MORIR EN MARRUECOS: SANGRE SIN "PEDIGRÍ" - Momentos para discrepar

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martes, 5 de julio de 2022

MORIR EN MARRUECOS: SANGRE SIN "PEDIGRÍ"

 

 


Escribir sobre las guerras de Marruecos, las últimas que España vivió fuera de sus fronteras, tiene su porqué, aunque solo sea porque mantienen aún un importante recuerdo en el magín español, quizá porque la tradición oral ha podido trasladar hasta las generaciones actuales recuerdos o anécdotas de aquella época. Todavía es frecuente escuchar historias o referencias familiares que nos recuerdan que "el abuelo estuvo allí", tomando el Gurugú o sobreviviendo a Annual, lo que incide en seguir buscando respuestas al interrogante sorprendente de qué era lo que hacían nuestros ancestros allí: ¿Por qué nos embarcamos en otra aventura bélica colonial cuando tan reciente estaba el desastre del 98 y la guerra ocasionaba tan inmensa repulsa en la mayoría del pueblo español?
Con Morir en Marruecos, el doctor Velasco, culmina la tercera entrega de su serie "España en guerra"; una serie que comenzó con Guerrilleros, y que pudo tener su continuación con Carne de cañón. Un conjunto de trabajos con los que el autor pretende testimoniar el padecimiento de aquellas personas más desfavorecidas —proletariado, jornaleros— que se vieron obligados a participar y morir en lejanas luchas coloniales para defender, siempre bajo el señuelo del honor patrio, unos intereses económicos que, en realidad, solo servían para sojuzgarlos, manteniéndolos permanentemente en una situación de enajenación social.
Y de entre todos ellos, más en concreto, los jornaleros manchegos, siempre olvidados por la historiografía española, como si su sangre y sufrimientos no tuvieran el mismo valor que los de sus congéneres de otras regiones del país, mucho mejor ensalzados por periodistas, escritores y poetas. Algo bastante lógico y normal dado el nivel de analfabetismo y falta de intelectuales que casi siempre ha acompañado a la Mancha en su trayectoria ancestral.
Y es, quizá, por eso, que Velasco intenta que los hechos históricos narrados queden bien complementados con la trayectoria personal y vital de los personajes protagonistas. A través de ellos hace posible conocer el medio social y económico que les rodeaba y que tanto los condicionó —pura etnografía—, al mismo tiempo que el recurso a las "historias de vida" le ha permitido incorporar algo de análisis sociológico sobre el medio y la época en cuestión, especialidad curricular que corresponde al escritor. Si esto lo logra o no, eso es juicio que corresponde al lector.
En todo caso, el proceso investigador se comprueba enriquecedor, sobre todo en lo personal; tanto que este autor no puede por menos que sentirse, según sus propias manifestaciones, razonablemente satisfecho con el resultado obtenido de la obra en cuestión. Y es que, en realidad, Mariano Velasco, trasiega malabarismos con la historia: es capaz de trabajarla, mimarla, lijarla y adecentarla para crear como obras artesanales. En este caso, de nuevo, él es el encargado de narrar un episodio crudo de nuestra historiografía. Lo viene haciendo desde hace años con su serie de novelas históricas y bélicas sobre conflictos protagonizados y padecidos por sus antepasados manchegos. Él intenta extraer de la historia la sandáraca de palabras que cure nuestras afecciones más dolorosas. Él trata de fijar con el barniz de sus apasionados relatos los pretéritos episodios, para que no sean corrompidos por el óxido del olvido. Él cuida de regar sus raíces con el abono de su esmero, producto de concienzudas investigaciones, para que broten nuevos frutos, que serán los sentimientos que crezcan en el lector, alóctono ejemplar que vagará por cuantos territorios desee, perpetuando el espíritu del araar: una conífera marroquí que vive en España y que ha visto a hombres y mujeres de ambas orillas dejarse el alma desparramada por sus suelos, sin comprender desde su sabia condición de ser vivo centenario, cómo es posible que una carne tan débil se empeña en enfrentarse a sus semejantes por unas cuantas líneas en los mapas. Nuestra piel no es tan dura como la corteza del araar. Deberíamos actuar más en consecuencia con nuestra debilidad, con nuestra fragilidad, y con nuestra ignorancia.
Aprendamos, al menos, las lecciones de la historia guiados por la mano de Mariano Velasco. Y aprendamos del araar a caminar por el mundo sin ser invasores, sin ser guerreros, sin ser agresivos. Tan sólo dando vida y color a la tierra que nos acoja, lo sea por unos días o por unos siglos.



RESEÑA EXTRACTO DEL PRÓLOGO DE MORIR EN MARRUECOS, POR HÉCTOR CAMPOS CASTILLO.

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