LA MALA EDUCACIÓN - Momentos para discrepar

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viernes, 16 de marzo de 2018

LA MALA EDUCACIÓN

Leo uno de los últimos artículos de opinión de Arturo Pérez-Reverte. En él hace objeto de su crítica a la “mala educación”. O mejor aún, a la simple falta de educación cívica y social personalizada en este caso por un “treintañero” que es incapaz de ceder el paso a una señora mayor, casi anciana, en una estrecha acera de una calle lisboeta. Nada fuera de lo normal en estos tiempos cotidianos, porque como el mismo autor deduce, el sujeto no ha dejado de apartarse por un descuido, ni por deliberación, simplemente no se le pasó por la cabeza, ni se le pasará nunca, que es peor, sencillamente porque ceder el paso u otros gestos parecidos ya no forman parte de su educación, de su adiestramiento social; la correcta acción es por tanto algo impensable para él. Lamentable situación —en ésta o cualquier otra versión— que contemplamos cada día.

Aunque también es verdad que suele darse con más asiduidad entre los componentes de la nueva generación, esos “veinte-treintañeros” que simplemente no saben, no conocen, lo que es la educación, que no formación. Hablo de aquella, la que se recibe en casa de manos de los propios padres, también del más próximo entorno familiar, inclusive del vecinal y social. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué han dejado de transmitirse esos valores sociales en el curso de una sola generación?


Pues algo habremos hecho mal, señores. En algo hemos fracasado como conjunto —sálvense todas las individualidades que se quieran salvar—. Y me estoy refiriendo a toda esa generación “progre” a la que pertenezco, la denominada de la Transición, que parece que se nos fue el santo al cielo con aquello de hacer política y dar a nuestros hijos “todo aquello” que nosotros no tuvimos, y se nos olvidó a cambio transmitir un principio esencial: que no hay libertad sin respeto a los demás; que no puede haber convivencia sin un mínimo de reglas cívicas que aplicar.

El caso extremo lo pude presenciar en estos últimos días. Derivó de una cuestión suscitada por un usuario de un servicio público. El funcionario le manifestaba la necesidad de que aportara el documento público del que pretendía beneficiarse, en vigor —estaba caducado desde hacía dos años—. La respuesta fue ese tuteo grosero que los jóvenes exhiben hoy: “¡Pero qué me dices… Qué me estás contando!”. El funcionario, perplejo ante la actitud del universitario, porque de un universitario se trataba, le rogó que dejara ese tuteo ofensivo y que por favor se dirigiera a su persona como lo hacía él, manteniendo un respetuoso trato “de usted”. El fulano debió pensar que estaba “ido” o algo por el estilo a juzgar por la expresión de su tez. Simplemente no sabía lo que significaba eso del “trato de usted”. No lo llevaba impreso en su ADN. Nadie se lo había enseñado o se lo había dicho nunca. Así que no entendía tal petición. Y ese sujeto caminaba directo hacia ese templo del saber que es la Universidad. ¡Lamentable!

Pero quién ha fallado ¿los padres? ¿el entorno educativo? ¿el contexto cívico y social? La obviedad de la respuesta: ¡Todos en general! tal vez no necesite de un mayor análisis o comentario. Y aunque quizá cada uno pueda esgrimir su propia experiencia personal: ¡No es mi caso! ¡Los míos no se comportan así! ¡Eso es algo que siempre ocurre en los demás!, el resultado es el que es: cada día una sociedad más grosera e intratable, cada día un medio más hostil, cada día más cobarde la sociedad ¿Quién se atreve hoy a amonestar a uno de esos niñatos pandilleros expertos en parasitismo social ante cualquier comportamiento indebido? Lo que les digo, una generación de “cobardicas” culpables que ni siquiera hemos sabido hacer lo básico: educar correctamente a los que nos han sucedido. Y hablo en término general.

Pues apañados estamos con tanta progresía como vivimos. Me refiero a la “progresía” sin valores, a esa lacra que se extendió como una plaga de la mano del derecho generalizado a vivir del cuento público y social sin dar nada a cambio. Algo que tanto aplaudieron y aplauden las élites políticas. Al fin, con “pan y circo” y una adecuada ley electoral, la nobleza de los Partidos tiene garantizada su perpetuación en el poder. Qué lamentable y que asco… El que damos y el que dan.


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