MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (II) - Momentos para discrepar

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miércoles, 12 de octubre de 2016

MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (II)

ALCANZAR LOS SUEÑOS


Creo que una de las ocupaciones más enriquecedoras y relevantes de todo ser humano es aquella que se dirige a hacer realidad los sueños. Porque todo el mundo forjamos sueños que nos gustaría alcanzar a lo largo de nuestra vida. Aunque la realidad nos viene a mostrar que son pocos los seres humanos que lo llegan a conseguir. ¿Por qué? Esa es la cuestión.

Mi sueño fue escribir. Quiero decir que mi sueño fue convertirme en escritor. Y recuerdo que fue una pasión que despertó en mí desde muy temprana edad. Comenzó durante aquellos primeros años escolares cuando por todo texto utilizábamos la Enciclopedia Álvarez, ese compendio de materias que conformaban todo el conocimiento que el modelo educativo al uso entendía que debíamos saber.

Recuerdo que en gramática y ortografía era un recurso común del profesorado recurrir tanto a los ejercicios de "dictado" como a los de "redacción". Y a mí me gustaba especialmente aquello de redactar. Porque tenía una gran facilidad para plasmar sobre el papel las cosas que me habían pasado y contarlas además con cierto aire de interés. Sin darme cuenta de ello ya era innato en mí el uso de la recreación de los hechos recurriendo a trucos que entonces ni siquiera sabía que eran técnicas del escritor. Me refiero al uso de las sinopsis, metáforas e incluso el mundo de los "como" que por supuesto desconocía por completo que fueran recursos literarios, pero que a mí me surgían con la mayor sencillez.

Claro que por aquel entonces también desconocía que mi gusto por escribir se iría forjando como vocación con el paso del tiempo. Primero fue como una especie de deseo; después pasó a ser una necesidad, y posteriormente llegaría a constituir mi mayor sueño de realización personal. Aunque éste, como todas las cosas de la vida, fue surgiendo y creciendo poco a poco, al igual que lo hacen las plantas en la naturaleza, que primero son semillas y luego crecen hasta constituir frondosos árboles. Si bien, en este caso, su crecimiento, al contrario que en la naturaleza, no fue una constante lineal.

Flaubert, a los nueve años de edad, decía a su amigo Ernest Chevalier, que "… como hay una señora que viene a casa y que siempre nos cuenta tonterías, yo las escribiré". A los diecisiete dudaba: "Antes pensaba, meditaba, escribía, ponía en el papel, ya fuese bien o mal, la inspiración que había en mi corazón. Ahora ya no pienso, no medito, escribo menos todavía […] Dudo. Mis pensamientos son desordenados, no puedo realizar ningún trabajo de imaginación, todo lo que escribo está seco, es penoso, esforzado, ha sido arrancado con dolor". A los veinte, cuando ya había renunciado a escribir y estudiaba en la facultad de Derecho, convencido de su nula capacidad, aún reconocía que "… lo que me quita la pluma de las manos si tomo notas, lo que me oculta el libro si leo, es mi antiguo amor, es la misma idea fija: ¡Escribir!".

Adoptó entonces una decisión: dar vuelta atrás para volverlo a intentar. Y nadie duda de que lo consiguiera. Con tesón, muchísimo esfuerzo y dolor —a veces tardaba varios días hasta conseguir elevar a definitiva una sola línea—, y sobre todo con una constancia y una obstinación imperecedera. He aquí la clave para alcanzar los sueños: voluntad, esfuerzo, y un tesón rayano en la obstinación, amén de una confianza ciega en poderlo conseguir.

¿Significa esto que siendo obstinado y confiando en ello, siempre alcanzaremos nuestros sueños?

Fotografía de Noelia Sánchez Sierra 
Es aquí cuando debo retomar mi propia experiencia particular. Porque si temprana surgió la vocación, no tardé en descubrir mi falta de talento para su concreción. Me bastaron las primeras lecturas para comprender que no sabía, que no estaba preparado para escribir. Me faltaba de todo: formación, cultura, pero sobre todo talento e imaginación. Así que durante muchos años abandoné la idea de escribir para dedicarme íntegramente a una sola cuestión: formarme suficientemente para ello. Y así, con más de treinta años en mi haber particular,  emprendí un periplo universitario que me llevó hasta una licenciatura, un doctorado y un sinfín de cursos universitarios que entre otras cosas me permitieron descubrir la tierra en que vivía, sus múltiples problemas, y la gran dejación historiográfica que la caracterizaba. Es decir, me abrió el horizonte de un vacío que llenar. Y así comencé a escribir de todas las formas y en casi todos los géneros; pasionalmente y con poco valor literario en principio. Pese a ello escribía constantemente; y también publicaba. Tanto que hoy puedo decir que al final alcancé mi sueño: escribo y publico, por lo tanto puedo sentirme escritor. Y ello es independiente del éxito, del triunfo, del reconocimiento que obtenga de los demás. No importa si escribo bien o mal, si mis trabajos gustan o no. Lo único importante es que al fin alcancé mi sueño: ¡Escribir! Y poco importa lo demás.

Así que hoy puedo validar el aserto: voluntad, esa voluntad que no viene de fuera, sino que surge de adentro y es capaz de modificar las circunstancias; esfuerzo, confianza y obstinación. Pero también matizo: todas estas capacidades dirigidas al empeño de alcanzar un sueño realista, algo que no sea imposible de lograr. Porque de nada me hubiera servido todo ello si mi sueño hubiera consistido en demoler con mis manos el Himalaya o el Everest.

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