Ocaso en las Tablas de Daimiel |
Se prolonga el verano, se adentra el calor hasta hundirse en las entrañas de
esos meses en los que lo normal sería el comienzo de los fríos. Y aún así,
claman los cantamañanas negacionistas políticos: ¡Cambio climático! ¡Cambio
climático! ¡Menuda cara la de Sánchez y sus ministros! —suelen perorar.
En el interín; seis mil muertes en España por el calor extremo de
este verano; una considerable reducción de la producción agrícola, una
multiplicación exponencial de las hectáreas calcinadas, y graves conflictos
interterritoriales motivados por sequías extremas.
Así que, yo, que soy de los que piensan que el acelerado proceso de cambio
climático no es un invento de ecologistas y alarmantes científicos, sino que
es una realidad; estoy convencido de la necesidad de hacer
algo para paliar los efectos de este cambio, ya que desgraciadamente creo que
revertirlos es una total imposibilidad.
Pero es que bregar contra el cambio climático no solo es una cuestión de
conciencia ecológica, sino de justicia social. Porque el cambio climático nos
hace más desiguales, incrementa los conflictos de todo tipo, y amenaza nuestra
salud; aunque muy especialmente la de los pobres. Porque es evidente que
produce mayores efectos en las personas con rentas más bajas y en los
territorios más desfavorecidos.
Así que, sí, creo que algo hay que hacer; y que ese algo hay que
instrumentarlo desde arriba. Esto es, desde las fauces poderosas de quienes
ostentan el poder.
¿Significa eso que las clases medias y bajas no tienen nada que hacer al
respecto? En absoluto; es una premisa imponderable que la transición ecológica
no se podrá hacer sin la participación de las clases medias y trabajadoras.
Sin justicia social no habrá transición ecológica posible.
Pero como a estas alturas de la vida ya me resulta difícil ponerme en la
situación de caerme del guindo, soy consciente de que cuestiones tan
imperiosas como parar la guerra de Ucrania, lograr la autonomía energética en
Europa y corregir las desigualdades evitando su agravamiento generalizado, son
cuestiones que necesitan políticas de Estado imposibles de implementar por
otros medios sociales, salvo una catástrofe nuclear.
El Pacto Verde europeo es un modelo de desarrollo que camina en esa dirección.
Como lo es el programa Next Generation, de la Unión Europea, verdadera hoja de
ruta para realizar la adecuada transición digital y ecológica. Pacto y
Programa que acaban de ser aparcados ante las exigencias de las necesidades que, a la Unión Europea, imponen las energéticas bajo el ardid de
la guerra.
Pero esa realidad puede ser solo un impasse o un parón en toda regla. Que, sin
duda es lo que intentarán los grandes lobbies económicos de la industria
armamentística y las energéticas ¡Como depredadores voraces incapaces de
sentirse satisfechos así multipliquen por mil el monto de sus ganancias!
Y es aquí donde hay que apremiar a esas clases trabajadoras y medias. Urge
potenciar su capacidad de movilización en contra de los indecentes objetivos
de esos poderes fácticos: huelgas de médicos, de funcionarios, de basureros,
transportistas, ferroviarios… Todo será válido, sea cual sea el color del
Gobierno, para manifestar la disconformidad de la mayoría social a que los
ricos ganen más, a que nos dirijan hacia sus objetivos cual rebaño, y a que,
en definitiva, se pueda evitar que impongan sus tesis y decisiones sobre el
cambio climático y medioambiental; o lo que es lo mismo, sobre la prevalencia
de una justicia social universal.
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