Diario de un ecologista |
En
mi caso particular una cosa ha conllevado la otra y viceversa. Quiero decir que
soy un amante convencido de la naturaleza (con especial predilección por
aquella más inmediata que me rodea) porque escribo, y escribo porque un buen
día —dichoso día— descubrí que toda mi vida había estado rodeado de un entorno
natural privilegiado, que éste me había pasado desapercibido, y que sólo cuando
estaba a punto de perderse y desaparecer tomé conciencia de su singularidad.
Escribir para denunciar fue mi reacción.
Así
que pienso que uno no nace, sino que llega a ser ecologista —entendido esto como
mera toma de conciencia y de participación activa en defensa del medio natural—,
a raíz de un conocimiento (descubrimiento más bien) del medio que lo rodea, de
sus características y problemática, y de la decisión personal de adoptar
actitudes tendentes a corregir la situación, al menos en su fase inicial. Luego
se puede profundizar mucho más hasta llegar al ecologismo ideológico —como
visión del mundo o ideología política—, pero esa es ya una fase muy avanzada
que no todos los defensores de la naturaleza llegan a conocer y practicar,
fundamentalmente porque es muy radical.
La defensa de los humedales te ha llevado a estimar más tu tierra y sus
gentes ¿Qué tesoros nos hemos perdido?
Hablar
del medio ambiente en la Mancha es hablar, necesariamente, de su patrimonio
natural vinculado al agua —a la superficial y a aquella otra que no se ve, la
subterránea, pero que en la Mancha constituye la razón ecológica primordial—.
Me refiero a lo que hoy conocemos bajo la denominación de «Mancha Húmeda», un
conjunto de humedales —endorreicos, kársticos, de inundación y asociados a los
cauces de los ríos— tan peculiar que fue declarado Reserva de la Biosfera por
la UNESCO casi desde los primeros momentos de consolidación de esta figura
internacional.
Se
trataba, en origen, de algo más de veinticinco mil hectáreas de zonas
encharcadas que hoy se encuentran reducidas a poco más de seis mil. Entre ellas,
parajes tan emblemáticos y conocidos como las Tablas de Daimiel o las Lagunas
de Ruidera. Pero junto a estos, otros muchos complejos palustres, saladares
esteparios, que albergan una flora y una fauna especialmente peculiar e
interesante —Pedro Muñoz, Manjavacas, Alcázar de San Juan, Quero, Villafranca
de los Caballeros, y tantos otros—; lugares manchegos que acogen estas
maravillosas y desconocidas lagunas, auténticos laboratorios bio-ecológicos,
sede de interesantísimos yacimientos arqueológicos, y depósitos naturales de la
propia historia y etnografía manchega que ahora empezamos a conocer y valorar.
Todos esos serían los «tesoros» que nos estábamos
perdiendo.
Nuestro patrimonio natural corre verdadero peligro a manos y a merced de
no pocos «tiburones» que sólo ven parcelas, campos de golf, ladrillo,
especulación y «jugar» con el suelo ¿Podremos algún día revertir esto?... Con
todo lo que ha caído, con todos los escarmientos que hemos visto, con todas las
viviendas que hay deshabitadas ¡Creo que si no nos apañamos un poco volveremos
a entrar en bucle!
¿Es
hombre es bueno o malo por naturaleza? ¿Santo Tomás, Hobbes, Locke, o Rousseau?
Dos visiones diferentes de la vida a las que corresponderían diferentes y
contrapuestas respuestas: ¿alcanzaremos algún día la justicia universal?
Creo
que esta pregunta merecería una respuesta elaborada y profunda que quizá exceda
el contexto de esta entrevista personal. Aunque es cierto, y a nadie se nos
escapa, que existen esos «tiburones medioambientales». Pero también existen en
el medio urbano; y actuando sobre los sectores económicos, políticos y
financieros, y en todos aquellos en los que exista la posibilidad de que se
lucren unos pocos a cambio de la «sangre» de los demás.
No
sé si algún día esto se podrá revertir —aunque la historia parece decir que
no—. Afortunadamente soy de los que pienso que no todas las cosas tienen
solución. Y que tampoco tienen por qué tenerla. Lo importante es actuar como si
tuvieran solución. Es así como se cambian algunas cosas y se consigue poco a
poco un mundo mejor.
Por qué ser ecologista es una conducta, una manera de vivir y de mirar a
la vida por encima de cualquier otra ¿Qué nos puedes decir?
Deberíamos
matizar claramente el término
«ecologista» antes de responder, porque en muchas ocasiones éste se suele
emplear de forma difusa para referirse o aplicárselo a cualquier persona que
mantiene en su vida posturas o actitudes tendentes a una mera conservación o defensa de la naturaleza como
condición irrenunciable para alcanzar el bienestar.
La
realidad, empero, es que dentro de este arco —defensa de la naturaleza— caben
muy distintas convicciones o posiciones. Desde los naturalistas y/o
conservacionistas, hasta los medioambientalistas, entendidos estos últimos como
aquellos que adoptan actitudes firmes y participativas, con mayor o menor grado
de radicalidad, en defensa de la naturaleza. Y es en este ámbito en el que
cabría situar a la mayoría de los que participan y son miembros de las ONG y
movimientos de defensa de la naturaleza.
