DON JULIO MAROTO: UN MAESTRO EN DEFENSA DE LA NATURALEZA - Momentos para discrepar

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miércoles, 15 de abril de 2015

DON JULIO MAROTO: UN MAESTRO EN DEFENSA DE LA NATURALEZA

IN MEMORIAM

El día 27 de septiembre de 2013, el Ateneo de Alcázar de San Juan tuvo el acierto de organizar un acto de homenaje a la memoria y al recuerdo de ese excelso maestro y profesor que fue don Julio Maroto García. Acto al que no pude asistir al coincidir con otro de ineludible intervención. Circunstancia que lamenté profundamente, porque previamente tuve el honor de ser invitado por su familia para dedicarle unas palabras desde el recuerdo de nuestra común relación.
Molinos de Alcázar: pintura al óleo de José Luis Samper.
Molinos de Alcázar: pintura al óleo
de José Luis Samper.
De modo que, aunque tarde, aquí estoy, acudiendo a ese homenaje de forma franca y coloquial, curiosamente del mismo modo que llegó nuestro mutuo conocimiento, la posterior colaboración, y el inmenso respeto mutuo que de ello resultó.
Porque debo comenzar esta sucinta introducción indicando que yo no tuve la fortuna de poder contar con don Julio Maroto como mi maestro de primera enseñanza, ni de conocerlo en sus momentos más fértiles de espléndida madurez. No, yo conocí a don Julio cuando ya los años le empezaban a pesar, y los míos eran demasiado vagos como para haber alcanzado el suficiente equilibrio estable de tolerancia y serenidad. Y sin embargo, contra toda lógica, empatizamos desde el primer momento hasta lograr alcanzar, con el paso de los años, una relación que podría calificar de sincera amistad si no fuera porque el respeto que siempre le profesé actuó como una barrera que ninguno de los dos, en ningún momento, quisimos traspasar. Entre don Julio Maroto y yo siempre floreció el respeto de un aprendizaje —el mío— basado en sus profundos conocimientos y en una honda admiración.
Y llegado a este punto tengo que decir que yo me encontré con el maestro una tarde del caluroso mes de agosto del año 1991. Me refiero al hecho de conocerlo personalmente, porque su trayectoria y pensamiento ya venía siguiéndolas desde años atrás, leyendo aquellos inflamados artículos que publicaron, primero Lanza, y después Canfali, con mucha más asiduidad. Su contenido, en esos años, ya era casi monotemático, habiendo convertido la destrucción ecológica que estaba acaeciendo sobre los ríos y humedales manchegos en su norte vocacional. Así que me armé de valor, le llamé por teléfono, y quedamos para unas horas después. Recuerdo que en el camino hacia su casa me preguntaba, una y otra vez, qué era lo que estaba haciendo, cómo me recibiría, y sobre todo qué le diría después. Pero cuando el maestro abrió su puerta, toda esa preocupación desapareció como por ensalmo, porque ante mí apareció la figura del docente —serena, afable, benevolente con mi intromisión—, invitándome a pasar y abriéndome de par en par las puertas de su preocupación. Fueron dos horas intensas en las cuales comprendí que algo nuevo se estaba abriendo ante mis ojos: la Mancha; con sus montes, ríos, arroyos y parajes; con su flora y su fauna… En fin, un impresionante patrimonio histórico, ecológico y etnográfico estaba aquí, desprotegido, terriblemente amenazado, a la espera de poetas que lo cantasen y caballeros que lo quisieran salvar. Y no exagero. Porque así había sido la solitaria lucha de este «caballero andante» que fue don Julio Maroto en su constante deseo de «desfacer entuertos» que desde comienzos de los años 70 había empezado a vislumbrar.
