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martes, 21 de julio de 2015

Momentos para el diálogo

"¡Vaya debut!", columna de Mariano Velasco
Parece como que en Alcázar de San Juan fuera una constante histórica esa costumbre de cambiar el nombre de las calles. Tanto es así que contamos con sobradas referencias en estudios etnográficos sobre esta tendencia «… que diferencia la vida de Alcázar de todos los pueblos manchegos hasta en los más mínimos detalles, uno de los cuales y bien significativo es el de los nombres en uso […] que el tren se ha ido llevando…», indica don Rafael Mazuecos refiriéndose a la nomenclatura alcazareña, tanto que «… ha convertido el callejero de Alcázar en una colección de nombres sin ningún significado local».
De lo que no cabe la menor duda es de que las calles, todas las calles, tienen su propia personalidad formada con el paso del tiempo, con el vivir y con su recorrerlas, con permanecer en ellas o dejarlas atrás. Porque las calles en que nacimos, crecimos y vivimos pasaron a formar una parte importantísima del propio acervo cultural de cada cual. Por tanto sus nombres, su permanencia o no, no es una cuestión sobre la que de cualquier manera se pueda pasar.
Confieso que pocas veces me paré a pensar en la trascendencia y procedencia de los nombres de las calles de esta u otra población. Y que cuando lo hice fue por pura necesidad al tener que documentar uno de los capítulos de uno de los libros que escribí. Y que fue así como llegué a conocer que, refiriéndonos a Alcázar de San Juan, y con respecto a su denominación teníamos de todo un poco: desde las que han mantenido su denominación primitiva surgida como expresión espontánea del instinto popular —Pozo Cardona, Salitre, Paloma o Castellanos—, las que con su denominación expresaban su rango inferior —callejuela Cerrada, o callejón del Toro—, hasta aquellas que emulando la modernidad que a través del ferrocarril nos acercaba a Madrid, quisieron emular a la Capital con nombres como Salamanca o Cuatro Caminos. Así, pues, en asuntos de nomenclatura y cambios de toponimia en Alcázar esto es algo que parece inserto en nuestros genes y por tanto a nadie le debería extrañar. Así que por qué tanto revuelo porque otra vez y de nuevo los nombres de determinadas calles se vuelvan a cambiar.
Pues porque lo novedoso ahora en esta cuestión es que se ha visto convertido en un asunto político, un arma arrojadiza dentro del esperpento del discurso del miedo y la radicalidad en el que se encuentra instalado el Partido Popular, y por supuesto, la nueva oposición en nuestro consistorio, que si por algo se está caracterizando hasta el momento, desde luego, es por su falta de argumentos y su falta de ética y estilo para saber perder.
Pero dicho esto también habría que incidir en el hecho de que en este pueblo, como en el resto del Estado español, el discurso de la modernidad progresista tiene  urgencias directamente relacionadas con el bienestar y la cultura de sus ciudadanos o incluso con el medio ambiente, más que con el hecho de cambiar unas placas callejeras que salvo «encabronar» al personal poco más van a solucionar. Y es que «la mujer del César no solo debe ser honrada, sino además parecerlo». ¿Cómo se pueden argumentar discursos de tolerancia y participación si a la primera de cambio la nueva corporación facilita argumentos para que una oposición, que en su mandato anterior se ha caracterizado por su falta de tolerancia a la libertad de expresión en todos sus ámbitos —informativos, culturales, etc.—, pueda esgrimir el discurso de la revancha y la radicalidad ante ese sector nada desdeñable de la población que les ha otorgado su confianza política volviéndoles a votar?
«¡No es esto! ¡No es esto!» —decía Ortega y Gasset ante las medidas anticlericales y radicales que adoptó la Segunda República en los primeros momentos de su actuación. Y no andaba descaminado si nos atenemos a la realidad histórica de cómo acabó.
Así que igual cabría decir ahora «¡No es esto! ¡No es esto!», porque en España y en Alcázar de San Juan, en estos momentos, hay cosas más importantes que hacer que las de cabrear al personal. ¡Vaya debut el de la nueva corporación!
Texto: Mariano Velasco Lizcano. Doctor en Ciencia Políticas y Sociología. Presidente de ADEPHI y AEDA 23.
Fotografía: Iván Rodríguez.

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