Ecologista,
pues, en estricto sentido, sólo es aquel que profesa el ecologismo en su
verdadera dimensión. Esto es, el que mantiene ideas y valores que cuestionan el
estatus y el modo de vida actual, y se mueven en la idea concreta de quererlo
cambiar. Su punto de partida data de considerar el mundo y sus recursos como
elementos finitos. Por tanto discrepan de todo posicionamiento y toda ideología
que fije el bienestar en un continuo crecimiento sin final. Es decir,
ecologista es aquel que ha adoptado el ecologismo como ideología política, que
en su desarrollo y potenciación empeña sus esfuerzos, y que no duda en que
llevarlos a cabo implica una transformación absoluta del modo de vida
occidental. En términos políticos, pues, un ecologista es un revolucionario del
siglo XXI, algo que en su estado puro es muy difícil de encontrar.
¿Deberíamos plantearnos con mucha más seriedad «enseñar» el amor que
deberíamos tener y retener para con la naturaleza desde la educación más
básica?
Tengo
la convicción absoluta de que nunca se logra «convencer» a nadie de nada, que
todo el mundo tiene sus razones para hacer aquello que hace. Lo que significa
que el conjunto de actuaciones que desarrolla cada cual siempre encuentran su
fundamento en una razón de ser particular, y que casi nunca, o muy
difícilmente, se puede cambiar. Por eso, quizá, no sea muy partidario de eso
que llamamos «enseñar» a amar la naturaleza, entendido como una especie de
obligación que debe considerarse buena per
se y como tal.
Creo
que sólo se defiende con pasión aquello que se ama de verdad. Y para amar mucho
y bien es preciso conocer. Por eso entiendo que la verdadera labor educativa
(en lo medioambiental) pasa por transmitir y divulgar conocimiento adecuado. Y
para ello no hay mejor herramienta que la historia: transmitir y enseñar la
historia que ha conformado la esencia actual de cada lugar, y hacerlo desde una
visión holística en toda su multiplicidad. Es así como se despierta una
verdadera pasión por lo medioambiental. Al menos así fue en mi caso particular.
Justo
lo que acabo de responderte en la pregunta anterior: transmitir información y
conocimiento sobre un problema ambiental (el problema de la sobreexplotación de
las aguas subterráneas manchegas) y de la destrucción ecológica que ello
ocasionó. Y hacerlo a través de la historia, aunque en este caso se trate de
historia muy localista y demasiado actual. Lo que ocurre es que el género
literario utilizado —el diario— permite una mayor profundización al elaborarse
como personal, incidiendo en múltiples aspectos (política, literatura,
cronología social, y hasta sentimientos de carácter personal) que aún en estos
momentos no estoy convencido de que tengan un verdadero valor testimonial.
Aunque… ¡Hecho está!; y eso ya no admite vuelta atrás.
No todas las cosas, como bien dices, tienen solución, pero hay que
luchar por encontrarlas, ¿no?
También,
de alguna manera, ya hemos respondido a esta pregunta en otra anterior. No
todas las cosas tienen por qué tener solución, pero hay que actuar como si la
tuvieran. Ello conforma perspectivas idealistas, afán de lucha y superación, y
a la vez siempre suponen un poso de buen hacer en beneficio del conjunto
social. Y esta es la actitud capaz de transformar las cosas. Personalmente nada
me parece más demoledor que contemplar una juventud apática, desmoralizada y
sin valores. Eso es un cáncer para nuestro futuro personal y social.
Mariano, has escrito sobre varios temas: la Guerra Civil en la Mancha,
el medio rural… mimando siempre el entorno, la naturaleza y mucho más. Tu mirada,
la de escritor, es incisiva y va hurgando poco a poco… Pero explícanos ¿Cómo
son tus procesos de investigación y la metodología de trabajo?
Todo
comienza con la concreción en mi mente del tema sobre el que considero que
tengo que escribir. Y no es ésta una tarea fácil, precisamente. A veces pasa
mucho tiempo, incluso meses, sin que surja la idea. Luego, de forma casi
siempre espontánea y normalmente fruto de cualquier nimiedad cotidiana (una
noticia, un titular, una lectura, un comentario, una determinada
contemplación…) la idea toma forma y así queda nítido el asunto que centrará mi
próxima dedicación.
Definido
por tanto el tema y/o el problema a tratar o investigar, el proceso ya es
bastante rutinario: contextualización del momento histórico —normalmente
requiere la compilación y lectura de muy abundante bibliografía y el uso y
acceso a las hemerotecas y archivos que sea menester—. Después, la elaboración
de un primer o primeros capítulos que intentarán dar a conocer los antecedentes
históricos —lo que fuimos—, aquellos que de alguna manera llegaron a conformar
el presente temático o el problema que vamos a tratar —ello permite entender y
disculpar lo que somos o hemos llegado a ser—. Luego me centro profundamente en
el desarrollo y exposición del tema en cuestión —el nudo literario, por así
decir—, para al final elaborar un desenlace que en los asuntos de investigación
vienen a fijar mi criterio y propuesta personal —se trata de realizar
propuestas para encaminar lo que pretendemos ser.