Y esto tiene mucho más significado de lo que a primera vista pueda parecer, porque esa actuación, vista desde la perspectiva histórica, cuarenta años después, nos permite expresar una convicción de la que seguramente ni el propio autor fue consciente en ese momento en cuestión. Porque con aquellos artículos: «Con o sin» «El Záncara pide justicia» «Los gorriones se van» «El Záncara otra vez» publicados en el Diario Lanza de Ciudad Real, el maestro entraba de lleno en una nueva corriente de pensamiento que desde hacía muy poco tiempo se había venido a instalar en el contexto avanzado del mundo occidental. Se llamaba «medioambientalismo» y había nacido, en 1968, de la mano de Aurelio Peccei y Alexander King, ambos cofundadores del denominado «Club de Roma». Su peso intelectual y político pronto arrastro a una pléyade de pensadores, científicos, técnicos y políticos, que consiguieron que se organizaran las dos primeras conferencias internacionales sobre la cuestión medioambiental: la de la UNESCO, en París (1968), de la que surgiría el Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MaB); y la de Naciones Unidas, en Estocolmo (1972), de la que surgió el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ambos vigentes en la actualidad.
Así, pues, la corriente medioambientalista nació al conocimiento del mundo occidental en los inicios de los años 70, pergeñado y protegido desde las más altas instituciones y organizaciones de carácter internacional.
Y aquí, en este páramo humano y social que por entonces era la Mancha, un hombre en solitario, con el sólo bagaje de su polifacética capacidad, su dilatada trayectoria de articulista y la fidelidad a los sentimientos que le dictaba el corazón, había entrado de lleno en esa «nueva alternativa» que nadie le había explicado, que apenas se había difundido en la atrasada España dictatorial, y que sin embargo él supo imaginar como fruto derivado de su amor a la tierra y de la lógica racional.
Sí; a todas luces, don Julio Maroto, fue abanderado, vanguardia intelectual del movimiento medioambientalista en la Mancha, y seguramente en gran parte del solar nacional. Y lo fue, probablemente, «sin conocer el oficio y sin vocación» —parafraseando a Joan Manuel Serrat. Pero con una clarividencia que le permitió adelantarse una década a todo el movimiento ecologista que surgiría después. Y esta, una más de entre sus muchas y polifacéticas actividades, será quizá la más desconocida de su hacer, y aquella, sin embargo, de la que yo tuve la suerte de ser testigo directo, alumno privilegiado y fiel seguidor. Compartimos, pues, múltiples momentos en aras de esa cruzada medioambiental que juntos emprendimos: creamos la Asociación Ecologista para la Defensa del Acuífero 23 (AEDA 23) con el objeto de mejor canalizar todo el esfuerzo, el trabajo e impulsar el asociacionismo ambiental. Participamos en eventos, charlas, conferencias; pero sobre todo… Sobre todo escribíamos los dos.
En el camino quedaron múltiples recuerdos, anécdotas y momentos personales compartidos: relatos de su vida, que prolijamente se han contado ya por más diestras y autorizadas personas en otros foros como el referido acto del homenaje personal que le rindiera el Ateneo de Alcázar de San Juan. Pero creo que su biografía quedaría incompleta si dejáramos de añadir al conocimiento general esa faceta del «caballero medioambiental» que fue el insigne maestro.
Así que esto es lo que pretendo, pretendemos hacer —Luis Maroto y un servidor—, con esta especie de «biografía ambientalista» del maestro y profesor. Y hacerlo, además, desde el más vivo recuerdo y con el sentimiento rebosando por todos los poros de la piel. Para ello creo que no hay medio mejor ni más justo que el de intentar recopilar la obra medioambientalista que él escribió. Es el mejor homenaje a su memoria que puedo concebir, y desde luego el mayor regalo para los ciudadanos de la Mancha que tanto defendió. Sirvan estas letras como sincero homenaje a don Julio Maroto García en el centenario de su nacimiento, desde el mayor agradecimiento y admiración.

