En Estados Unidos, según manifiestan las encuestas, solo el veinte por ciento
de los adolescentes leen libros. El otro ochenta por ciento restante consume
contenido de las redes sociales. No es un caso aislado. Porcentajes próximos o
similares se dan en la mayor parte de los países del Globo. En nuestro país,
uno de cada tres españoles no lee nada de nada. Y los que leen, cada vez
compran menos libros. Un panorama desolador; para los lectores, y para los
creadores de lectura.
Pero, ¿por qué habríamos de leer? Pregunta recurrente de aquellos que leen
poco o nada, y no parece pasarle nada por ello. La respuesta resulta no solo
clara, sino contundente: porque todo aquel que no lee nada es un imbécil
funcional; una marioneta al albur de los vientos de aquellos espabilados que
le dicen lo que quieren oír ¡Patanes!
Una persona con ideas propias molesta terriblemente. Así que espero que estas
afirmaciones molesten a alguien terriblemente. Porque me esfuerzo mucho por
formar ideas propias, ideas que solo toman forma tras múltiples lecturas
contrastadas: como “juicio crítico” se podría definir.
Pero es posible que este enfoque sobre la pertinencia de leer, o sobre la
conveniencia de aficionarse a leer, pueda no resultar muy convincente. Pero si
esto es así, siempre quedará aquello de decir: “Lea usted, hombre”, porque
leer es un placer; un placer activo, además. A través de la lectura se pueden
conocer otras formas de pensar tan válidas como las nuestras, se pueden
compartir otras vidas, adquirir conocimientos de historias y situaciones
lejanas en el espacio y/o en el tiempo. Pero, sobre todo, leer es un antídoto
contra cualquier concepción del mundo fundamentalista y excluyente; un
revulsivo contra la violencia, ya sea la personal, o aquella que en nombre de
dioses o de patrias, tiñen de oprobio y vergüenza a buena parte de la
Humanidad.
No leer es un suicidio intelectual, ético y moral. Y un hogar sin libros es un
páramo, un nido carente de algo fundamental, donde se promueve el desprecio a
la lectura y se anima el culto a lo banal, a lo material, a la intransigencia
en el pensar y a la actitud borreguil ante la “caja tonta” y todos sus
programas basura de tanto éxito social: ¡Ignorantes!
Soy consciente de que nada hay más difícil que pretender cambiar los hábitos
del que no tiene, porque nunca la tuvo, la costumbre de leer; o lo que es peor
aún, de aquél que la perdió. Por ello me lanzo al exabrupto; total, los que
podrían ofenderse no lo van a leer.
Pero es que, en este caso, yo escribo para los tibios, los que sí, pero no,
los que utilizan la excusa de falta de tiempo para leer un libro, pero lo
derrochan a raudales en cualquier simplicidad ¿Estúpidos!
¡Ya está bien, hombre! ¡Ya está bien! Menos insistir en el empeño de que
nuestros hijos practiquen toda clase de deportes y mil actividades más, y más
preocupación por su intelecto —y el nuestro— y que aprendan a leer; a leer
bien, me refiero. Y de paso procuremos aprender nosotros también, no seamos
superficiales. Ahondemos en las lecturas, vivamos con su autor, preguntémonos
por qué dice lo que dice, con qué avala aquello que escribe. Seamos críticos e
inquietos ¡Joder! Vale ya de tanta basura, de tanta simpleza, de tanta
incultura, de tanta anodina banalidad. Pongámonos a leer de una vez, porque
ese es uno de los mejores regalos que en la vida nos podemos hacer.
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