La polarización política en España está alcanzando un grado extremo, tanto a
nivel institucional como en el debate ciudadano. Basta con seguir las redes
sociales, donde el cruce descarado de insultos, entre ciudadanos y políticos,
y entre los propios ciudadanos, es una constante cotidiana. En la misma línea,
las descalificaciones entre los líderes políticos es algo habitual, aunque de
un nivel tan agrio y soez, que ya supone una situación de gravedad para el
normal funcionamiento del sistema democrático.
Lo cierto es que en el espectro político del sistema de partidos español han
ocurrido dos cosas capaces de modificarlo en profundidad; por un lado, la
ruptura de la función bisagra que venían desempeñando los partidos
nacionalistas conservadores —PNV y CiU—; y por otro, el surgimiento de
partidos radicales extremistas, tanto a la izquierda, como a la derecha,
incapaces de ejercer con lealtad la función bisagra que ha dejado de
representar el nacionalismo moderado conservador.
Sin embargo, estos son los mimbres del actual panorama político español; una
desaparición del centro-bisagra, y una polarización que no deja alternativa a
las dos corrientes políticas mayoritarias —la conservadora y la
socialdemócrata—, salvo la de gobernar con sus extremos afines, con las
consecuencias que ello conlleva.
Y si bien es cierto que la función bisagra del PNV y de CiU, nunca salió
gratis, todo lo contrario, supuso enormes contrapartidas, la polarización
actual convierte en jauja aquellos peajes que antaño hubo que pagar.
Quizá por eso, la pregunta a responder sería: el actual precio en exigencias
radicales ¿es un costo que la democracia constitucional española puede
soportar?
No tenemos el don de la adivinación, razón por la cual ignoramos la respuesta
a la pregunta en cuestión. Pero sí, en cambio, tenemos la convicción de que
los sistemas de partidos funcionan mejor cuando el centro del arco ejerce de
contrapeso evitando una curvatura por los extremos que amenace con quebrarlo.
Es decir, la existencia de partidos moderados centristas con función bisagra,
es preferible, según nuestra opinión, a la polarización por los extremos.
Recuperar ese centro para el sistema político español es vital. La cuestión
sería ¿Qué nuevas fuerzas políticas podrían llegar a ejercer ese papel
político esencial?
Pues solo se nos ocurren dos posibilidades: una, la organización y agrupación
como partido político de la enorme masa de jubilados y mayores —unos ocho
millones de votantes—; y dos, la organización política de los habitantes de la
España vaciada. Ambas fuerzas, organizadas políticamente, constituirían una
bisagra esencial para garantizar el futuro de la democracia sin sobresaltos y
en paz.
Pero esta idea no deja de ser una auténtica utopía, porque para que fuese una
realidad, ambos colectivos deberían carecer de prejuicios de ideología, o bien
mantener un nivel ideológico tan sutil que posibilitara la tolerancia hacia
los contrarios. Algo que ni se ha dado, ni se da, ni se dará, en este patio
ibérico siempre fracturado en dos. Y es que como dijo Antonio Machado: “una de
las dos Españas ha de partirte el corazón”.
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