PRÓLOGO

Por Luis Maroto Leal, Maestro de Primera Enseñanza y Licenciado en Ciencias de la Educación

Tu sombra, como la del ciprés de Miguel Delibes, también es alargada.
Siempre pensé que tenía una deuda con mi padre, hombre meritorio, premiado a lo largo de su vida en infinidad de ocasiones, polifacético, controvertido, de carácter fuerte, rebelde, indómito, inconformista y, por todo ello, un hombre políticamente incorrecto que siempre hizo y dijo lo que quiso, cuando quiso y donde quiso. Posiblemente esto haya llevado a las sucesivas corporaciones municipales y a los diferentes responsables de haber propuesto cualquier iniciativa honorífica, a no tener en cuenta su valía como persona, su trabajo como profesional de la enseñanza y su influencia cultural y social como articulista a través de los distintos medios de comunicación, tanto locales como provinciales o nacionales. De aquí que de alguna manera su personalidad se ha ocultado como si no hubiese formado parte de la historia de Alcázar de San Juan.
No obstante son de agradecer las iniciativas sociales privadas que han venido a llenar este incomprensible vacío institucional. Me refiero a actuaciones como la realizada por la Asociación de Comercio y Servicios de Alcázar de San Juan, que en el año 2010 le nombró «hombre del año» a título póstumo. O la del Ateneo cultural de esta misma ciudad, agrupación a la que se afilió desde el mismo momento de su fundación, en la que permaneció hasta su muerte, y que en el año 2013 quiso celebrar el centenario de su nacimiento con un acto entrañable que nos emocionó a todos sus familiares; y por supuesto, el recuerdo íntimo y particular de muchos alcazareños que en las más diversas ocasiones se han acercado hasta mí para preguntarme por él. Siempre recordaré a mi buen amigo Paco Paniagua, que al poco tiempo de fallecer mi padre en una ocasión me abordó diciéndome:
— ¿Luís, qué pasa con don Julio?
Casi no permití que acabara; y quizá mi contestación le dejó un poco perplejo:
— Mira Paco —le aseguré—, a mi padre nunca le van a hacer ningún tipo de homenaje, ni le van a poner una calle ni se van a dignar en poner su nombre a algún colegio.
— ¡No lo entiendo! —me respondió.
— ¡Yo tampoco! —le repliqué.
Por supuesto nuestro agradecimiento a la pedanía de Alameda de Cervera que aún en vida, durante el mes de agosto de 1986, le dedicó una calle por haber ejercido allí su extraordinaria labor durante dieciocho años, posiblemente, como él decía a menudo, los mejores de su vida. Y los posteriores actos de consideración por iniciativa de los que fueron sus alumnos durante todos estos años.
Pero todos estos reconocimientos «privados» hacia la figura de mi padre siempre han tendido a destacar su faceta como docente y humanista. Sin embargo, de entre todas las facetas que acompañaron a su ser, una de ellas, la de ecologista, quizá ha pasado más desapercibida de cara a la opinión. De aquí la idea de realizar esta compilación de su hacer en el campo de lo medioambiental, de su compromiso por defender esa naturaleza manchega que tanto amó. Aunque tengo que decir y reconocer que él fue ecologista de oído, casi, casi, por intuición; actuando en este campo como un adelantado a su época al igual que hiciera en tantos otros.
Recuerdo como allá a finales de los sesenta y principios de los setenta, en las salidas al campo para bañarnos en el río en el estío de los meses de julio y agosto nos decía a mis hermanos y a mí: «Algo está pasando, el cielo está de color plomizo…». Ya presentía él, sin darse cuenta, el comienzo del cambio climático. También a veces comentaba: «En el año 2000 faltará agua en el mundo». Tampoco iba desencaminado.
En 1973 se contaminó el Río Záncara, y a partir también de esta fecha se comenzaron a talar los montes de la provincia. Esto le llevó a escribir desaforadamente. Desarrolló durante treinta y cuatro años unos trescientos artículos de toda clase: de opinión, antropológicos, costumbristas, de educación; de ellos un total de casi ochenta, en defensa del medio ambiente y de la naturaleza —una naturaleza que había conocido casi virgen—. Fueron publicados por el diario Lanza de Ciudad Real, y posteriormente por el semanal Canfali de Alcázar de San Juan.
Cuando su buen amigo Mariano Velasco me ofreció la posibilidad de compilar el libro que ahora, amigo lector, tienes en tus manos, me pareció sensacional, porque era una forma de saldar la deuda pendiente que yo pienso tenía con él. En la realización de este proyecto hemos colaborado tres personas: mi padre (q.e.p.d.) ha puesto el alma; yo mismo, que no he podido hacer otra cosa que disponer mi corazón, y Mariano, que como los dioses, le ha dado la vida. De él ha sido la idea, la estructura y organización del trabajo y cómo no la amable dirección. De ésta hemos gozado especialmente, sobre todo en los ratos de conversación acerca de la existencia y momentos íntimos de la vida de mi padre —don Julio, como él lo llama a veces sin apenas darse cuenta—, ratos en los que yo no he tenido más remedio que estremecerme sin reparo, aún sin quererlo e intentando controlar la emoción.
El libro consta de una selección de veinticuatro artículos, posiblemente no los mejor escritos pero sí los más emblemáticos. Están agrupados en tres décadas: las de los años setenta, los ochenta y los noventa. En ellos se puede apreciar la evolución ideológica y la forja del «ecologista» desde su nacimiento como tal, hasta el final de sus días. En sus textos van apareciendo palabras que resultan nuevas para él y desconocidas para muchos: la propia de «ecología», y otras como «crecimiento sostenible», «desertización y desertificación»… y tantas otras más que él va utilizando en sus documentos y que protagonizan un mensaje nuevo y atrayente para los lectores del momento y seguidores que poco a poco se le irán uniendo.
Al mismo tiempo Mariano Velasco, de forma magistral y con su particular estilo, crea una «biografía ambientalista», como él mismo dice, del que fue insigne maestro y abanderado, vanguardia intelectual del movimiento medioambientalista en la Mancha, repasando al unísono la degradación de un sistema ecológico excepcional cual es el de la Mancha Baja o Mancha de Ciudad Real.
Sirva pues esta obra como ese merecido homenaje a don Julio Maroto García, mi padre, el maestro y profesor que amó y defendió a la Naturaleza que le rodeaba con todo su corazón. Creo que es la deuda pendiente que tengo con él.
Pero no quiero cerrar este pequeño prólogo sin antes dar las gracias a mi madre Celia, persona llena de amor, humilde y sacrificada que le apoyó siempre en silencio y con la que compartió los mejores y los momentos más duros. Sin ella mi padre nunca hubiera podido llegar a ser lo que fue.

