
Mariano Velasco Lizcano
Heme aquí, de nuevo, ante el reto de analizar otro de mis propios textos en
esta serie que denomino “Mis lecturas escogidas”, y ello, tan solo por
el hecho de sentirme lector empedernido y escritor compulsivo; esto es, y como
diríamos por esta tierra, que en mi hacer, metafóricamente hablando, se “junta
el hambre con las ganas de comer”.
Yo soy de aquellos que piensan que leer es mucho más que una mera forma de
pasar el tiempo como si solo se tratara de un entretenimiento cualquiera.
Leer, bajo mi apreciación, constituye casi un acto de rebeldía social, una
actitud de inconformismo que ha de buscar la disidencia con lo establecido,
con lo que nos transmiten o quieren hacernos creer desde el poder que emana
del control de los mass media, o del más disparatado e ingobernable
mundo de las redes sociales.
Porque una persona habituada a leer es, como poco, una persona curiosa e
inquieta, aunque su actitud pueda ser dócil o no, que eso ya es otra cuestión.
Pero sea cual sea ésta, el acto lector eleva siempre y a lo largo, porque,
como mínimo, posibilitará alcanzar nuevos conocimientos. Y si se lee bien,
como podría leerse un diario íntimo que desencadenara en el lector una
auténtica reacción —ira, admiración, acuerdo, desacuerdo—, entonces se alcanza
la posibilidad de analizar y reflexionar sobre las cuestiones planteadas,
logrando alcanzar con ello una toma de posición. Se llama “pensamiento
crítico”.
Veamos, pues, que nos sugiere el texto escogido para hoy:
¡VIEJOS!
Pensaba Cicerón que la vejez no es sino el resultado de lo que hayamos hecho
con nuestra propia vida. Así que, entendida de esta manera la senectud, para
el filósofo no tenía por qué ser una etapa de despreciable decadencia, sino la
más plena y productiva de su vida. Algo, sin duda, que le interesaba creer,
porque cuando escribía esas letras contaba con sesenta y tres años, y aquello
era mucho vivir para aquellos tiempos.
Pero lo cierto es que las sociedades actuales han duplicado la esperanza de
vida con respecto a los años en que escribía Cicerón. Así que la cuestión a
tratar sería, ¿cuándo podemos considerar "viejo" a alguien en la sociedad
actual? ¿A determinada edad? ¿Cuándo accede a su jubilación?; lo que nos
llevaría también a otra cuestión: ¿con qué criterio deberíamos aseverar que
alguien ya es viejo? Porque en el momento actual son muchas las personas que
mantienen indemnes las capacidades y aptitudes que han ido adquiriendo a lo
largo de su vida, y por tanto están en condiciones de seguir aportando al
conjunto social lo mismo que aportaban antes, o incluso más.
La cuestión tal vez se podría solventar analizando el papel que se puede jugar
dentro del conjunto social y sobre la vida política en particular. Porque es
en el fárrago y el proceloso mar de la política donde esos denominados
"viejos" pueden hacer y decir más, siquiera por experiencia, tacto, nivel
cultural o simplemente porque ya lo hicieran, facilitando en este país una
transición política ejemplar que eliminó de raíz cualquier posibilidad de un
nuevo baño de sangre, o de cualquier otro tipo de involucionismo o reacción
social.
Esos "viejos" de hoy, calificados como tal casi siempre al tenor de engrosar
las cifras de jubilados de la Seguridad Social, lo sean anticipadamente o no,
establecieron una democracia de las más avanzadas del mundo occidental, y lo
hicieron —parodiando a Sabina— sin conocer el oficio y sin vocación; solo con
la voluntad, el esfuerzo y la ilusión de cambiar y fijar unas normas de
convivencia válidas para ambas partes de una España fracturada en dos.
Y esos mismos "viejos" son los que hoy deben asistir con rubor a esa tenaz
corriente de opinión que cada día los bombardea con la deslegitimación de la
democracia: que si los ciudadanos ya no somos otra cosa que meros consumidores
manejados burdamente por los poderes fácticos de especuladores y bancos; que
nuestros votos solo sirven para legitimar con la "chusma" los intereses de las
oligarquías… y mil argumentos más para ridiculizar y empobrecer ese marco
democrático que un día nos supimos dar.
Y cuesta ver como una parte nada desdeñable de esos "viejos" entran de lleno
en esos discursos, abrazándose como el que se agarra a un clavo ardiendo a una
suerte de nacionalismo que para lo único que sirve es para fomentar el caldo
de cultivo a los populismos de todo tipo, fomentando con ello el descontento,
la división, el odio y el enfrentamiento.
Pero con todo, y frente a ello, siempre estará esa gran masa silenciosa de
personas prudentes, de esas que calladamente hicieron patria cada día sin
necesidad de banderas, himnos, ni alharacas, sino con su trabajo diario, su
cumplimiento fiscal, su comportamiento cívico y su mayor o menor colaboración
social; esos millones de anónimos seres —"viejos" les llaman— que aún hoy
hacen posible las nuevas formas de sociedad, protegiendo y cuidando a sus
nietos mientras sus padres dedican sus vidas al trabajo y al objetivo del
incuestionable ascenso social. Como lo siguen haciendo cuando recogen y
amparan con sus exiguas pensiones los descalabros de sus hijos acosados por
las desventuras —paro, embargos, divorcios, etc.— tan en boga en la actual
modernidad. Y por fin —siguiendo con la retahíla— cuando aún tienen fuerzas y
agallas para organizarse en movimientos asociativos, aunque solo sea con el
fin de clamar y oponerse a que esos posmodernos y "jóvenes" políticos jueguen
con su pensión.
Sí, definitivamente, es la falta de influencia en la actividad política lo
único que permite que pueda calificarse de "viejo" a alguien, lo sea en su
acepción individual o tomado como colectivo. Lo que ocurre también es que
todos esos "viejos" ya se están empezando a cansar, y aun lamentando mucho que
sus jóvenes cachorros no atinen a encontrar un rumbo recto y adecuado, a lo
mejor deciden que van a tener que volver a retomar las riendas de nuevo, y
para ello deciden constituir un partido político de masas y de impredecible
influencia social. Veremos entonces a estos "viejos" ejercer de nuevo un
preponderante papel político que de inmediato y como una bofetada social, nos
va a despejar de inmediato las supuestas dudas de para qué sirven los "viejos"
y qué se puede hacer en la vejez.
───◦●◦───
Y he escogido este texto porque, recientemente, he sido entrevistado, por
primera vez en mi vida, en el papel de viejo, en un semanal manchego en su
sección “Encuentro con nuestros mayores”, dirigida por el insigne doctor en
Ciencias Económicas y Empresariales y en Ciencias de la Comunicación, de la
Universidad de Cádiz, don Antonio Leal. Y aunque el mayor motivo para ello,
supongo, habrá sido mi reciente acceso a la jubilación, es indudable, con
ello, que ya soy un “viejo social”. Así que la reflexión tratada me ha
venido al pelo, porque, aun siendo así, y si la vida y las fuerzas me lo
permiten, espero persistir en el hecho de ser “un viejo” cansado de ver a
tanto cachorro desnortado, sin horizontes, sin experiencia, sin cultura y
sin educación cívica. Así que amenazo con seguir llamando la atención,
aunque solo sea con mis escritos, porque “a falta de pan, buenas son
tortas”. Y si los destinatarios no leen, cosa que ocurrirá casi con
seguridad… ¡Pues anda y que les den!
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