Me pregunto por qué nos resulta tan
difícil interpretar la realidad. Quiero decir que lo que más me viene a
sorprender es la cuestión del porqué si la realidad es una y sola nosotros
venimos a percibir tantas realidades distintas, que no parece sino que hasta se
nos quedaran cortos aquellos versos de Campoamor según los cuales «todo es del
color del cristal con que se mira». Porque si cada cual percibiese la realidad
según su propia mira, la cosa no tendría mayor importancia, sería lo normal. El
problema es que hoy la inmensa mayoría ni siquiera percibe la realidad según su
propia mira, sino según los intereses de aquellos que vienen a presentárnosla; esto
es, a decirnos «cuál es la realidad».
Y toda esta disquisición me viene a
cuento a causa de la veraz constatación de algo que no por sabido dejo de
resultarme altamente triste y escandaloso cuando pude percibirlo en mi propio
entorno familiar. Y me estoy refiriendo con ello al extraordinario poder de
manipulación que tienen los medios de comunicación, muy en particular la propia
televisión.
Andaba yo en distendida reunión
cuando un comentario al parecer de lo más banal vino a llamar poderosamente mi
atención. Se refería a la «barbaridad» que vendría a suponer celebrar unas
nuevas elecciones en pleno Día de Navidad, porque al parecer ni tan siquiera
podrían constituirse muchas de las mesas electorales dado que bastaría que
cualquiera de sus miembros justificase «una comida familiar de Navidad» para
quedar exento de tal obligación. Y claro, ante mi estupor y perplejidad, el
propio interlocutor añadió cual dogma de fe aquello de «¡Lo han dicho en la
televisión!».
Que casi me atragantara con el
bocado que tenía a colación no fue otra sino el fruto de la rabia: ¿Cómo
resulta posible tal grado de manipulación a través de la televisión? Y lo que
es peor ¿Cómo es posible llegar a tal nivel de credulidad y adoctrinamiento por
parte del ciudadano normal? ¿Cómo ha sido posible en una sociedad moderna
llegar a convertir a esa «caja tonta» en el gran pastor capaz de conducir a un
rebaño de millones de corderos?
No encuentro una fácil respuesta.
Pero creo que la banalización que esos mismos medios han creado sobre la
realidad social, imponiéndonos necesidades innecesarias y desdeñando las
necesidades básicas, ha anulado en gran medida el juicio crítico y la razón,
cuando no nos han convertido en meros bufones, comparsas de los intereses de
esos fabricantes de pseudonecesidades —las grandes corporaciones y grupos
financieros— para atarnos a ese gigantesco carro del consumo de masas y la
pasividad política: «¡Si es que todos son igual!» es ya un lugar común para una
gran masa de la población.
Es cierto que la economía de
mercado, el sistema neoliberal, es el único que ha sobrevivido a la «selección»
llevada a cabo durante el siglo XX. La caída del Muro de Berlín supuso la
derrota definitiva de esa forma ideológica de ver el mundo que era el
socialismo real. Así que desaparecidas las ideologías —me refiero en el ámbito
de Occidente— solo es posible ver el mundo de una manera: la de los vencedores.
Y esa manera de ver el mundo, el «pensamiento único» victorioso, no es otra que
la traducción a términos ideológicos de los intereses económicos del capital
transnacional. Intereses que materializan a través de sus grandes creaciones
económico-financieras: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la
Organización Mundial de Comercio. A través de ellas han conseguido que los
países ricos hayan aumentado su poder hasta el punto de imponer a los países pobres,
en realidad dos tercios del planeta, las reglas económicas y financieras que
más les favorecen.
Pero no contentos con ello, ahora
también se empeñan en imponer las condiciones de vida a su propia población. Y
esto lo están haciendo a través del control económico y financiero de los
Gobiernos, y dominando en su totalidad los grandes medios de comunicación.
Pero eso es algo tan fácil de
conocer que bastarían unos breves minutos de interés, de búsqueda de
información a través de la red, para mantener ese atisbo de juicio crítico, de
lucidez, que debe ser consustancial a todo ser racional. Y sin embargo lo que
dicen los telediarios se ha convertido en la fuente de verdad y legitimidad para
crearnos la ilusión de ver como «realidad» aquella que nos quieren presentar.
¡Qué lamentable! Programas basura,
espectáculos de masas a discreción, cervezas y botellón. Y una generación a
punto de perderse definitivamente porque están «instalados» o porque pasan de
la situación.
Definitivamente, a veces me parece
que no tenemos solución.
Mariano Velasco
Doctor en CC. Políticas, escritor y educador ambiental
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