NÁUFRAGOS EN RUIDERA - Momentos para discrepar

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viernes, 7 de diciembre de 2018

NÁUFRAGOS EN RUIDERA

Me gusta escribir ¡Lo reconozco! Disfruto con ello; me encanta plantearme retos, investigar, y después ir viendo cómo nace y crece la obra que pretendo pergeñar. Siento una satisfacción inmensa cuando concluyo un trabajo. Y a pesar de que también vivo la desolación y el vacío que suele quedar cuando se culmina una ilusión, lo supero inmediatamente, porque enseguida mi corazón me propone otros retos y metas que alcanzar. Y me siento afortunado por ello; aunque tengo que reconocer que no todas las cosas me satisfacen por igual. Que hay retos, y retos; y que no es lo mismo escribir sobre una, que otra cuestión. Y esto que digo, lo acabo de comprobar.
Ruidera: laguna Conceja
Ruidera: laguna Conceja
He dedicado el último año de mi vida a escribir otra novela; esta vez inspirada en la posguerra civil, con el colofón añadido de situar el desenlace final en el trasfondo de la guerra de Ifni, nuestro último episodio bélico colonial. Y ello me ha causado no pocas dudas y sinsabores. Pero también grandes satisfacciones. He podido conocer a gentes que vivieron esa guerra, que estuvieron allí —algunos estuvieron poco después—. Ellos, con sus correos y sobre todo a través de sus artículos y colaboraciones en la web "El rincón de Sidi Ifni" me posibilitaron conocer sus recuerdos y quejas. Otros me animaron en los momentos de dificultad. Hasta que por fin la acabé. Después surgió de nuevo el vacío, esa insatisfacción que produce la duda ¿se leerá? ¿Estará condenada a pasar desapercibida como tantas otras más?
Por suerte para mí enseguida nació la idea del nuevo reto que superar. Un reto que ha de volverme de nuevo hacia el mundo al que tantos años de mi vida dediqué: el del medio ambiente en La Mancha y la crónica de su destrucción. Y ello ha supuesto para mí, una extraña paradoja: la de volver a escribir sobre un tema del que yo suponía que ya había dicho todo lo que tenía que decir. Pero resulta que no: que no había escrito todo lo que tenía que escribir. Y esto me hace descubrir que puede que sea cierto aquello que un día leyera, y que venía a decir que muchos autores se aferran a una tierra, a un paisaje, a una naturaleza donde desarrollar sus historias.
Porque es cierto que en mi caso, nada de lo que he escrito, y de lo que probablemente escribiré, podría entenderse sin el concurso de mi tierra, de sus paisajes y sus gentes. Aunque de entre todo ello, donde verdaderamente más me encuentro conmigo mismo, es cuando vuelvo a escribir sobre naturaleza; sobre esa naturaleza herida por el progreso y la interminable sobreexplotación de nuestros acuíferos subterráneos.
Volver a retomar las viejas obras y escritos; redescubrir aquellas luchas que antaño fueran, y que en algunos casos siguen siendo, me ha provocado un profundo sentimiento de añoranza y nostalgia. Porque nada puede igualar la pasión creadora que surge cuando se escribe con sentimiento: "Diario de un ecologista" "Don Julio Maroto: un maestro en defensa de la naturaleza" "De Ruidera a Daimiel: crónicas del caminar", y tantos y tantos escritos más —artículos, colaboraciones, ponencias, ensayos— son buena muestra de esta aseveración.
De toda esa literatura me siento satisfecho, aunque debo reconocer que el trabajo dedicado a don Julio Maroto —en colaboración con su hijo, mi amigo Luis Maroto—, provoca en mi ser un especial sentimiento. Porque supuso para mí, la culminación del homenaje que yo le debía y que por tanto le tenía que hacer. Don Julio Maroto fue mi mentor en estas lides. Con él aprendí a conocer y amar esta tierra arrasada por la esquilmación que sufría el acuífero 23; él me encaminó hacia la senda de la militancia "ecologista", el compromiso y la acción. Con él descubrí, ríos, lagunas y charcones. Y por fin, con él crecí en la denuncia a través de centenares de colaboraciones en los más diversos medios de comunicación.
Pero si don Julio Maroto fue mi mentor, tengo que reconocer que la continuidad en esas lides también se debió a la fortuna de conocer a otra "gran personalidad" dentro de este mundillo de la individualidad ecologista: Salvador Jiménez Ramírez; porqué él fue quien me "descubrió" Ruidera en toda la esencia de su ser. Gracias a Salvador yo he podido conocer toda esa riqueza oculta que en forma de historia atesora el parque natural. Con él he vivido interminables jornadas; pateando montes y cañadas, socializando y educando a centenares de visitantes a los que de forma ordenada y sistemática llevábamos hasta Ruidera: en excursiones, cursos, talleres o aulas. Con ellos siempre se ha volcado Salvador; siempre dispuesto a atender mis demandas de formación. Juntos, pues, hemos vivido cosas buenas y malas —más malas que buenas, dada la peculiaridad de aquel entorno poblacional—; juntos crecimos en el activismo medioambientalista, compartimos nuestras respectivas obras, nos ayudamos mutuamente.
Salvador Jiménez explica los grabados en el travertino
de la laguna Tinaja (Ruidera)
Así que también a Salvador le debo un homenaje. Pero esta vez quisiera hacerlo cuando todavía está, cuando todavía puede leer con sus ojos lo mucho que le aprecio y admiro, cuando todavía se le puede saludar por la calle, darle la mano, y decirle siquiera ¡Gracias por todo, Salvador!
Así que sí, que efectivamente todavía me quedaban cosas que escribir sobre esos "viejos temas" que desgraciadamente siguen siendo actuales. De modo que he vuelto a tomar mi cuaderno de notas, los viejos libros, la hemeroteca y los archivos fotográficos… Después he tomado un rotulador verde, y he titulado en la primera hoja "Náufragos en Ruidera"... Después me he puesto a escribir.

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