MEMORIAS DE LA TRANSICIÓN (VII): POR FIN LAS ELECCIONES - Momentos para discrepar

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domingo, 17 de junio de 2018

MEMORIAS DE LA TRANSICIÓN (VII): POR FIN LAS ELECCIONES

Memorias de la Transición (VII): por fin las elecciones
Pasaron las primeras horas desde que nos sacaron del cuartel y todo era calma y quietud. La temperatura había descendido y zapateábamos para calentarnos los pies. Por eso decidimos refugiarnos en el vestíbulo de la pequeña estación ¡Que le den a eso de vigilar las vías! Nos sentamos sobre el suelo todos juntos a fin de darnos seguridad y algo de calor. Y en ese silencio incómodo sentí que los reclamos del sueño amenazaban con vencer. Pero luego observé que las luces de un vehículo se acercaban hacia la estación. ¡Justo a tiempo de avisar a mis compañeros!, y volver a salir hasta el andén que no debimos dejar. Era un vehículo militar. De él descendió un teniente, y como loco de rabia e ira, nos gritó: "¡Venga, golfos, arreando "pa" el cuartel!".

Por la mañana me enteré de que el Gobierno había prohibido toda presencia militar fuera de los cuarteles. Y los mandos no tuvieron otra que obedecer aún con evidente desgana. Aunque si fuera no podían actuar, dentro aquello era un fortín. Guardias dobladas, retenes, orden de dormir vestidos, toques de generala, vamos ¡la de Dios! Y pensé que hasta allí había llegado la reforma política, porque no iban a dejar que avanzara más.

Pero poco a poco iban pasando los días, y la situación fue volviendo a la normalidad. Incluso volví a salir de prácticas a las estaciones ferroviarias, donde observaba cómo paredes, fachadas y farolas, iban llenándose de carteles con las siglas de sindicatos y partidos políticos. Respiraba aquel limpio y sano aire mañanero que descendía desde la sierra, y parecía percibir el olor de la primavera que me llegaba con esos primeros días de mayo. Atrás habían quedado los mítines y las celebraciones de las recién legalizadas organizaciones sindicales para celebrar el 1º de Mayo, una sopa de siglas —UGT, CC.OO., CNT, CSUT, SOC, USO— impensable tan sólo un año atrás. Adolfo Suárez se presentaba como candidato independiente a las elecciones dentro de la coalición Unión de Centro Democrático, Dolores Ibarruri, la Pasionaria, había regresado a Madrid después de treinta y siete años en la URSS, y don Juan de Borbón abdicó los derechos dinásticos a la Corona española en favor de su hijo Juan Carlos de Borbón. La situación política y social parecía normalizarse poco a poco y ya sólo esperaba que se celebrasen esas próximas elecciones.

Hasta que por fin, el 15 de junio de 1977, se celebraron las primeras elecciones democráticas después de cuarenta años. Y yo sabía que no había sido fácil llegar hasta ese momento porque había tenido que vivir aquel ambiente de pre-golpe de Estado que tan nítidamente se respiraba en el cuartel. Lo había vivido cada mañana, cuando nos desplazaban en esos camiones militares por las calles de Madrid; veinte jóvenes encajonados en cada uno, uniformados y guerreros, con el valor "supuesto" y munición de guerra en el cargador dispuestos a reprimir cualquier conato de manifestación o alteración del orden no autorizada ¿Y qué íbamos a hacer? ¿Disparar sobre una masa humana a la orden de un oficial militar?... Tan solo pensarlo era algo que nos aterrorizaba…

Afortunadamente aquella orden no se dio. Luego en el cuartel los discursos y arengas se sucedían. Allí los mandos te decían lo que según su opinión representaba cada partido político. Para ellos los comunistas y socialistas sólo pretendían romper la unidad de España e instaurar un régimen de revancha contra el glorioso pasado nacional. Los centristas eran poco menos que traidores que después de jurar lealtad a los principios del Movimiento habían llevado al país a esa situación. Así que tan solo los cachorros de Alianza Popular, los herederos del franquismo agrupados tras el liderazgo de Manuel Fraga Iribarne, eran merecedores de nuestro voto en cuestión.

Pero nos reíamos de aquellos discursos, porque en realidad solo conseguían lo contrario de lo que pretendían: si nos decían lo que teníamos que votar, pues estaba claro lo que íbamos a hacer; votar lo contrario, aunque solo fuera por rebeldía. Sí, a esas alturas, yo y mis compañeros ya éramos capaces de menospreciar toda esa militarista cultura anclada en el pasado, porque ya intuíamos que aquello de la democracia era algo irreversible y no cabía vuelta atrás. Así que seguí con interés los avances de los resultados tras los primeros recuentos. Avances preñados de anécdotas ocurridas durante la jornada: muertos que según el censo deberían votar, cuarentones que según los papeles aún eran menores de edad, papeletas de partidos que desaparecían de algunos colegios electorales, algún guardia municipal en algún pueblito perdido que pretendía abrir la urna cada media hora "para ver cómo iba la votación"… En fin, los restos del esperpento de la España fascista y "nacional". Pero al final ahí estaban los resultados: 165 escaños para el partido gubernamental, UCD; 118 escaños para el PSOE, 20 para el PCE —resultados que sorprendieron a esa fuerza hasta la conmoción— y 16 escaños para los nostálgicos de AP. Junto a ellos, una singular representación de nacionalistas catalanes y vascos que de este modo legitimaban y otorgan confianza y seguridad al proceso electoral.

Y como colofón de todo ese proceso y de acuerdo con la estrategia de su secretario general, el día 25 de junio, el PCE anunció oficialmente su rechazo al modelo socialista soviético instalándose de lleno en la denominada vía del eurocomunismo teorizado por Berlinguer; esto es, aceptando los principios democráticos de participación política y renunciando a su trayectoria tradicional del partido único y socialismo estatal. Lo que permitió que el proceso democrático español se instaurase plenamente con la presentación, el día 4 de julio de 1977, del primer Gobierno democrático del presidente Adolfo Suárez. Así que aquel día, tendido en mi litera, descansaba tranquilo porque sabía que al final la democracia había llegado y que estaba allí para quedarse. Y que ello no había supuesto ni enfrentamientos, ni alteraciones, ni derramamientos de sangre para el pueblo español. Y sonreí con placidez quizá por primera vez desde meses atrás.

Extracto/adaptación capítulo libro: Colores y silencios (II) - Memorias de la Transición



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