MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (VIII) - Momentos para discrepar

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martes, 29 de noviembre de 2016

MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (VIII)

 LA IMPORTANCIA DE APRENDER


Es cierto que me gusta aprender cosas nuevas. Por eso cada día me esmero más con la predisposición al estudio y la investigación. Porque además del placer que obtengo con ello soy consciente de que esa actitud me enriquece cada día un poco más.

Pero debo preguntarme por qué deseo aprender cosas ¿Es por puro placer estético? ¿Por mera necesidad personal? Y debo responderme que no, que no es sólo esa necesidad personal, sino que me gusta aprender cosas para esmerarme luego en poderlas compartir. Porque como decía Séneca "… ninguna cosa deleita si ha de ser para uno solo. Se podría renunciar a la sabiduría si fuera para tenerla uno para sí, como encerrada, sin poder comunicarla". Ninguna posesión es agradable si no se comparte con alguien.



Así que al cabo, he me aquí en otra cuestión —unas cosas llevan a otras invariablemente—. Si lo que aprendo lo hago para divulgar, debo preguntarme de nuevo para quién pretendo divulgar: para todos, o sólo para un escogido grupo. Y mi respuesta surge clara y rotunda: lo que aprendo con carácter general —política, historia, filosofía— pretendo transmitirlo a todo el mundo, mientras que hay temas, reflexiones más particulares, que sólo me apetece compartirlas con un grupo más reducido y especial, aquel que constituye el que podríamos denominar "de los amigos".

Creo que no necesita mucha argumentación la primera de las respuestas. Te informas, adquieres conocimiento, analizas, investigas, y con ello conformas opinión que luego sometes al filtro de la opinión general por cualquier medio posible; en mi caso a través de los medios de comunicación a los que tengo acceso, y sobre todo por medio de las redes sociales intentando conseguir la mayor difusión.

La cuestión de si esa opinión va a tener repercusión o no, debo considerarla algo secundario, porque en la mayoría de los casos pasará desapercibida o no la tendrá. ¿Por qué? Pues aparte de que esa opinión puede no ser compartida por los demás, luego está el hecho de la gran desinformación que implica la superabundancia de medios de comunicación. Algo que lo único que consigue es que la gente, abrumada por tanta oferta, pase de casi todo y ya no busque informarse, o al menos que sólo busque información sobre aquellas cosas que le interesan en particular.

Pero con ser esto una realidad, poco me condiciona a nivel particular. Porque procuro divulgar mis conocimientos como el sembrador que esparce sus semillas; sabiendo que germinarán solamente en terreno abonado para ello.

Luego está la segunda cuestión, aquella en que la consabida divulgación sólo ansío compartirla con un selecto grupo de personas, precisamente el que considero constituido por los amigos. Lo que me hace mucho más compleja la argumentación, pues en este caso lo primero que cabría considerar es a quién considero como amigo, o mejor aún, qué cosa es la amistad. Pero este punto bien merecerá su propio apartado, pues si hay algo difícil en la vida es eso precisamente, el gozar de la amistad. Así, pues, centrémonos por ahora en la cuestión que debatimos: la del valor e importancia del aprendizaje como experiencia vital.

Decía Montaigne que "es malo vivir encerrado en sí mismo y no ver más allá de las propias narices". Y sin embargo, hoy, millones de personas vagan por la vida sin encontrar un fin concreto por el que valga la pena vivir. Caminan a merced de los vientos de las modas, siempre sumisos y temerosos por el qué dirán. Su único horizonte consiste en acumular bienes materiales ¡No ven más allá de sus propias narices!

Otros, en cambio, actúan movidos por amplias aspiraciones e ideales, marcándose objetivos elevados en sus vidas, trazándose caminos que sirven a la humanidad y les ayudan a crecer. Y son estos, precisamente, los que siempre estarán alertas con su aprendizaje, persiguiendo las metas que se propusieron, y aun conociendo que quizá nunca las alcancen, saben en cambio lo lejos que llegarán.

El aprendizaje continuo dará siempre un sentido a nuestro camino, constituye la base que nos ayuda a crecer. Porque no debemos olvidar que el verdadero sentido de nuestra vida se va haciendo a lo largo de la existencia en la medida que hacemos realidad el propio proyecto personal de crecer. Y para ello necesitaremos ese reciclaje continuo que significa aprender.

Séneca decía que "sólo tienen ocio quienes tienen tiempo libre para la sabiduría […] pues cualquier tiempo lo añaden al suyo". Si nuestro tiempo de vida es siempre pequeño, ¿por qué no dedicarnos a hacer aquellas cosas que serán eternas y que siempre fueron y serán comunes entre los mejores? La fama, los honores, las riquezas ¡con cuanta facilidad se pierden! Sin embargo la experiencia y sabiduría que se obtienen del aprendizaje ninguna edad podrá borrarlas; y persistirá si se transmite.

Porque lo que no reconoce la envidia en el momento actual, se admira después, cuando se mira desde el tiempo que pasó. Y no olvidemos que tal vez no exista mayor y más asombroso aprendizaje que el que se obtiene de las experiencias ajenas. Porque los seres humanos suelen respetar, no lo que es respetable, sino lo que es respetado. La observación del hacer ajeno, por tanto, siempre llevará implícita una parte de ese aprendizaje constante: la de todo aquello que deberíamos rehuir o que nunca debemos hacer.


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