MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (IX) - Momentos para discrepar

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domingo, 4 de diciembre de 2016

MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (IX)


POR QUÉ TANTO ESTRÉS

Soy consciente de vivir siendo víctima constante de esa "cosa" que ahora denominamos estrés. Y si no de forma permanente, son  muchas las horas e incluso los días que sucumbo ante este sentimiento de angustia y desasosiego que me impide disfrutar de la vida con plenitud y lucidez.

Los científicos estudiosos de este asunto sitúan su origen en el temor: temor a no estar a la altura de ciertas expectativas que uno mismo genera sobre sí. Por lo tanto se trata de una autoexigencia. Luego la cuestión consiste en reflexionar por qué nos imponemos semejante nivel de autoexigencia ¿Por qué queremos superarnos? ¿Para ser mejores y así tener más, ser más?


Lo cierto es que cada vez poseemos más cosas, y sin embargo ello no suele hacernos más felices. Es como si enfocáramos la vida en la idea de que su correcta evolución consiste únicamente en obtener más y mejores medios, mayores oportunidades, grandes comodidades… Lo que nos lleva a caer en un círculo vicioso de autoexigencia y eficacia para alcanzar todas esas "necesidades" que no son tales en realidad. Así que cabría considerar que un poco de autoexigencia está bien; demasiada, frustra, agota y puede llegar a constituir una cualidad malsana y demencial.
Yo siempre he sido muy autoexigente conmigo mismo. Me he impuesto perfección en las cosas que hacía sin preguntarme nunca por qué las realizaba y si en realidad quería hacerlas o si sólo las desempeñaba porque era mi deber —el rigor del deber, que decía Kant—. Y muy especialmente aquellas obligaciones que aceptaba por la mera cuestión de no defraudar o simplemente porque no sabía decir "no".
Son innumerables las horas que he perdido en reuniones, encuentros, jornadas, citas y un sinfín más de obligaciones, todas ellas con un denominador común: han ocupado mi tiempo sin aportarme nada de similar valor, pero a cambio me produjeron un enorme estrés al autoexigirme la necesidad de "dar la talla" o cumplir con la obligación. Y todo ello por hacer o realizar cosas ajenas a mí; esto es, hacer cosas que yo no escogía hacer.



Por tanto aprender y saber decir "no" cuando debemos hacerlo es una auténtica vacuna contra el estrés. Aunque no es la única; hay algunas más. Saber aceptarnos con nuestros fallos y limitaciones también es esencial, porque nos permitirá quitarle exigencias a la vida. Solemos pensar que nuestro trabajo es extraordinariamente importante cuando en realidad no lo es; ni somos los únicos, ni imprescindibles, y si faltamos, otro lo realizará sin duda alguna. Pensamos que necesitamos cosas que no son imperiosas ni esenciales, y sin embargo nos dejamos mucha "vida" tras el solo hecho de perseguirlas y en el intento de alcanzarlas ¿¡Cuánto ganaríamos si fuéramos plenamente conscientes de cuáles son las cosas mínimas que necesitamos para cubrir nuestras necesidades!? Hay que quitarle exigencias a la vida porque con ello estaremos eliminando una gran fuente de estrés.

Hagamos las cosas, sí, pero a nuestro ritmo y disfrutando de ello, sin exigirnos perfecciones o tiempos por encima de nuestras posibilidades. Porque es corta la vida y hay mucho que hacer y saber "¡No se vive si no se sabe!" —decía Hipócrates—. Y una de las principales cosas que tenemos que saber es vivir… Pero vivir sin estrés.

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