Vegas del río Záncara |
Este post no pretende reflexionar sobre el valor del agua, así en singular,
porque parecería querer referirse a su valor monetario como recurso
productivo, obviando y relegando, a cambio, sus valores y funciones más
importantes: sostén de la vida, de nuestra salud o de la cohesión social.
Valores que no pueden comprarse ni venderse, porque ya saben: “Solo el necio
confunde valor y precio”.
Vivimos una crisis del agua en el Planeta Azul (el planeta del agua), donde
actualmente más de dos mil millones de personas no tienen acceso garantizado
al agua potable. Pero, claro, esto solo son números que se nos quedan lejos
cuando no nos ha tocado ser uno de esos desgraciados. Es igual que ocurre con
las guerras en el mundo, que se nos quedan lejos cuando vemos la desgracia
ajena a través de las pantallas electrónicas: tristeza, y en algunos casos
indignación, es lo más que podemos esperar de esos minutos de observación.
Pero yo soy de esos que piensan que, con respecto al agua y a la apreciación
de sus valores, la cosa puede cambiar. Bastaría con que cada uno echase un
vistazo crítico a su “patria chica”, a aquellos lugares donde vivieron su
infancia y juventud, y compararan la situaciones y vivencias que pudieron
sentir junto al agua (ríos, arroyos, lagunas, charcones, alamedas…) con lo que
puedan percibir en la actualidad: casi siempre destrucción, ruina y
desolación.
Río Záncara |
Soy de, y vivo en la Mancha, quizá una de las tierras españolas más
castigadas por el mal uso del agua, la pésima gestión y la avaricia e inmenso
poder de los “aguatenientes”. He dedicado más de treinta años de mi vida al
estudio de mi más inmediato medio natural y acuático y he colaborado en todo
tipo de acciones tendentes a revertir la situación: desde participar y fundar
asociaciones ecologistas, hasta escribir más de mil artículos en prensa y
otras revistas especializadas, amén de varios libros y de contribuir
activamente como asesor de la Administración autonómica en materias de aguas.
¿Cuál fue el resultado? Pues, volviendo a ceñirme a mi entorno social, la
pérdida de más de veinte mil hectáreas de zonas húmedas (en la Mancha, que es
un secarral); la desaparición efectiva de todos los ríos en superficie, la
esquilmación de los grandes acuíferos manchegos, la muerte demostrada del
parque nacional de las Tablas de Daimiel, amén de la completa seguridad de que
nadie, ningún político, hará nada mientras cada pozo siga interpretándose como
dos votos mínimos en la política electoral.
Esta es la realidad que yo he aprendido mirando a mi alrededor. Por eso
insisto en que hagan ustedes lo mismo: miren a su alrededor, allá donde estén.
Pero hay otras cosas que con respecto a los valores del agua he aprendido y no
por mirar a mi alrededor, precisamente, sino por querer saber. Así, por
ejemplo, he llegado a conocer la gran disparidad en el consumo de agua per
cápita que tenemos en nuestro país. Mientras las rentas más bajas se quedan
por debajo de los cien litros por persona y día, las rentas más altas se
acercan a los 450 litros diarios. El agua que gastamos se ha convertido en un
indicador de la desigualdad social. Porque está fehacientemente comprobado que
cuanto más dinero se tiene, más agua se gasta. Y esto es evidente: un chalet
con piscina individual consume muchísima más agua que un piso de noventa
metros cuadrados típico de clase media. En el momento actual en España los
recursos hídricos son un 15% menores que en 1980, según el Ministerio de
Transición Ecológica.
Es cierto que para evitar estas crisis el mayor campo de acción se encuentra
en el sector agrícola, consumidor del 80% del agua en España, pero no
deberíamos desdeñar el uso doméstico y urbano, donde también podemos encontrar
espacios para aprovechar de manera más sostenible el recurso.
El agua es un recurso precioso, y el consumo desproporcionado para necesidades
superfluas de los grupos más ricos es un factor de riesgo para el suministro
futuro. A largo plazo puede agotar recursos disponibles allí donde se hayan
concentrados esos usos. Mallorca y Barcelona, en diferentes momentos, han
tenido que ser abastecidas con buques cisternas mientras a su alrededor se
regaban miles de hectáreas de césped, se llenaban miles de piscinas
individuales y se potenciaba la construcción de campos de golf. Pero es que
igual ocurre en el sector agrario, donde los lobbies más poderosos, los más
ricos, en suma, controlan el mayor porcentaje del gasto en ese sector.
Ruidera: laguna Batana |
En definitiva, y por concluir, es obvio que, en relación al uso y gestión del
agua, tanto en el medio agrario como en el urbano e industrial, las cosas
pueden hacerse mucho mejor. Y que, además, deberían hacerse. Pero no se hará,
porque el agua se ha convertido en un activo económico de magnitud colosal que
no solo forrará hasta reventar a aquellos que la controlen y manejen en el
futuro más inmediato, es que además les dotara de uno de los más absolutos
poderes de sumisión y control de la humanidad.
¡Ahí queda!
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