agrícola en el entorno próximo, y eliminar los depósitos de escombros y basuras. Cosas tan sencillas de hacer, que, por eso mismo, no se harán.
Laguna de los carros |
Y ya sí, ya con estás notas que tomamos, damos por concluida la excursión de esta mañana. Ahora nos restan unos diez kilómetros de camino, con paso sobre el yacimiento de Piédrola. Aunque de este lugar también hay mucho que hablar. Pero eso lo dejaremos para otro día.
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