LA DEMOCRACIA ESCÉPTICA

Me preocupan sobremanera las redes sociales, a pesar de comprender que constituyen un incuestionable avance en la cuestión democrática: esa capacidad de poder llegar a un potencial infinito de lectores es, sin duda, el más alto logro tecnológico al servicio de la pluralidad.

Y sin embargo nunca hemos puesto tan en duda el ejercicio democrático como en el momento actual: la crisis de la democracia parece consolidarse, y los avances de los populismos políticos no hacen sino consolidar esa opinión; el triunfo en Brasil de Jair Balsonaro así parece indicarlo; grandes masas de electores votando al "hombre fuerte" en clara amenaza a la democracia pluralista.

Los analistas políticos elaboran sus teorías al respecto interpretando el avance del neoliberalismo como una marcha atrás en el proceso democratizador. Pero ¿y si esto no fuera así?; y si la aparente crisis de la democracia contemporánea estuviera motivada por un exceso de democracia más que por un déficit de la misma.

Es el concepto de hiperdemocracia que algunos autores están retomando, aunque ya lo empleara, entre otros, el filósofo Ortega y Gasset, para indicar aquel proceso por el cual las prácticas democráticas habituales son a la vez democratizadas produciendo en la realidad unas consecuencias negativas para su funcionamiento.

Si en las precondiciones del ejercicio democrático, un papel fundamental lo desarrollan y lo llevan los medios de difusión profesionales, en el momento actual el libre acceso a las redes de comunicación social permiten a cada cual publicar su opinión en cuestión de minutos, teniendo una difusión que en algunos de los casos llega a ser viral, pero sin pasar el filtro mínimo de un contraste de veracidad de lo publicado, por no decir de un análisis metodológico de la opinión manifestada. Es decir, hoy cada uno publica lo que le viene en gana sin ningún tapujo ni pudor, y eso lo que está produciendo es un socavamiento de los pilares democráticos desencadenado por la propia práctica democrática.

Lo cierto es que el aumento de conocimiento social tiene efectos movilizadores; los ciudadanos disponen de una enorme cantidad de información disponible a través de la red. Pero esto en modo alguno supone que mejore el conocimiento de la verdad, porque la sobrecarga informativa muy probablemente desvirtúa esa verdad. Pongamos, por ejemplo,  el mediático caso del menosprecio a la bandera realizado por el humorista Dani Mateo. Casi inmediatamente las redes se vieron inundadas de millones de mensajes tachando al humorista de antipatriota, cuando no de bastardo y mal español; pero al mismo tiempo surgieron otros tantos mensajes de sentido contrario, diciendo que el patriotismo se demuestra cumpliendo con el IRPF, y no con la sumisión-adoración de la bandera nacional: ¿dónde está la verdad ante tal polarización en los mecanismos informativos?

Ante ello, una actitud escéptica está tomando carta de naturaleza: la confianza en las instituciones democráticas se deteriora, tanto más cuánto más conocimiento tiene el escéptico. Es decir, los individuos más preparados y capacitados están decidiendo apartarse de la democracia en un contexto donde prolifera un flujo arrollador de mensajes banales y extremos.

Es en ese caldo de cultivo en el que prolifera el populismo involucionista autoritario y ultraconservador. Frente a ello solo puede esgrimirse el ejercicio simplificador de la teoría política para explicitar que de lo que se trata aún es de decidir si se opta por la idea liberal o la socialdemócrata (con sus distintas variantes o tendencias). Que no hay nada más. Y que toda la diversificación pluralista, al parecer y atendiendo a la realidad política, no hace otra cosa sino incidir en la creación de escépticos y en la paralización institucional. Algo que constituye una de las mayores amenazas al ejercicio humano de la libertad personal. Al menos, eso creo yo.