Soy de los que piensan que no
existe la suerte. Existe el resultado del trabajo, de la constancia y del
desarrollo del talento. Pero al parecer no son éstas prendas que adornen con
exceso al actual conjunto social; una sociedad, dicho sea de paso, cada día más
preocupada por asuntos banales y totalmente adormecida por infinidad de asuntos
que carecen de importancia.
¡Y qué bien le viene esto al
sistema! De este modo se perpetúa y enroca haciéndose inaccesible al cambio; un
sistema aparentemente inamovible que goza del general conformismo como única
fuente de legitimidad.
Frente a ello, y faltos de una
eficaz acción colectiva, el individualismo social pergeña arma de lucha. Si
creer en uno mismo es la clave para desarrollar el talento y poder ser
constante en la consecución de un objetivo, también lo será como acicate en
momentos históricos como el actual, en que la implicación social y política
sigue en descenso sea cual sea la excusa, en general la consabida "falta
de tiempo" cuando en realidad las horas que se pasan delante de una
pantalla consumiendo tiempo es asombrosa ¿Cuántas horas de buen debate,
conversación y vida social se pierden a cambio?
Pero es que esta realidad
cotidiana hace, precisamente, que ese individualismo que pregonamos sea una rara avis dentro del panorama social.
Porque como decía Montaigne: "Hay más distancia de un hombre a otro, que
de un hombre a un animal". Y encontrar individuos capaces de desarrollar
esfuerzo y talento, que además quisieran volcar estos en un individualista
esfuerzo de carácter social, eso es como pedirle peras al olmo. ¿Por qué
habrían de hacerlo? ¿Por qué dedicar el resultado de su esfuerzo a la cuestión
social en lugar de dirigirlo a su personal aprovechamiento?
Pues por una mera cuestión de
creencia y compromiso con la cosa común. Sería como un retorno a los orígenes
de las teorías de lo público: antes de teorizar para intentar que todo cambie,
procurar cambiarse uno a sí mismo. Como aportar una tesela al bien del
conjunto en general. Y no olvidemos que es la suma de las teselas las que
configuran el mosaico.
Creo, sinceramente, que pocas
cosas hay tan dignas de aprecio como la constatación del esfuerzo por la
superación personal que puede realizar un ser humano. Sin embargo en qué poco
se estima. No admiramos a los hombres por sus propias cualidades, sino por
aquellas que les adornan o de las que alardean, en definitiva las que le son
anejas: ¿Es rico o famoso? ¿Tiene dinero o poder?
Y esta es una afirmación
fácilmente constatable. Han pensado, por ejemplo, cuánto condiciona la
presencia de una firma reconocida al pie de un texto. Incluso lo malo pasa por
bueno, mientras que al contrario, cuando el que firma es un desconocido incluso
los mejores pasajes son considerados como mera excepción, eso suponiendo que
hayamos llegado hasta ellos y no acabemos abandonando antes la lectura.
País cicatero esta España en
reconocimientos, sobre todo si son a la bonhomía, o a la dignidad y el esfuerzo.
En estas condiciones ¿Cómo pretender convertir el individualismo personal en
motor de cambio social, si menospreciamos, cuando no vejamos, el esfuerzo.
Pues nada, a seguir igual y a
confiar en políticos y partidos con sus auras de corrupción y clientelismos
fácticos, porque el final eso es lo que nos va: que nos lo den todo hecho… ¿O
no?
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