En 2007 la economía mundial se enfrentó a una fuerte crisis financiera
conocida como crisis subprime, originada en Estados Unidos. Fue su detonante
la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre del 2008, y estuvo asociada a
problemas de impagos de créditos hipotecarios concedidos a personas con muy
alto nivel de riesgo.
La crisis de 2008 se saldó con el empobrecimiento del veinticinco por ciento
de la población mundial. Sin embargo, aquellos responsables de causar la
crisis, no pagaron nada; muy al contrario, se enriquecieron mucho más.
Es por eso que muchos de los perjudicados dejaron de creer en el sistema
democrático; fundamentalmente, porque pensaron que ya no les representaba.
Estamos bajo mínimos de credibilidad democrática en el mundo, mientras se
acrecienta la confianza en los populismos de derecha e izquierda. Con ello, se
ha exacerbado la tendencia al extremismo, hacia la radicalización, hacia el
dogmatismo, hacia la construcción de políticas basadas en el odio al otro como
modo de cohesión de grupo, que no de ideas.
Hoy, la democracia, para muchos votantes, se reduce a una mera cuestión
económica: cuando el bolsillo empeora, se castiga al partido gobernante, tal y
como ocurrió en 2008, cuando los recortes en los gastos, obligados por la
crisis, abrasó a todos los gobiernos occidentales.
En 2011, Mariano Rajoy, obtuvo para el PP la mayoría absoluta y el mayor poder
territorial desde la victoria del PSOE, en 1982. Lo que a la larga posibilitó
una de las mayores tramas de corrupción política en los entresijos del partido
conservador. Ello, unido a los recortes y subidas de impuestos, le provocarían
una gran desafección política que culminó en la moción de censura que lo
desalojaría del poder.
Los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez, azotados por crisis externas, como
la pandemia de la COVID-19 y la guerra de Ucrania, e internas, como la del
procés catalá, no han conseguido mejorar la percepción social y
económica de la situación para esa gran clase media que sigue perdiendo
estatus y posición. Y para colmo, la oposición no ha encontrado mejor forma de
desgastar al Gobierno que la de politizar la justicia y judicializar la
política. Es decir, la de sustraer el juego democrático de sus entornos
naturales para trasladarlo hacia ámbitos foráneos ajenos e inalcanzables al
común de los votantes.
El resultado de todo no ha sido otro que el de la impunidad de la corrupción.
Los corruptos gozan del máximo poder, protegidos por las politizadas
instancias judiciales en los ámbitos de influencia de sus muchos tejemanejes;
como si se tratara de un cáncer terminal que corroyera el cuerpo electoral. Ya
no se respetan, ni ideologías, ni siglas partidistas, ni existe un mínimo de
decencia política en la mayor parte del cuerpo elegible. Y con estos mimbres,
nos disponemos a afrontar un nuevo proceso electoral, donde no parece existir
otra alternativa, por uno y otro lado, sino la de seguir legitimando a unos
partidos totalitarios que se visten de demócratas con el subterfugio de sus
listas electorales cerradas y bloqueadas, confeccionadas con la inexcusable
aquiescencia de las élites políticas al arbitrio único de su omnímodo poder
dentro de la organización ¡Puñetera democracia!
Quizá el debate, en esta tesitura, no debería ser el de qué opción política
nos ha de gobernar, sino la de qué clase de democracia queremos legitimar.
Porque un programa político que abogara por una reforma plena de la ley
electoral, con listas abiertas y no bloqueadas, con segunda vuelta, y una
reforma paralela del código penal que gravara como delitos penales los
derivados del transfuguismo y la corrupción política, con pérdida inmediata
del escaño, podrían indicar un sano intento de salvaguardar la democracia en
sus valores primigenios. Pero esto es algo que ningún partido, ni ningún
programa, planteará a sus votantes. Pues nada, y en lo que a mí respecta ¡Anda
y que les vote su clientela particular!
Maravilloso escrito-analisis, Mariano.
ResponderEliminarUn abrazo
Desgraciadamente, ninguna ideología política, ni sistema alguno, han gozado de una supervivencia definitiva. Al igual ocurre con la vida, que sufre cambios, presuntas evoluciones, de forma cíclica, girando en torno a un punto imaginario con leyes propias todavía no descritas.
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