SEMBLANZA DON JULIO MAROTO

Don Julio Maroto García
Don Julio Maroto García
Julio Maroto García nació en Alcázar de San Juan, el día 28 de septiembre de 1913. De familia de labradores, cursó sus primeras letras en lo que entonces se denominaba «escuelas de pago», alternando con posterioridad sus primeros trabajos con los estudios de segunda enseñanza y bachillerato que realizó en el colegio de los frailes trinitarios de Alcázar de San Juan. En 1933 cursó por libre la carrera de Maestro, trasladándose a Madrid para cumplir el servicio militar. Allí tomó contacto con la Residencia de Estudiantes y la Institución Libre de Enseñanza, corporaciones que forjarían en él una visión de vida que ya nunca le abandonó. Durante la Guerra Civil alcanzó el grado de teniente de caballería del ejército republicano. Al acabar la contienda fue confinado en un campo de concentración en Rota, siendo liberado poco después para incorporarse de nuevo a las tareas docentes en el colegio de los frailes trinitarios de Alcázar de San Juan, al haber sido reclamado por éstos dadas sus dotes de excelente formador. En 1941 obtuvo por oposición plaza de Maestro Nacional. Destinado en la aldea de Alameda de Cervera, allí permaneció durante dieciocho años en pleno contacto con la naturaleza. Tiempo que aprovechó también para obtener por libre los títulos de Practicante en Medicina y Delineante, profesiones y conocimientos que ejerció, dada la precariedad de medios con que contaba la aldea, al unísono de las de la docencia, su principal obligación. Tan polifacética actividad le permitió recibir numerosos premios y galardones, destacando entre ellos la Cruz de Alfonso X el Sabio. Hombre amante de su familia, entusiasta de su profesión, defensor apasionado de la escuela pública, de carácter polifacético, libre, honrado y respetuoso, añadió a todo ello un amor por la naturaleza que le convirtió en «ecologista» por razones y convicción. Falleció a los noventa y tres años, el día 22 de enero de 2007. Como epitafio sobre su tumba la simple glosa que le describe mejor: «Maestro de Escuela».

