En el tiempo actual, buscar e indagar en cuestiones de filosofía puede parecer una enorme excentricidad. Mucho más si confiesas que lo haces porque te gusta aprender y ejercitarte en temas de sabiduría.
Es fácil, entonces, que te califiquen de necio, insensato, cuando no de “listillo” que es un adjetivo mucho más peyorativo y actual. Pero es en ese momento, precisamente, cuando uno debe demostrarse a sí mismo que no le importa lo exterior. Porque aquel verdaderamente interesado en una visión filosófica de la vida y de la sociedad, nunca pretenderá presumir, ni mucho menos dárselas de listo. Y ello por una razón práctica: no es posible ocuparse de la razón, y al mismo tiempo preocuparse de cosas ajenas.
Y este pensamiento, o mejor, esta aseveración, no es mía, sino que ya la presentaba Epicteto hace casi dos mil años. Lo que viene a demostrar que las pasiones humanas han evolucionado poco o nada en dos milenios; que seguimos siendo los mismos, seres acosados por sentimientos como el miedo, el odio, el resentimiento o la envidia.
Es en este sentido, en el que la introspección puede constituir, en los momentos actuales, uno de los mejores regalos que nos podemos hacer. Porque de los mayores bienes que se pueden anhelar, uno de ellos sería alcanzar una serenidad de ánimo que nos permita no desear y no temer; lo que significaría que habríamos sido capaces de alcanzar una vida estable y firme, además de un juicio sabio y recto. Cuestión, por cierto, nada fácil de lograr.
Pero se pueden hacer cosas para dirigirse o acercarse a ello, aunque solo sea un poco más cada día. Y si en la anterior entrada de esta misma serie ya comentábamos algunas de ellas, hoy pretendo seguir con la misma cuestión.
¿Te enfadas? ¿Pierdes los nervios y el control? Acostúmbrate a hacer una pausa y a respirar hondo; tómate un momento antes de reaccionar, y así conseguirás con más facilidad mantener el autocontrol. Es necesario practicar y practicar hasta ser capaces de resistir el impulso de reaccionar instintivamente ante el insulto, el menosprecio o la agresividad. También ante la adversidad.
Y alterizar; ser conscientes y capaces de pensar y reconocer, en todo momento, que lo que le ocurre a los demás también nos puede ocurrir a nosotros. Eso nos hará más tolerantes.
Pero la mejor baza de todas es hablar poco y bien. El silencio debe ser nuestro objetivo en la mayoría de las situaciones; aprender a decir solo lo necesario, y brevemente, además. No hablar sobre otras personas, ni para compararlas, ni criticarlas, ni siquiera para alabarlas. Y elegir bien las compañías, prestar mucha atención a lo que estamos haciendo y a quienes elegimos por compañeros. En fin, objetivos y tareas sencillas para alcanzar esa serenidad que goza ya de la experiencia y la sabiduría de dos milenios de antigüedad.
Buena reflexión. Ojalá muchos tomaran nota.
ResponderEliminarÚltimamente oigo con más frecuencia el típico argumento, no sólo a alumnos, sino a sus padre: "No sé para qué estudiar Filosofía, de qué me sirve a mí, si voy a ser ingeniero." Años de desprecio han conseguido que ignoremos la importancia de la Filosofía (que tanto nos intenta enseñar Mariano). Cuando ese ingeniero se tope con un dilema moral, ético o social (que se topará, vaya si se topará...) ninguna fórmula exacta, ni matemática, ni física, ni química, ni... Le dará la solución. Recemos entonces por que ese ingeniero haya tenido, al menos, una educación de valores a la altura.