ODIO EN LAS VENAS - Momentos para discrepar

Lo último:

Anuncios adaptables aquí (0)

Anuncios adaptables aquí (1)

jueves, 15 de febrero de 2018

ODIO EN LAS VENAS

Serie "España en Guerra" (4)

¿Por qué escribir de nuevo sobre la Guerra Civil? Es la pregunta que se hace el autor, tan solo para responderse que lo hace porque tenía una historia que contar: una historia ciertamente personal sobre la Guerra Civil; la de aquellos que tuvieron que vivirla en las retaguardias teniendo la desgracia de no pertenecer, por ideas o por mera calificación social, al bando que les tocó. Odio en las Venas es la historia novelada de una familia, cuyos miembros: Isidro, Antonio, Tomás, tuvieron que sufrir las consecuencias de una persecución motivada por el "delito" de ser considerados fascistas en una población de la retaguardia republicana en guerra. Odios y venganzas mantenidas durante años con un final atroz.
Odio en las venas (La Mancha, 1936-1943)
Odio en las venas
(La Mancha, 1936-1943)
Odio en las venas; una novela que te hará rememorar la horrible tragedia humana que supuso la Guerra Civil.
Mariano Velasco Lizcano , con esta novela, cuarta entrega de la serie "España en guerra", pretende trasladar una visión diferente de la Guerra Civil. La que tuvieron de ella algunos protagonistas que la debieron de sufrir en condiciones de persecución y represalias derivadas de su propia condición.

Razones para leer la obra:

  • Una novela que describe con crudeza las terribles represalias que tuvieron que sufrir los considerados "no afectos" en las retaguardias.
  • Una historia humana sobre la lucha en los grandes frentes: Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y Ebro.
  • Una novela llena de sentimientos, pasiones y rencores que te atrapará en su trama desde la primera página.
Decía Marco Tulio Cicerón que "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla". Y aunque no esté yo muy seguro de que desconocer la historia condene a repetirla, si creo firmemente, en cambio, que conocerla ayuda a cerrar las viejas heridas. Por eso soy un firme partidario de la Ley 5/2007, de 26 de diciembre, más conocida popularmente como "Ley de la Memoria Histórica". Porque considero un imposible pretender curar las heridas de nuestro más reciente pasado histórico sin conocer "la verdad", aunque esta solo sea la "verdad" de cada uno por subjetiva que sea. La propia exposición de motivos de la Ley establece que "…es la hora, así, de que la democracia española y las generaciones vivas que hoy disfrutan de ella honren y recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos por unos u otros motivos políticos, o ideológicos o de creencias religiosas, en aquellos dolorosos periodos de nuestra historia. Desde luego, a quienes perdieron la vida. Con ellos, a sus familias". Esto es, la Ley reconoce un derecho individual a la memoria personal y familiar de cada ciudadano. Por eso creo que la memoria histórica no puede ser, no debe ser, unidireccional en el sentido en el que al parecer ha tomado carta de naturaleza en el magín social, presentándola como una especie de arma arrojadiza a favor de uno de los bandos de los que se enfrentaron en aquel oprobio que fue la Guerra Civil. Porque no servirá entonces a su objetivo principal, que no es otro que "contribuir a cerrar las heridas todavía abiertas en los españoles y a dar satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o la represión de la Dictadura".
Convencido del valor reparador de esta ley, escribí en su momento Mancha Roja, un ensayo de investigación con vocación de búsqueda objetiva de la memoria histórica en la provincia de Ciudad Real. Y fue, precisamente, durante el periodo de documentación de aquella obra cuando topé con una de esas preguntas, con uno de esos pensamientos, que hacen pararse a uno con el ánimo de reflexionar. La cita era de Javier Ruiz Portella. Está tomada del "A modo de presentación" en La Guerra Civil ¿Dos o tres Españas?: "Cómo se pueden entender las atrocidades cometidas entre la población civil en plena retaguardia? ¿Sólo hubo las atrocidades cometidas por los fascistas? Los que murieron a manos de los fascistas figuran en algún lugar del inconsciente colectivo como víctimas del combate por la democracia. Pero quienes murieron a manos de los otros parecen haber muerto en balde; nuestro silencio, nuestro olvido, hace como si ni siquiera hubieran muerto". Desde entonces quedó grabada en mi conciencia la necesidad de recuperar la memoria histórica de todas las víctimas, fuera cual fuera su bando y el momento histórico de su pasión. Al fin todos somos reos de nuestra propia historia familiar. Y yo, como todos los demás, también tenía el derecho a dar satisfacción a quien murió víctima del odio y la violencia, aunque en este caso, ese odio y esa violencia dimanaran del propio lado de la revolución popular.
Odio en las venas es el fruto de esta inquietud personal, la expresión del propio derecho individual a la memoria personal y familiar de cada ciudadano que proclama la Ley de Memoria Histórica en su artículo 2. Pero es una expresión novelada, por tanto desapasionada y en absoluto reivindicativa. Solo ahonda en una realidad que ocurrió por mucho que esta nos duela. Y ella también constituye memoria histórica que conocer, aunque solo sea para evitar en su olvido aquello de que "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla".

