EL CAMINO - Momentos para discrepar

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domingo, 18 de agosto de 2019

EL CAMINO

de Miguel Delibes

Hay libros que pueden llevar toda la vida en las estanterías de casa. O al menos, eso es lo que parece, porque recordamos haberlos visto allí desde siempre. Son esos libros que uno leyó de forma temprana; sin saber saborearlos y sin encontrarles valor. Luego volverían a ocupar su sitio en los anaqueles, y allí parece que supieron camuflarse con el entorno, resistiendo entre novedades y libros más jóvenes, como en espera de que otras manos volvieran a tomarlos, acariciando su lomo, sobando sus páginas; y otros ojos, quizá más sensibles, volvieran a recorrer los surcos de la tinta impresa que forman sus párrafos.
EL CAMINO, DE MIGUEL DELIBES
Portada de El camino
Me ocurrió con El camino, de Miguel Delibes, del que en su momento solo aprecié una historia simple, sin ningún atractivo, una supuesta obra maestra que yo no supe encontrar.
Insistí en su segunda, e incluso, tercera lectura, años después. Y reconozco que, si tardé en encontrar sus valores, también, cuando éstos me tocaron, consiguieron afianzar al escritor como uno de los autores principales en mi haber. Tanto, que, en la contraportada de mi ejemplar pude escribir: “Cuando se imprimió este libro (1992), yo iniciaba mis primeros pasos literarios, escribiendo, bajo la inspiración de este autor, mi Diario de un ecologista. Conseguí publicarlo veinticinco años después, curiosamente mientras reiniciaba la tercera lectura de esta obra genial que me inspiró. Está fechada la nota, el 25 de octubre de 2014.
Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es, probablemente, uno de los autores más relevantes de la literatura española de posguerra. Se dio a conocer al gran público cuando ganó la edición del premio Nadal, en 1947, con La sombra del ciprés es alargada.
El camino, no obstante, fue la obra que convirtió al escritor, con apenas algo más de treinta años, en uno de los autores de referencia de la España de los cincuenta.
Se trata de una novela de iniciación, tanto en lo referente al autor, como en lo referente al personaje principal, Daniel, el Mochuelo; un niño que está a punto de salir de su aldea para iniciar sus estudios en la provinciana capital, iniciando un camino hacia lo desconocido —es decir, el camino de la vida— y dejando con ello atrás todo su mundo conocido: aquel hogar, aquellas calles, aquellos amigos que han representado toda la felicidad durante sus once cortos años de vida.
En la redacción de la obra, Miguel Delibes, encontraría el que a partir de ese momento será su estilo narrativo característico, una forma de escribir que apuesta por la sencillez, la naturalidad y la autenticidad como las formas principales de su hacer profesional.
Pero lo que en mi opinión representa el valor fundamental de El camino, es el descubrimiento del mundo rural de la posguerra española, con su vida miserable y simple, y sus valores ancestrales: un mundo que apasiona al autor por ser el propio que le condicionó durante sus años de infancia, y que ya siempre defenderá en oposición a los valores urbanos de la modernidad: es la contraposición del campo y la ciudad, ensalzada, inclusive, con un tono elegiaco que también posibilitó dar un aire social a la novela. 
Otra de las facetas más interesantes de la obra, consiste en la recreación de los personajes; desde los tres niños, Daniel, el Mochuelo, Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso, hasta el resto, con los que logrará recrear costumbres y oficios, para configurar el panorama social de la vida rural en la atrasada Castilla: la iglesia de don José, la escuela de don Moisés, la taberna del Manco, el huerto de Lucas, la poza del Inglés —sinónimo de la futura tragedia—; en definitiva, toda la vida de un pueblo rural desfilará ante los ojos del lector. Y todo ello, en el espacio narrativo de una sola noche y desde la perspectiva de un narrador en tercera persona que se alterna con otro omnisciente que, todo lo sabe, todo lo juzga, todo lo recrimina o aprueba guiando al lector hacia los valores que el escritor desea ensalzar.
¿Y cuáles son estos valores?
Pues sin duda alguna, la naturaleza en clara contraposición al mundo de la ciudad. La vida en el campo constituye para Delibes, lo lógico y lo natural; lo sano, en suma. Sus valores son esenciales y es en ellos donde pueden florecer otros como la amistad, la ayuda mutua, el compañerismo… Aunque no solo surgirían estos valores positivos, porque también aparecerá de forma lacerante y cruel, todo lo que el rancio oscurantismo castellano elevó al rango de adecuada conducta social: las apariencias, el peso de la tradición, la quisquillosa murmuración, la vergüenza por traspasar las fronteras de la decencia.
En resumen, una obra maestra literaria que si en su día no aprecié, luego constituyo pilar, junto a otras —Las ratas; Los santos inocentes—, de gran parte de mi propio hacer. Y tal vez sea por eso, al releerla por cuarta vez, que no haya querido dejar de pasar la oportunidad de reseñarla en este blog ¡Ojalá que ello anime a jóvenes y otros posibles lectores a descubrir a este autor!

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