MANCHA HÚMEDA (VIII) - RÉQUIEM POR LAS TABLAS DE DAIMIEL - Momentos para discrepar

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lunes, 3 de febrero de 2020

MANCHA HÚMEDA (VIII) - RÉQUIEM POR LAS TABLAS DE DAIMIEL

Cantan los voceros a los cuatro vientos con las Tablas en la boca y la hipocresía en el corazón, solicitando un agua capaz de encharcar ese cadáver ecológico que es en la actualidad el parque nacional de las Tablas de Daimiel.
La última vez que lo visité, hace unos meses, tanto mis acompañantes como yo casi fenecemos de insolación; y eso que ya era tiempo de otoño y el sol no calentaba, ni con mucho, a su máximo potencial.
RÉQUIEM POR LAS TABLAS DE DAIMIEL
Hundido en mi introspectivo silencio, paseaba por sus fantasmagóricas pasarelas sin poder evitar retrotraerme en el tiempo y ponerme a pensar. Y recordé, sí, recordé aquella primera vez que las visitara. Corría el mes de junio del año 91, y yo acababa de despertar a la conciencia ecologista de la mano de los sucesos sociales acontecidos por la sobreexplotación del acuífero 23. De modo que embarqué a mi familia en el coche, y nos fuimos a visitar el parque nacional.
Reconozco que nunca antes, en toda mi vida, había sentido preocupación o inquietud por esa naturaleza extrema que me había rodeado siempre, desde que nací. Y que entonces, así de sopetón, comencé a escuchar, una y otra vez, que aquello se acababa irremediablemente, que carecía de solución en aquella tesitura.
Así que, visitar las Tablas se había convertido para mí, en algo así como una asignatura pendiente: tan cercanas, tan a la vuelta de la esquina… Y sin embargo nunca antes había sabido encontrar el momento oportuno para poderlas visitar. Y entonces decidí hacerlo; en pleno verano y con todo el calor ¡Qué atrevimiento, y qué desconocimiento!
Llegamos al centro de recepción: un impreso abúlico con unos itinerarios a seguir, y la apatía, la soledad y la decadencia del lugar. A los pocos minutos, mis hijos casi se habían deshidratado por el calor: ni un ave, ni una anátida, ni una mínima zona encharcada; solo un cementerio medioambiental.
Regresamos anonadados, casi febriles por la solanera, decepcionados ¿Esto era un parque nacional?
Pese a todo ello, no me dejé ganar por esa primera impresión. Así que decidí regresar: en otoño, con las primeras lluvias y la temperatura más acorde, buscando la guía y colaboración de un experto conocedor de la zona. Y así fue como comencé a apreciarlas, a través de las explicaciones que me daban, y de unos ojos dispuestos no solo a ver, sino también a apreciar todo lo que había detrás: una extensión de unas dos mil hectáreas plenamente horizontal, que tradicionalmente había permanecido encharcada gracias a los múltiples “ojos” o afloramientos de aguas dulces del acuífero 23, junto con las más salinas que aportaba el río Gigüela, lo que daba lugar a una extensa nava verde de singular belleza e importancia; tanto que, en su contraste con la reseca llanura que la rodeaba, hacía de la zona uno de los humedales más importantes de Europa, y de España en particular.
RÉQUIEM POR LAS TABLAS DE DAIMIEL
Y me convencí de que aquello era “mi causa”, o al menos una parte fundamental de la misma. Desde entonces han transcurrido casi treinta años, y no podría cuantificar el número de acciones en las que participé, organicé o describí, para intentar movilizar y ser parte activa de su recuperación: charlas, visitas a colegios, institutos, universidades; publicaciones, libros, ponencias, jornadas, seminarios, programas institucionales… Treinta años de mi vida dedicados a una causa que, salvo a una minoría concienciada, a nadie más le ha querido importar.
Y ahora estaba de nuevo allí, para constatar nuevamente aquello que viera tanto tiempo atrás: un artificio, un cadáver, un estandarte para mantener oscuros privilegios de unos y otros; instituciones, regantes, privilegiados en suma por las distintas subvenciones medioambientales de la Unión, y toda la desfachatez del mundo para seguir trasladando desde sus voceros la misma manipulada desinformación.
En fin, qué pena me dio. Tan solo me pregunté ¿Tendrá algún día alguien con responsabilidad política, la suficiente vergüenza y dignidad para no seguir engañando a nadie, y hacer lo que hay que hacer?; esto es, descatalogar el parque nacional de las Tablas de Daimiel, y certificar su defunción.
Pues me temo que no; así que nada, sigamos celebrando el día de los humedales, y que viva la desfachatez.

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