ARTÍCULOS RELACIONADOS

EL ZÁNCARA PIDE JUSTICIA

Por Julio Maroto García, en diario Lanza, 5 de julio de 1973

Nuestro río sigue contaminado. Nuestro río es, mejor fue, un río humilde, un río inadvertido que pacientemente y en silencio cumplía heroicamente su misión, su santa misión, serpenteando suave por esta reseca llanura poniendo su pincelada verde sobre gualda.
Pero de todas maneras el Záncara era para los ribereños que vivíamos, o más bien merodeábamos cerca de él, una alegría y un alivio en el vindicativo e implacable estío manchego.
Daba gloria verlo, mínimo pero claro, transparente, diáfano como el cristal y además lleno de vida…De aquello nada queda entre sus turbias, podridas y malolientes entrañas. Su cauce transcurre omiso, mustio, con pareceres de muerte en su tristeza y descompuesto corazón.
A la mala suerte la abandonaron todos. Nadie puede nadar, ni zambullirse en su corriente. Ya no quedan ecos de risas en sus orillas, ni gritos incontenidos de chiquillos en el chapotear de un agradable baño. Chiquillos que ahora lo contemplan atónitos pensando si puede ser cierto tan absurdo disparate. Muchos jóvenes han llegado hasta nosotros llevando en sus labios la honrada y airada protesta. Nada podemos hacer. La causa es honesta, hasta quijotesca si queréis, pero lo mismo que el río estamos solos.
Ni un Ayuntamiento, ni una sociedad deportiva, ni cualquier Hermandad de Labradores o algún organismo oficial, ni un particular, ha intentado levantar su voz a favor de un río herido. Muchos son los que se quejan y murmuran cobijados prudentemente en la penumbra, pero ni los mas perjudicados, que son legión, se han atrevido a unirse a nosotros en esta lógica campaña. Aceptan como irremediable la absurda y denigrante condena.
La lucha contra la contaminación, no es la obra de una minoría, es la preocupación colectiva en la que tenemos la exigencia moral de participar todos en la creación de una conciencia nacional de momento mínima pero que afortunadamente empieza a preocupar seriamente a un gran sector social. Planteemos unidos el problema ante los responsables que se niegan a ver y a oír, estos acabarán por no tener más remedio que escucharnos, la razón no tiene nada mas que un camino, y el camino es sagrado e inviolable. La timidez, la resignación y el conformismo están desfasados y de espalda a los logros de los que son justos.
Debemos conservar egoístamente el hermoso patrimonio de la Naturaleza entera y pura. No esperemos a que nuestros hijos, próximos ya a tomar la antorcha del relevo, reciban como herencia un mundo convertido en un gigantesco cubo e basura. Nos señalaran como unos estúpidos ineptos incapaces de tutelar valientemente la perfecta obra de Dios.
Ninguna razón va a convencer a nadie de que la oprobiosa situación del Záncara es inevitable. Un río es algo tan tremendamente bendito que nada puede justificar su destrucción. Un río es un bien comunitario sagrado y no hay pretexto legal, ni financiero ni cómodo, para poder disponer de él como propio y en evidente perjuicio colectivo. Eso, ante la Ley es un atraco espeluznante. ¿Es posible que a estas alturas cuando la batalla por los problemas medioambientales alcanza máxima categoría de preocupación universal nos sorprenda así solapadamente, un hecho delictivo de esta estatura?
No queremos creer ni admitir como probable, siquiera imperdonables imprevisiones y menos aún presiones particulares de algún avispado industrial que intenta como sea obtener beneficios desestimando perjuicios colectivos que nada le importan.
