La guerra, el hambre, la peste, y la muerte |
Ya lo escribió el propio Baltasar Gracián: “Mentir es lo ordinario, por tanto,
haz del creer algo extraordinario. Creer con facilidad, es ser crédulo”. Y eso
lo decía en 1647, año en que publicara su
Oráculo manual y arte de la prudencia, fruto de las muchas
observaciones sobre la muy pícara y podrida sociedad de su época. ¿Me pregunto
qué escribiría ahora al respecto?, si es que hubiera llegado a conocer en lo
que se ha convertido el hacer político y la sociedad en estos tiempos de las
fake news y la hora de la posverdad.
Pero, lo cierto, es que la esencia del pensamiento de Gracián sigue estando
vigente y con el mismo vigor, si no es que se ha acrecentado multiplicándose
al infinito. Hoy nos mienten todos: bancos, grandes corporaciones, sindicatos,
patronales, energéticas, lobbies económicos… Pero, sin ninguna duda, los que
más mienten son los políticos, y sus parásitos voceros, los medios de
comunicación. Periodismo amarillo empesebrado por un plato de lentejas en
forma de publicidad institucional.
¿Y cuál es el filón que ahora explotan estos adalides de la mentira y la
especulación? ¡El Apocalipsis!
Un catastrofismo permanente y visionario sobre la base de descubrir misterios,
revelar secretos, anunciar lo que “inevitablemente” sucederá, para inducir a
la gente a creer que, o cambiamos, o sobreviene el Apocalipsis final.
El “cuanto peor, mejor” se ha convertido en una estrategia política de
formidable valor, porque el catastrofismo vende mucho más que el reflejo de un
mundo aburrido donde las cosas se suceden y tienen explicación lógica y
racional.
Y toda esa martingala pseudo informativa crece y prolifera por la
superabundancia de un caldo de cultivo idóneo —la masa acrítica— que acepta
sin cuestionarse todo lo que le quieran decir, siempre que sea de su cuerda, y
por las mismas razones, rechaza todo aquello que le es contrario, y por tanto,
no quieren oír.
Hoy se agita con extrema irresponsabilidad la idea de que lo que va a venir
será peor. Se agitan fantasmas, creencias, supercherías, todo tipo de
emociones para alcanzar el poder por todos los medios. Convencen tanto a los
que dicen estar enterados por ver la catástrofe venidera con ojos de
iluminados, como a los que no se enteran, pero les da igual con tal de que sea
“cuanto peor, mejor”. Y así han convertido en un gran negocio el
adoctrinamiento y creación de un consumidor aterrado ante la visión del riesgo
y la carencia.
¿Y esto tiene alguna solución?
La tendría; bastaría con que los ciudadanos aprendieran a ser lectores y
oyentes pacientes; de esos que perciben las cosas, piensan en ellas y procuran
no juzgar de inmediato. ¡Veríamos el horizonte con claridad! Un horizonte
complicado y difícil: guerra, crisis energética, inflación, nuevo escenario
geopolítico, precios disparados, carestías, migraciones, hambrunas,
conflictividad social; pero, aun así, un horizonte esperanzador. Porque al
fin, a golpes de grandes catástrofes y crisis ha avanzado la Humanidad. Nada
nuevo; ningún Apocalipsis por llegar. No les hagan caso; son voceros nada más.
Yo debo de ser pesimista, pues no veo las circunstancias que afecten a nuestro planeta para muchas alegrias!
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