Revolución de los claveles |
Cuarenta y cuatro años hace ya, y todavía recuerdo con total nitidez aquella tarde del 25 de abril de 1974. Se presentaba triste y lluviosa. El asfalto estaba mojado y sucio y de él emanaba como un leve quejido al roce de los neumáticos de tantos vehículos que circulaban a gran velocidad. Estaba sentado en un autobús aparcado en la Plaza de Castilla, en Madrid, y la emisora de radio emitía sin descanso las noticias que llegaban de Portugal: las fuerzas armadas habían derrocado al régimen de Marcelo Caetano mediante un "golpe de Estado" incruento acogido fervorosamente por la población.
Los sucesos habían comenzado a primeras horas de la mañana, cuando los militares sublevados entraron en Lisboa y ocuparon las emisoras de radio que comenzaron a emitir proclamas revolucionarias junto a una canción de José Alfonso: "Grândola, Vila Morena", una canción que había estado prohibida y que pareció convertirse en el emblema de los sublevados. Hubo algún conato de resistencia organizada por ciertos generales, pero amediodía todas las emisoras de radio difundieron la noticia de la dimisión del dictador. E inmediatamente el júbilo popular fue incontenible, lanzándose las masas a la calle para confraternizar con los soldados cuyos fusiles aparecían adornados con claveles rojos en las bocachas. De forma inmediata se nombró una Junta de Salvación Nacional, presidida por el general Antonio de Spínola, que en sus primeras e inmediatas declaraciones aseguró que se garantizarían las libertades de pensamiento, palabra y asociación. El régimen totalitario de Oliveira Salazar, establecido hacía cuarenta años, había caído en pocas horas y de una forma tan suave que resultaba espectacular. Los periódicos de Lisboa se publicaban sin censura, mientras las calles eran una auténtica fiesta. Después, con la liberación de los presos políticos y el inicio de negociaciones con los líderes independentistas de las colonias, el camino político quedaba definido: la urgente convocatoria de elecciones libres que habrían de hacer de Portugal una república democrática.
Recuerdo que escuchaba aquellas noticias con auténtica preocupación. El movimiento estudiantil español, ampliamente politizado, se sumó de forma inmediata a la algazara y la alegría por los sucesos de Portugal, y pronto en las colas de los autobuses comenzaron a verse grupos que portaban claveles rojos y puños en alto. Como consecuencia, la presencia de los "grises" no se hizo esperar. Así que allí estaba otra vez, corriendo delante de los anti disturbios y de nuevo sin saber por qué. Bueno, lo único que tenía muy claro era que si no corría me iban a "hinchar".
No participaba yo por aquel entonces de aquellos entusiasmos democráticos. Pero no porque no los compartiera, sino simplemente porque desconocía su valor; no sabía qué podían significar. Procedía de un medio en el que siempre había vivido bajo un concepto de tradición e inmovilidad. El orden establecido era incuestionable, y cualquier opinión contraria era rápidamente silenciada. Y aquellos que la aprobaban o ejercían la disidencia, estaban condenados a sufrir un inmediato rechazo, un auténtico estigma social para el atrevido que osase discrepar. Así que cualquier cosa que sonara a revolución, fuera pensamiento o acción, me creaba un espectro de miedo y rechazo que apenas conseguía superar. Sí, aquel era el mundo y los valores que me habían inculcado y que por tanto me condicionaban. De modo que no veía bien estas manifestaciones, ni a aquellos que las organizaban. Pero callaba, esencialmente porque abrir el pico en ese ambiente para discrepar de lo que era la tónica general podía suponer una auténtica temeridad de consecuencias inciertas que nunca se sabía cómo podían terminar. Así que procuraba centrarme en unos estudios que a la postre odiaba. Pero lo que no podía imaginar, por aquel entonces, es que las cosas pronto comenzarían a cambiar.
Todo comenzó el día 9 de julio de 1974, cuando Franco fue ingresado en la ciudad sanitaria que llevaba su nombre para ser tratado de una flebitis. El ingreso hospitalario se prolongó, de modo que don Juan Carlos de Borbón, el día 9 de agosto, presidió por primera vez un Consejo de Ministros. Parecía con ello que el Régimen podía evolucionar desde su propia esencia hacia otras formas democráticas. Aunque la realidad confirmaba que este no iba a ser un camino de rosas, precisamente. De hecho, tan solo unos días antes, en Carmona, un jornalero de treinta y siete años, padre de tres hijos, había muerto tiroteado por la Guardia Civil. Su delito: manifestarse junto con otros vecinos en protesta por la grave escasez de agua que asolaba a la población.
Así era la España de mediados de los años 70 |
Sí, así era la España de mediados de los años 70: violencia, abuso de poder y desesperación social por un lado; y sin embargo, por otro, la esperanza de que las cosas iban a cambiar ¡Y pronto, además!
La cuestión consistía en saber cómo se iba a hacer ese cambio político ineludible en la historia del país: de forma pacífica y consensuada, o con una violencia desatada y sin control… Ese era el camino que a la postre constituiría lo que después se habría de conocer con el sobrenombre de "Transición".
Extracto del libro Colores y silencios (II) - Memorias de la Transición https://www.amazon.es/dp/1549553828
Sí, así era la España de mediados de los años 70: violencia,
abuso de poder y desesperación social por un lado; y sin embargo, por otro, la
esperanza de que las cosas iban a cambiar ¡Y pronto, además!
La cuestión consistía en saber cómo se iba a hacer ese
cambio político ineludible en la historia del país: de forma pacífica y
consensuada, o con una violencia desatada y sin control… Ese era el camino que
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