Si el río hace tan solo unos meses corría limpio no acabamos de entender como, sin que nadie se entere, puede hacerse una zanja de varios kilómetros para verter impunemente aguas contaminadas en su cauce. Esto es sensacionalmente increíble, alguien tiene que saberlo, alguien tiene que dar oficialmente su visto bueno y alguien en fin, debía saber que estas aguas no estaban en condiciones de salubridad medianamente normal.
Comprendemos que un hombre sin información es un hombre sin una clara opinión. Por eso y para evitar decir alguna clara imprecisión en nuestros comentarios, pedimos abiertamente en estas columnas las aclaraciones pertinentes que nos convencieran y convenciesen a todos esos jóvenes, que por su modesta condición no pueden ir a bañarse ni a pescar a la Costa del Azahar, de la imperiosa necesidad de pulverizar y eliminar así como así, el único río que atraviesa nuestra sedienta y enjuta tierra manchega.
Existen en la provincia, magníficamente organizados, y por supuesto bien dotados de competente personal, cuatro o cinco organismos oficiales encargados de velar por los intereses de la colectividad. Todos, o alguno de ellos, podrían responder públicamente dando razones persuasivas que calmasen este clamor de disconformidad popular que no entiende bien estas cosas de los “vertidos” y del veneno a casca porro.
José Antonio Plaza en su crónica desde Londres, nos sorprendía con unas declaraciones que, después de lo del Záncara, pueden dejar boquiabierto al mas ceñudo manchego. Resulta que el Támesis, el río londinense que recibe las aguas de 10 ó 14 millones de habitantes tenía ya en sus aguas gran cantidad de truchas y el gobierno inglés había establecido un importante premio para el afortunado pescador que logre capturar su primer salmón. Esto, amigos míos, a quiere decir sencillamente que este río que hace ya un siglo era ya el mayor estercolero del mundo ha quedado limpio y puro. Esto se ha conseguido, decía el cronista, a base de una enérgica legislación y de una inflexible aplicación de la ley.
Tenemos en España una copiosisima legislación sobre protección del medio ambiente. Se va a intentar ahora recopilarla y adaptarla a las actuales circunstancias, pero hay un Decreto, el de 14 de noviembre de 1958, reformado por otro de 25 de mayo de 1972, que puede valer todavía y que en este caso se refiere, como es natural, al Reglamento de Policía de Aguas y sus cauces. ¿Es que la Comisaría de Aguas del Guadiana no tiene con esta Ley fuerza coercitiva suficiente para zanjar el problema de frente y por derecho?
Las leyes se elaboran cuidadosamente y se promulgan para cumplirlas y hacerlas cumplir por las buenas o por las malas. En este caso concreto no excluye de su cumplimiento, ni tiene sutilezas escurridizas ni prerrogativas especiales para pueblos o señores particulares. ¡Aplíquese a todos por igual!
El mejor Festival de la Canción de Primavera que puede y debe tener un pueblo nos lo brinda la naturaleza misma, hecha y guiada por la sapiencia de Dios. Defendamos a ultranza este maravilloso y gratuito patrimonio celestial.
Uno de los sesudos congresistas, que recientemente se han reunido en Barcelona para tratar asuntos relacionados con la polución ha dicho: “Si no sabemos superar este pavoroso problema caminamos seguros a un desastre mundial”… claro que para entender esto no hace falta tener un alto coeficiente intelectual como tenía este futurólogo.
¡Záncara río amigo quisiera ser poderoso para poder salvarte y pagar así la deuda que te debo!

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