Enlaces de interés:

A MODO DE PRÓLOGO

Escribo por necesidad. Esto es algo que ya he dicho en alguna otra ocasión. De modo que si insisto en ello es porque es verdad. Por tanto esta afirmación no es una pose, ni una mera frase, ni un lugar común. Y toda una trayectoria avala esta afirmación. Porque he escrito durante treinta años con tesón y perseverancia sin que por ello haya logrado ser conocido como escritor. Y escribir durante treinta años sin la contrapartida de obtener ninguna de las compensaciones que busca un escritor: fama, éxito, dinero; eso solo tiene una explicación: que uno escribe por auténtica necesidad vital, viniéndose a conformar con la satisfacción íntima que te produce el hecho de escribir. Una satisfacción muy pobre, dicho sea de paso. Pero insisto, es con la que uno se tiene que conformar.
Yo escribo todos los días, a todas las horas. Quiero decir a todas las horas que me quedan libres tras realizar mis otras obligaciones. Así que inexorablemente un trabajo sigue al otro, y mi obra, esa que poca gente ha querido leer, va alcanzando una considerable proporción. Lo que nos lleva a la cuestión del porqué elegir de nuevo la Guerra Civil como tema para esta obra en cuestión. El hecho dimana de esa necesidad de escribir para contar. Y yo siempre he sabido que quería contar una historia ciertamente personal sobre la Guerra Civil: la de aquellos que tuvieron que vivirla en las retaguardias teniendo la desgracia de no pertenecer, por ideas o por mera calificación social, al bando en que les tocó. Lo intenté con una obra anterior: Mancha Roja; pero quizá abrumado por el exceso de información, o simplemente por mera pusilanimidad, al final lo que escribí fue un ensayo de investigación que no era lo que ansiaba contar. De modo que el reto quedó pendiente ahí, en espera de que llegara el momento creador. Y como quiera que concibo la vida como una obligación de hacerse lo que uno quiere ser, algo que casi siempre se sabe —me refiero a lo que uno quiere ser— por mero descarte de lo que uno no es, o no debe o no quiere ser, pues era del todo impensable que no volviera a retomar aquel fallido intento de contar lo que quería contar sobre la Guerra Civil. Como entre medias, además, ya han pasado algunos años, y uno ha dejado a un lado el temor pusilánime a decir lo que quiere decir, guste o no —y no me refiero solo al gusto estético— pues heme aquí, de nuevo ante los folios en blanco dispuesto a cumplir con la tarea, aún sabedor, como no, que de ella solo obtendré la mera satisfacción de haberla podido escribir. Pero ya hemos dicho que si esto nos ha venido a bastar durante treinta años, no alcanzo a ver la razón por la que no pueda o deba hacerlo durante un año más. Al final Odio en las venas será fruto de la mera pasión por querer ser lo que uno quiere ser que no es otra cosa que ser escritor. Y no hay nada más.
***
Releo lo escrito en la reflexión anterior, y caigo en la cuestión de que si he llegado a afirmar que escribo por necesidad para conseguir ser lo que quiero ser, no estaría de más reflexionar sobre cómo uno descubre o se inicia en aquello que anhela ser. En mi caso todo comenzó fruto de una casualidad: mi acendrado gusto por la contemplación del cine bélico, y más concretamente por aquellas películas que tenían como escenario la II Guerra Mundial. Tal afición, ya en plena adolescencia, me condujo hasta mis primeras lecturas, que no podían ser otras que novelas de auténtico contenido bélico. Y ese fue el heterodoxo comienzo de esa necesidad. Y aunque entiendo que escrito así puede parecer un motivo excesivamente banal, habría que retrotraerse a lo que significaba nacer y vivir en un poblachón manchego en la mitad de los años cincuenta del pasado siglo, donde en nuestras casas no se veía ni un solo libro ni por recomendación. Lo que sí había eran carencias por doquier. Pues bien, en ese contexto, que un adolescente de doce o trece años decida dedicar sus escasísimos recursos económicos a comprar libros, esto era algo excepcional. Y yo lo hice porque me gustaba —aún me gusta— todo aquello que estuviera relacionado con la historia bélica, muy especialmente con la de la II Guerra Mundial.
***
Decía José Luis Sampedro que la primera regla para escribir es escribir por necesidad. La segunda regla es distinguir entre la ficción y la historia: "Hay que creerse lo que se está escribiendo. Por tanto hay que documentarse y mucho. Y pasarlo bien; y aprender cosas en ese proceso. Servirá para recrear los ambientes de forma verosímil y convincente. Ello nos ayudará a creernos mejor nuestras historias porque habremos imbricado nuestra historia en la realidad". Y esto es lo que ocurre con Odio en las venas, que personajes e historias se imbrican con la realidad hasta el punto de confundirse entre ambas. Lo cual puede generar algún problema de interpretación al futuro lector que convendría matizar. Para ello tengo que decir que todos los personajes que aparecen en la obra son fruto exclusivo de la imaginación del autor. De modo que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. En cambio las situaciones y contextos que viven —literariamente, claro está— se corresponden con hechos acontecidos en la realidad exhaustivamente documentados con las diversas fuentes que este autor ha podido consultar. Aunque no siempre, puesto que la trama novelística permite ciertas licencias a las que no he querido renunciar. En otras ocasiones los personajes reales que con carácter histórico aparecen en la obra viven situaciones que son fruto de la mera imaginación del autor, así que ¿cómo se puede distinguir lo que es ficción de lo que es realidad? Pues eso, precisamente, es la sorpresa que dejamos al arbitrio del lector. Esperamos que disfrute con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar...

Anuncios adaptables aquí (2)