EL PAÍS DEL MAL GUSTO Y LA ZAFIEDAD - Momentos para discrepar

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miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL PAÍS DEL MAL GUSTO Y LA ZAFIEDAD

No hace mucho escribía Javier Marías en uno de sus lúcidos artículos de opinión que éste era el país del mal gusto y la zafiedad, un territorio de «medio pelo» donde lo característico es ensalzar a todo mediocre que en el desarrollo de sus actividades —políticas, artísticas, intelectuales, o de cualquier otra índole— sea capaz de utilizar las expresiones más soeces y vulgares. Y si esto es verdad, lo que cabría preguntarse es por qué las cosas ocurren así. Y al parecer la respuesta la encuentra en que esas cosas «nos hacen reír». Y como énfasis de su afirmación mencionaba la elevación al máximo rango del «esperpento» nacional, una fórmula que siempre nos ha servido para justificar cualquier imbecilidad formulada por el mayor de los idiotas, llámese Pedro o Juan.
Y ante las graves imágenes que cada día vemos sobre la situación internacional, con miles de personas desplazándose de sus hogares sin tener horizonte ni futuro, y la no menos apabullante situación nacional, con varios millones de parados en busca de un trabajo, por precario que este sea, uno no puede menos que preguntarse de qué madera estamos hechos si cuando nos hablan con rudeza y zafiedad de aquello que tanto importa, en vez de indignarnos y decir «¡Basta ya!», por el contrario damos cabida al esperpento y nos ponemos a reír ¡Mira que hay que ser imbéciles de solemnidad!
Y viene a cuento esta digresión porque de nuevo y dentro de pocos meses los españoles de turno —esto con permiso de todo aquel que aunque vota para elegir los parlamentarios españoles ya no se siente miembro de esta nación—, nos dispondremos a votar después de haber soportado, claro está, la consabida y correspondiente campaña electoral, donde ya es fácil predecir que de nuevo las constantes del recurso a lo zafio y lo soez brillaran con solemnidad.
Y en este contexto de marras, lo que va a suceder o no en el futuro político inmediato ya es tema de encuestas y sondeos sociológicos que evidentemente los partidos tratarán —sobre todo los menos favorecidos— de que no resulten acertados intentando por todos los medios hacerlos cambiar. De modo que los unos, aquellos que hasta hace unos días se presentaban como radicales emergentes, suavizarán sus formas y discursos, mientras los otros, los del antiguo bipartidismo y nacionalistas, intentarán «radicalizar» sus postulados para demostrar su voluntad de cambio y su empeño en seguir constituyendo «la única alternativa real».
¿Y entre medias, qué? —me pregunto. En qué ha cambiado la vida del ciudadano medio, por no decir la del excluido social, con ese cataclismo electoral acontecido en las pasadas municipales y autonómicas.
Dicen que remar a contracorriente es un ejercicio saludable para el cuerpo, que tonifica el espíritu y fortifica el pensamiento. Y a lo mejor es por eso por lo que me gusta opinar casi siempre para contravenir aquello que eufemísticamente venimos a denominar como «lo políticamente correcto». Pues sea como sea, lo cierto y verdad, es que he llegado a un estado de hastío en el que pocas cosas me convencen. Vamos, que uno está tan de vuelta de todo que parece que lo único que le queda, si no mandarlo todo al infierno, es ponerse a criticar.
Y si se trata de criticar, en cuestiones de política y de políticos, criticar, lo que se dice criticar, es algo que se puede hacer con la certidumbre de que el tema no se va a agotar. Veamos:
¿Ya no existe ni izquierda, ni derecha? Al menos eso mantiene Podemos dirigiendo sus objetivos de captación de votos en un sentido transversal; esto es, intentando aglutinar la indignación en clave partidista. Pero ahí les ha salido un Ciudadanos, otra formación que intenta rentabilizar la indignación y no en el mismo sentido transversal, lo que viene a demostrar que sigue existiendo una división radical entre la izquierda y la derecha.
Luego si en el sentido clásico de la política los términos izquierda-derecha siguen existiendo con su mismo valor ancestral ¿Qué es lo que ha motivado a tantos ciudadanos para su descreimiento de la política en general? Pues sin lugar a dudas la actitud de los políticos y sus entramados de corrupción y de poder. Pero —me pregunto—, cómo podemos exigirles honradez, transparencia, y sentido público de su gestión, si lo que nos gusta es que sean zafios, groseros y patanes, y los alabamos por su capacidad de enfrentarse al contrario con el único ánimo de tener la capacidad de aparentar ganar la controversia mediante su habilidad de ser el mas dicharachero, el que más ridiculiza, el que mejor sabe «cantar la verdad».
País de charlatanes, de la sublimación del «pan y circo» romanos, llámese «toro de la Vega o "el embolao"». País de «medio pelo» donde la ética, la moral, el gusto por la cultura, por el conocimiento y el saber no son sino una excentricidad.
Pues nada, vengan fiestas y festejos, cuánto más populacheros y chabacanos mejor, que ahí están los de siempre, disfrutando de lo lindo, relamiéndose de satisfacción porque en un país en el que no se piensa y no se lee, en el que el arte y la cultura son una cuestión meramente marginal, nos está bien empleado todo aquello que nos pueda pasar.
Bien está ¡Viva el país del mal gusto y la zafiedad! Y vengan botellones, fiestas y pérdida de valores éticos y dignidad… ¡Pero qué barbaridad!

1 comentario:

  1. Y aun así de mal y todo, siempre queda gente a la que le gusta este pais. Que se levanta cada mañana luchando porque mejore en lo laboral, en lo social...intentando educar a las nuevas generaciones en valores, en pensamiento, en tantas cosas...¿ Serán locos y utópicos?

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