SOLEDAD Y TRISTEZA
Flaubert decía: "Siempre que soporto durante mucho
tiempo el espectáculo de la multitud me hundo en un pozo de tristeza que me
asfixia". Séneca buscaba un sentido más positivo a ese anhelo de soledad:
"Nada aprovecha tanto como la tranquilidad, hablar muy poco con los otros
y muy mucho consigo mismo [porque] ninguno callará lo que ha escuchado".
No pretendo arrogarme ningún atisbo de actitud filosófica
cuando recurro a pensadores o escritores que de algún modo han mantenido,
defendido o ejercido esta actitud como forma base de su vida. Sólo pretendo
participar que la soledad buscada no ha sido en el tiempo algo tan extraño, e
incluso que para determinadas líneas de pensamiento se ha considerado como una elección altamente
valiosa. Por ello, quizá, no debería inquietarme mucho mi tendencia a la
soledad. Pero a cambio sí que hay algo que me preocupa, y es el permanente
sentimiento de melancolía y tristeza que en mi caso suele conllevar. Y aunque a
veces puede confundirse esa tristeza con cierta "virtud", no son
pocos los pensadores que como Montaigne la consideran como cualidad dañina,
cobarde y baja. Los estoicos la prohibían a sus sabios.
Creo que la cuestión estriba en comprender que la tristeza es
inevitable en muchas ocasiones, incluso a veces permite apreciar los
condicionantes de la vida con mayor objetividad que vistos desde una liviana y/o
exagerada alegría. Eso sin contar con todos aquellos casos en los que la
aflicción es tan extrema que aturde y sobrecoge y entonces sólo las lágrimas
sirven como válvula de escape para aliviar la presión. Pero en todo caso,
siguiendo el principio aristotélico, creo que en el punto medio ha de
encontrarse el equilibrio. Ni tristeza permanente, ni alegría desmesurada.
Quejas y lamentos, las mínimas, porque "leves las penas se expresan,
grandes se callan" —como decía Séneca—, y si son leves y asumibles,
también serán mediocres, por lo que entonces carece de utilidad expresar estos
sentimientos. Y si son grandes, mejor callarlas porque como ya he considerado, éstas
últimas sólo las lágrimas las pueden aliviar.
Lo más importante, pues, para mantener el equilibrio siempre
será estar convencidos de nuestras ideas y saber protegernos de las neuras
ajenas: no entrar nunca en diálogos de locos (nerviosos, exagerados, que pidan
imposibles), y buscar siempre que sea posible esa soledad enriquecedora que nos
ayuda a conocernos a nosotros mismos. Si ello conlleva un mínimo de melancolía
o tristeza, deberíamos considerarlo como el precio asumible que hay que pagar.
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