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Polarización en España |
La democracia hace aguas, entre otras cosas, porque cada vez es más difícil
encontrar una opinión mayoritaria crítica y libre. Vivimos en una sociedad
polarizada; y en una sociedad polarizada, el diálogo no fluye, y los
argumentos no convencen por buenos que estos sean. Porque todo el mundo piensa
que los argumentos de los contrarios están sesgados, y/o, tergiversados
torticeramente, y que los únicos congruentes y válidos son los propios.
Pero las sociedades no se polarizan por gusto o por vicio: las polarizan los
políticos extremistas. Y cuando una sociedad no respira y absorbe democracia
por cada uno de sus poros, corre el riesgo de asfixiarse.
No obstante, la democracia tiene un crisol fundamental: las urnas y los votos
depositados en ellas en cada convocatoria electoral. Ellas son las que nos
dicen, en verdad, el apoyo exacto que sustenta cada extremo de la polarización
Al menos, así debería ser. Pero, puede no ser. Porque en un clima tan
enrarecido y polarizado, las elecciones tampoco están libres de indeseables
intervenciones: malintencionadas acusaciones lanzadas al aire con demasiada
impunidad. Son aquellas que siembran dudas sobre si se ha manipulado o no el
recuento de votos, si se ha falseado el censo, o se ha coaccionado para votar.
Acciones que siembran la desconfianza y la duda sobre el proceso electoral
socavando su más firme pilar: la legitimidad del sistema democrático. Y estas
actuaciones se vienen repitiendo desde los sectores más ultraconservadores del
ámbito de las democracias liberales de corte occidental; una acción propia de
democracias corrompidas.
A ello hay que añadir el inmenso poder mediático de las redes sociales. Y,
¿qué son las redes sociales? Aplicaciones informáticas más o menos frívolas,
que imponen mensajes y vídeos de enorme superficialidad con la intención de
crear o dirigir la opinión.
Si tenemos en cuenta que, en el momento actual, unos cinco mil millones de
personas usan las redes sociales, lo que equivale a un sesenta por ciento del
total de la humanidad, con un crecimiento anual de seis nuevos usuarios por
segundo, el poder de las redes sociales se muestra colosal, y su control, la
peor amenaza contra la libertad individual.
La pregunta es: ¿las redes sociales son vehículos de expansión cultural, o,
por el contrario, son entes manipuladores que distorsionan cualquier concepto
de cultura y libertad?
Lo cierto es que los usuarios de las redes somos candidatos a convertirnos en
peones de los jerarcas tecnológicos. Sus algoritmos les permiten manipular y
controlar a la población mundial a través de los datos que poseen sobre
nuestras preferencias, nuestras ideas y nuestras costumbres. En realidad, las
redes potencian y multiplican la visión polarizada o binaria de la sociedad,
donde dos bandos enfrentados se arrojan consignas contrarias, como harían dos
hinchadas en un derbi futbolero. Por tanto, los líderes de opinión tienen un
poder enorme, y una responsabilidad todavía mayor: cuando crean eslóganes para
machacar al bando opuesto, están alimentando el monstruo de la polarización y
la radicalidad, con la idea de que, alcanzados sus objetivos —la toma del
poder— podrán rebajar la tensión hasta los límites de la normalidad. Un craso
error, porque la polarización, como la violencia, solo engendra más
polarización y violencia, y una vez desatada hasta el punto de fractura y
quiebra, no habrá posibilidad humana ni democrática que lo pueda solucionar.
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