AMANECER - Momentos para discrepar

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lunes, 17 de diciembre de 2018

AMANECER

Es bello contemplar amanecer. Lo he visto en múltiples ocasiones, y siempre me ha parecido excepcional. Pero contemplar amanecer desde la ventanilla de un tren, no solo tiene su aquel, sino que suele convertirse en uno de los más espectaculares y emocionantes que yo haya podido contemplar.
Puente
Amanecer
Ante esta aseveración creo que antes de seguir debería indicar al hipotético lector que, por razones de índole laboral, pueden cuantificarse en miles las veces que he podido ver amanecer desde el tren. Y aunque la mayoría de las ocasiones me haya pasado inadvertido, en otras me he parado a contemplarlo bien; con paz y sosiego, recreándome en el lento paso del tiempo en que la luz va venciendo a las tinieblas, y las siluetas de la vida comienzan a tomar forma y nitidez.
Así me ocurre ahora, en este momento, cuando el tren recorre las fértiles llanuras del Guadiana por las extremeñas tierras de Badajoz. Observo un cielo delimitado por una franja de oscuros nubarrones, mientras que al otro lado de esa singular frontera celeste, el cielo está limpio y calmo; rojizo por aquellos puntos que reflejan los primeros rayos del astro que vuelve a nacer.
Carrizos y juncales bordean a ese Guadiana crecido que es el río por estos predios, a diferencia de lo que es por mi tierra, La Mancha, donde dice la tradición que nacía el río Guadiana, y que desde hace décadas dejó de correr sin que eso nos causara la menor preocupación ¡Qué cosas que dirían nuestros ancestros!
Se tornasolan los nublados de un modo intenso, como si fueran una bola de fuego que amenazara con cumplir alguna de las epidemias bíblicas: es de una belleza agresiva y espectacular; algunos palmerales bordeando campos de cultivo en regadío. Todo lo debe esta tierra al Guadiana; sin él no sería tan fértil y próspera como es; con una actividad agroindustrial capaz de crear toda esa riqueza que conforma la idiosincrasia particular de la vega extremeña.
Aún se muestra tenue la luz. Por entre los carrizales puedo ver las blancas casillas labriegas, siempre rodeadas de esas palmeras que han de darle sombra durante las refulgentes horas del día, esas en que el resplandor de la luz solar es tan intenso que hace reverberar el horizonte que se atisba en su infinita inmensidad.
Es curiosos e inquietante poder detenerse a contemplar los distantes parajes que se suceden a través de ese marco de cristal de la ventanilla del tren; debe hacer frío en el exterior, pues en el interior la temperatura aún no permite que se calienten los pies: una pequeña incomodidad que se corregirá poco después, a medida que aumente la temperatura exterior.
La bola de fuego del astro se muestra ya completa en el horizonte, permitiendo apreciar el intenso verdor de los incipientes cultivos y la plenitud de la dehesa extremeña, aquella que cantara Delibes en Los Santos Inocentes, tan rica para algunos, y tan dura y miserable para aquellos que las servían. Aunque por fortuna, mucho han cambiado los tiempos desde entonces, y hoy estos predios son fuente de vida y prosperidad, configurando algunos de los extremeños pueblos —Don Benito, Villanueva de la Serena— con mayor renta per cápita del país.
Contemplo también algunos olivares. Me transmiten un sonoro silencio mitigado por  el susurrante traqueteo del tren, un característico ruido incapaz de reproducirse en ningún otro lugar.
Ocho de la mañana; ya llevamos algo más de una hora de viaje, y me percato de que salvo ese "runrún" ferroviario, no he oído ni una sola palabra. Es cierto que viaja poca gente; pero ¿ni un saludo, ni un "buenos días"? ¡Nada!; los escasos viajeros hundidos en las pantallas de sus móviles ajenos al mundo a su alrededor… Me pregunto cuántos de ellos se habrán parado a contemplar el amanecer.
Se rompe el silencio: ¿algún saludo; alguna susurrante conversación? Tan solo el penetrante y metálico zumbido de una llamada telefónica, y el desaforado monólogo de respuesta de su propietaria, manteniendo una inesperada y unidireccional conversación de elevado tono y sin respeto alguno al contexto; un espacio público en el que a los demás no les queda otra que aguantar ¡Así son las cosas, porque así son los tiempos!
DEHESAS EXTREMEÑAS
Inmensas encinas; extensos encinares; árboles de maravilloso porte, señorío y grandeza acumulada en siglos de crecimiento ¿Cómo se pueden talar? ¿Cómo se pueden destruir dehesas de este porte? Debe de haber alguna alternativa —me digo—; algún mecanismo que posibilite el equilibrio entre rendimiento económico y conservación de la naturaleza, aunque yo no sepa cuál es. Pero que aún subsistan algunas de estas dehesas corrobora mi argumento: no habrían permanecido, si no.
La cabaña ganadera pace en libertad; enormes piaras de "cerdo ibérico", rebaños de ovejas y corderos; también algún vacuno para engorde; unas explotaciones agrarias en plena simbiosis con los intensivos parcelarios regados por los canales del antiguo "Plan Badajoz": ¡Qué contraste con las industrializadas áreas periféricas de muchas de las grandes ciudades!; necesarias, sí, pero tan desconsoladoras y hostiles ¡Qué lejos de esta belleza del campo extremeño!
Tal vez por ello, hoy he decidido capturar este momento para escribir estas cotidianas sensaciones que ya parecen reliquias de otros tiempos ¿¡Contemplar el paisaje!? ¿¡Reflexionar sobre el cotidiano hacer!? ¡Sí!; sin duda un mero ejercicio personal que muchos calificarán como excéntrico en su inutilidad.
A mí, en cambio, me parece la forma más intensa y enriquecedora de apresar el momento, de vivir el aquí y ahora, de saber que nada está ocurriendo en mi vida salvo este momento. Tal vez por eso he querido apresarlo aquí, en estas páginas inconexas escritas entre los vaivenes de un anónimo tren que, como cada mañana, recorre su itinerario sin que sus ocupantes tengan tiempo de pararse a mirar ¡Mirar la vida que pasa desde la ventanilla de un tren! 

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