MANCHA HÚMEDA (X) - RUIDERA: EL COMIENZO - Momentos para discrepar

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domingo, 23 de febrero de 2020

MANCHA HÚMEDA (X) - RUIDERA: EL COMIENZO

Don Benito Pérez Galdós gustaba decir sobre su propia vida: “Yo nací en Madrid a los veinte años”. Pues algo similar podría decir yo mismo en relación al parque natural de Ruidera: “Yo nací a Ruidera a los treinta y cinco años, en Argamasilla de Alba, en el salón de conferencias de su Casa Cultural”. Y supongo que esa es una afirmación que puede sorprender. Pero aún a fuer de ser así, esta es una historia larga; y por algún lado la tenía que empezar.
Y comenzó, lo he dicho otras veces y en otros contextos, en el verano de 1991, de la mano de lo que después se denominó “guerra del agua”, una crisis socio-política que se dio entre gobernantes y determinada organización agraria, por el control del agua subterránea que, a tenor de la nueva Ley de Aguas de 1985, se habría de gestionar por unos entes de nueva creación: las comunidades de regantes; instituciones que ambos tipos de poder, querían controlar.
PARQUE NATURAL LAGUNAS DE RUIDERA
Lo cierto, es que, por aquellos años, el inaguantable calor abrasaba la tierra, y la extraordinaria sequía agravaba la situación. Para entonces, en la Mancha se habían secado todos los ríos, las tablas de Daimiel ardían con sus turbas subterráneas, los Ojos del Guadiana se habían convertido en extensos maizales, y del resto de los humedales salinos, poco era lo que quedaba ya. Aunque algo sí quedaba todavía: el parque natural de Ruidera, que, a pesar de los pesares y de su crítica situación, resistía como podía los avatares de la sequía, los regadíos y el mucho calor.
Llegado este momento, hay que decir que allá, a mediados de los años sesenta, en la Mancha, vivir a sesenta y cinco kilómetros de Ruidera suponía una especie de barrera infranqueable, pues eran como islas nuestros pueblos y comarcas, y nunca tan corta distancia pudo parecernos más lejana ¡Imposible pensar en aquellos años en llegarse hasta allí! Porque nos faltaba de todo: medios de transporte, vías de comunicación, recursos económicos… Pero, sobre todo, lo que nos faltaba era interés. Nuestro mundo se reducía a muy poca cosa. El pueblo era nuestro universo, y fuera de él no había nada más. En el pueblo vivíamos, jugábamos, soñábamos, entre calles embarradas y desconchados paredones de tierra. Y fuera del mismo, pocas eran las cosas que nos llegaban a importar. Y así transcurrió toda una vida de infancia y adolescencia que acabó cuando tuvimos que partir. Porque de allí nos fuimos todos: unos a trabajar, otros a cumplir el servicio militar; algunos, los menos desde luego, a estudiar. Y del pueblo ya solo quedaron recuerdos y nostalgias.
Pasados los años, yo fui de los que tuve la suerte de volver. La mayoría, sin embargo, quedaron atrapados en la gran ciudad. Y fue por entonces, a comienzos de los ochenta, cuando descubrí Ruidera. Quiero decir, cuando comencé a visitar Ruidera como uno de tantos turistas más; para disfrutar del baño y del agua, comer con los amigos, dar asueto a los niños, y después poco o nada más. Porque a la hora de volver a casa, salvo el cansancio acumulado por el mucho calor, poco más nos solíamos llevar. De Ruidera, lo único que nos importaba, es que era un sitio, espléndido y cercano —para entonces, ya el vehículo particular se había generalizado—, adecuado para pasar un día de asueto, y poco o nada nos importaba ninguna otra cuestión, ningún problema de los que pudiera afectar al parque natural. Me comportaba, entonces, igual que sigue comportándose la mayor parte de los visitantes de la actualidad: me limitaba a disfrutar, y a lo demás… ¡Que le dieran!
Por eso, insisto, yo nací a Ruidera a los treinta y cinco años, en Argamasilla de Alba, en el salón de conferencias de su Casa Cultural.
NAUFRAGOS EN RUIDERA
Tres hombres; tres diferentes conceptos; una misma causa
Fue en un acto convocado por una agrupación de partidos políticos, sindicatos y entes sociales, que vinieron a denominar como “Coordinadora 0”, y que nació para defender la opción “cero extracciones” de aguas subterráneas en el acuífero 24 del Campo de Montiel. Lo que vino a confirmarme que, en aquél ámbito territorial, estaba ocurriendo lo mismo que desde unos años antes en el Campo de San Juan: que la implementación de una agricultura intensiva de regadío amenazaba con llevarse por delante todo el sistema ecológico ancestral, lagunas de Ruidera incluidas. O por decirlo de otra manera, en el Campo de Montiel, se estaba viviendo otra “guerra del agua” al igual que en el Campo de San Juan, con la única diferencia de que Ruidera todavía se podía salvar.
Así que fue allí donde adquirí la convicción de que por Ruidera valía la pena luchar. Pero al mismo tiempo comprendí que para luchar por Ruidera, lo primero que había que hacer era investigar y estudiar a fin de llegar a comprender bien cuál era la verdadera situación.
De modo que comencé a recopilar estudios e informes. Y así fue como empecé a tomar conciencia de la verdadera situación del parque natural. Algo que, desde luego, deseo transmitir y contar. Aunque, eso sí, pienso que por hoy ya es bastante. De modo que la continuidad la dejaremos para una próxima ocasión, aunque solo sea por seguir el consejo de Baltasar Gracián; ya saben, aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno". Pues eso, que por esta ocasión, no conviene alargarse más.

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