Concretado
y realizado el primer manuscrito, suelo ser muy riguroso con los procesos de
corrección y revisión (fechas, hechos históricos, usos y costumbres
etnográficas…) y muy crítico con el uso de la ortografía. Superados estos
procesos, doy por concluida la obra, que sin embargo en muy pocas ocasiones
suelo someter al juicio crítico de otra externa opinión.
Este libro es un diario, una muestra de un tramo de tu vida que nos
acerca a lo mejor, pero también nos pone miedo el pensar lo que podemos perder
¿Qué es aquello que más miedo te pone en el cuerpo en lo concerniente a nuestro
medio ambiente?
Diario de un ecologista
recoge mis vivencias personales entre los años 1991 y 1993; el «descubrimiento»
de una tragedia ecológica de enorme dimensión que estaba aconteciendo en mi
tierra, ante nuestros ojos, y que no éramos capaces de ver, justificada siempre
por aquel «cajón de sastre» del supuesto progreso y desarrollo al que por
cualquier medio queríamos acceder.
Yo
descubrí mi tierra —la Mancha— como fruto de aquella tragedia, y ello me condujo
en lo personal hasta alcanzar una licenciatura y un doctorado universitario
sólo porque lo consideraba premisa indispensable para poder comprender. Al
menos así me lo parecía a mí. Fueron muchos años los que tuve que dedicar a ese
empeño, porque fue tardía mi formación —comencé los estudios universitarios con
treinta y tres años—, cuando ya las cargas laborales y familiares eran la tarea
primordial a superar. Pero a cambio descubrí mi tierra y mis gentes, el medio
que me rodeaba y su problemática, y ello colmó con largueza toda esa
dedicación. Porque fue todo eso lo que me convirtió en escritor, que era el
sueño que siempre deseé. Y lo alcancé como fruto y constatación de una debacle
ecológica que por entonces, en España, no tenía parangón ¡Parecía que no
existía futuro para estos lares!
Pero
pasaron los años, y el trabajo de muchos y la capacidad de razonamiento y
tolerancia consiguieron que los que un día fuimos enemigos con saña, años
después llegáramos a alcanzar el entendimiento y la comprensión. Y las cosas
empezaron a mejorar, poco a poco. Y aunque aún hoy no hemos alcanzado la solución definitiva, se
ha mejorado mucho y ahora conocemos el camino por el que debemos andar. De modo
que no tengo miedos en las cuestiones medioambientales, porque sé,
positivamente, que todo es cuestión de ponerse a resolver los problemas y creer «a pies juntillas» que las cosas
pueden tener solución… ¡aunque no las tengan en realidad!
Desde que escribiste el Diario,
hasta que lo «desempolvaste» y ha visto la luz ¿cómo ha evolucionado la salud
de tu entorno natural?
Como
ya adelantaba en la pregunta anterior, la debacle ecológica que acontecía en la
Mancha Húmeda ha mejorado mucho su situación. Está diagnosticado el problema
—una sobreexplotación de las aguas subterráneas para ser utilizadas con fines
de regadío agrícola—; se ha elaborado un plan de consenso social e
institucional —el Plan Especial del Alto Guadiana— para afrontar el problema, y
se ha modificado parte del sistema agrario para adaptarlo a la situación. Por
otro lado, las instituciones han promovido múltiples figuras administrativas de
protección sobre los humedales manchegos.
En
el momento actual hemos avanzado enormemente sobre el punto de partida inicial,
aunque ello no significa que los problemas estén resueltos, pero sí que
avanzamos en la buena dirección. Fruto de ello, y con la generosa colaboración
de la madre naturaleza, este año de 2015, los Ojos han vuelto a manar y el río
Guadiana, después de treinta años de sequía, ha vuelto a nacer a través de sus
Ojos, esto es, allí donde era lo natural.
¿Crees que la ciudadanía está cada día más concienciada de estos
problemas? Y una vez concienciados ¿Estamos dispuestos a «perder» para ganar,
aunque parece que esto no se entienda?
No,
no creo que exista una mayor concienciación por estos temas, ni que nadie esté
dispuesto a perder nada de su nivel de vida personal en aras de solucionar estos problemas ¿Para
qué?, si al final parece que siempre habrá una nueva tecnología disponible para
poderlo arreglar… En fin…
¿Estamos preparados y qué herramientas tenemos que utilizar, ya y ahora,
para hacer algo por salvar nuestra «Gaia»?
Mi
consideración personal pasa por considerar que la cuestión medioambiental es un
tema de interiorización como un valor personal más. Y cuando esto se logra, las
personas actúan con arreglo a esa convicción personal. Son actitudes
individuales que pasan por intentar cambiarse a uno mismo primero en lugar de
intentar cambiar a los demás. Y actuar después en consonancia con esa posición ¡Creo que sólo la suma de muchos miles de
actitudes individuales constituye la única posibilidad que nos ayudara a
cambiar! ¡Cambiar para mejorar!... Al menos eso pienso.
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