D O M I N G O - Momentos para discrepar

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domingo, 16 de febrero de 2020

D O M I N G O

Las mañanas de los domingos suelen ser iguales para mí, una especie de ritual que me encanta realizar. Comienza cuando esa cosita pequeña y maravillosa que es mi nieta, pasa trastabillando a la habitación, me pone la radio —ya aprendió cual es el botón para ello—, me entrega las gafas que hay sobre la mesita, coloca las zapatillas en su posición, tirando después de las sábanas, y obligándomelas a poner. Después, me toma de la mano, me lleva al baño y me pide que la duche. Y claro, cómo no, yo me derrito de cariño y amor ¡quién me lo iba a decir!
Después, ese placer que es la ducha caliente y que me gusta prolongar, el potente desayuno a base de frutas y tostadas, e inmediatamente, el acomodo en mi sillón, la contemplación de la mesa de trabajo, y la constatación evidente de que al fin he aprendido a ser consciente de esos momentos del presente y a entenderlos como lo que son: verdaderos instantes de felicidad.
La luz inunda el despacho porque luce un sol radiante y reverberan las blanquísimas fachadas que tengo frente a mí. Observo mi lista de tareas a pesar de conocer que hoy toca escribir una entrada para el blog. Y como no me permito, por disciplina, saltarme ninguna de ellas, ni alterar su orden, me entra el pánico sobre qué escribir.
Y vuelvo a preguntarme lo mismo de siempre ¿Por qué escribo?, si luego, prácticamente, nadie lo va a leer.
El viernes pasado pude asistir a la presentación de un libro en ese extraordinario marco que supone la tradicional y casi institucional papelería de Mata. Porque Isabel Mata lleva tiempo empeñada en conseguir hacer del local un punto de referencia en el mundo literario comarcal. De modo que promociona este tipo de presentaciones y encuentros con autor, a los que, poco a poco, supongo, irá añadiendo algunas actividades más.
En este caso se trataba de la presentación de La reina amazona, de Patricia Betancort, muy bien acompañada por Diego Ortega, que llevó genialmente su papel. Y para mi sorpresa, ese pequeño y recoleto lugar de presentación, se llenó en su totalidad. Y reconozco que ello me encantó ¿Acaso empieza a interesar la lectura en este lugar de la Mancha?
LA REINA AMAZONA
Me gustó la disertación de la autora, aunque chocara en mi interior su forma de concebir y tratar la elaboración de una novela histórica. Luego, el posterior debate ya no lo disfruté, porque de alguna manera acabé siendo parte de él, y cada vez me gusta menos participar en público. No obstante, Patricia, amabilísima, me realizó una extensa dedicatoria, y a cambio me comprometí a leer la obra, por supuesto, y a realizar una reseña de ella. Algo que tengo que cumplir.
La nota negativa vino después, cuando marché hacia casa, porque no pude menos que recordar cuando Isabel Mata me invitó a hacer un acto similar de presentación de uno de mis libros. Tan solo asistió una persona, Paloma Mayordomo, y ello por la relación cultural que entonces manteníamos en relación con la Escuela de Escritores que dirigía.
Recuerdo que me sentí hundido y decepcionado, afianzándome en la idea de la inutilidad de mi trabajo. De modo que, en contraste, gocé de esa asistencia de público para acompañar a Patricia, porque tengo la suerte de no envidiar, y eso sí que es un logro personal, o al menos lo creo así.
Porque según mantiene una muy importante corriente de la psiquiatría, la envidia duele; y que cuando uno es envidioso y se entera de que a alguien le va mal, se produce como un mecanismo de compensación en el cerebro aliviando el dolor que siente. Que cuanto más baja autoestima se tiene, más se alegra uno de que le vaya mal a los demás. Pero no es mi caso, a pesar de considerar que no tengo en mucho mi autoestima. Me alegran, sinceramente, los éxitos de los demás —en una de mis obras escribí, hace años, lo mucho que disfruté y me emocionó la presentación De poeta por la feria, de nuestro entrañable Santiago Ramos. Y así ha seguido siendo hasta hoy. Y como ya soy demasiado viejo para cambiar, pues me esfuerzo no solo en disfrutar esos actos, sino convertirlos en momentos de felicidad.
Y así, como el que no quiere la cosa, con estas banales reflexiones, ya hemos concluido la primera tarea de este nuevo domingo. Y saben qué, pues que a pesar de su nimia importancia, y de saber que poca gente lo leerá, a mí me ha llenado de felicidad.

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