COLORES Y SILENCIOS (EL RECUERDO) - Momentos para discrepar

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viernes, 2 de agosto de 2013

COLORES Y SILENCIOS (EL RECUERDO)

EL RECUERDO

Hace más de treinta años que salí de aquí, de este pueblo desparramado por la inmensa llanura. Por eso me gusta recordar aquel tiempo que transcurrió antes de la inevitable partida. Y al evocarlo vienen a mi memoria múltiples recuerdos. Y los recuerdos son una reminiscencia perenne que provoca en mí ser algo así como un poso constante de melancolía y frustración.
Pero aún así me gusta el recuerdo de aquella idealizada pandilla de jóvenes adolescentes: de Amancio, de Jesús, de Oscar, de Paco y Ramón, de Juan, el Pi; del frío de aquellas tardes de invierno, del lento paso de las horas, y de las conversaciones clandestinas debajo de algún carro en los días de temporal.
Me acuerdo, sí, me acuerdo de que para la pandilla el pueblo era el mundo, y fuera de él no había nada más. En el pueblo vivíamos, jugábamos, soñábamos, inventábamos mil diabluras cada día hasta alcanzar una extraña euforia —¿Felicidad?—, entre calles embarradas y desconchados paredones de tierra; soñando con llegar a ser como «Pirri» o «Amancio» en el Madrid, porque quizá estos fueran los únicos seres que fuera del barrio nos podían importar. Bueno, a decir verdad, también había cierto personaje que por entonces sonaba mucho en el pueblo, un tal Fraga Iribarne, que cualquiera sabía lo que había hecho o era capaz de hacer, lo que si estaba claro es que lo trajeron para inaugurar los molinos que se habían restaurado en el cercano cerro de San Antón —cosa de un nuevo invento que llamaban turismo—,  y aquello fue el no va más, que hasta autobuses gratis puso el Ayuntamiento para que todos nos pudiéramos acercar. Así que pensamos, o mejor yo pensé, que tampoco estaría mal ser como ese señor; aunque, claro, eso quedaría para luego, para cuando uno se hiciera mayor, y eso todavía quedaba lejos, vamos que parecía que nunca iba a llegar. Así que por entonces de lo que se trataba era de seguir con el «pan nuestro de cada día>>; esto es, seguir inventando, divertirnos y jugar.
Los sábados solía venir de Madrid el padre de Oscar y Jesús. Y ellos, al verlo, corrían a recibirlo encantados porque siempre les traía alguna chuchería, algún dulce que comer. Después se pavoneaban entre nosotros con aires de cierta importancia, pues aquello de tener un padre que viajaba era un lujo excepcional. Que el hombre las pasara fatal, toda la semana solo, separado de los suyos, bregando en un corte de albañil, eso era lo de menos. Lo que contaba era ir a Madrid, aquella «Meca» incuestionable tan lejana de nuestro mundo, y sin embargo tan cercana, a no más de dos horas y media de tren.
Luego, con el paso del tiempo, la gran urbe nos absorbería y todos acabamos allí. Unos llamados por las obligaciones militares o para trabajar. Otros, los menos, para cursar estudios en la universidad. Al final, de la cuadrilla, salvo un servidor, ninguno volvió a los viejos barrios. Y estos, supongo,  pasarían a ser como un etéreo recuerdo perdido en la mente de cada cual. Y los amigos de entonces: Paco, Amancio, Ramón, Oscar, Jesús, Juan; algo poco inmanente, como una mueca de sonrisa en un etéreo recuerdo difuso y circunstancial.
Y sin embargo, ahora, cuando ha transcurrido toda una vida me gusta imaginar que vuelven, y que todos juntos recorremos aquellas calles barridas por gélidos vientos: callejuela Cerrada —¿Por qué se llamaría Cerrada si tenía salida por ambos extremos, estrecha, sí, pero cerrada, no?—; callejón del Toro, plazoleta San José, calle Morón —menudo debió ser el moro que la habitara para ponerle «morón".
El Recuerdo
El Recuerdo
Y es que en estos tiempos que vivimos ya casi nadie se acuerda, pero entonces los chavales nos dividíamos en dos tipos: los hombres, y los demás. Los hombres éramos los que con diez o doce años nos esforzábamos por hacer todo aquello que hacían los hombres de verdad. Y lo que hacían los hombres de verdad, a todas horas, era fumar y fumar. De modo que la perenne obsesión era obtener unas «perrillas» para comprar cigarrillos sueltos. La mina solían ser las vías del tren, donde siempre solíamos encontrar algo de metal que vender al chatarrero. Después debía ser cosa de vernos con un «celtas» en la boca. Aunque había otra cosa que también hacían los hombres: era tener novia y pasar horas en la puerta de su casa tratando de «charlar». Así que nosotros siempre andábamos detrás de todas las chicas del barrio intentando que nos dejaran «charlar». Algo que nunca, ni por milagro, ocurrió.
Alguna vez he vuelto atrás con la imaginación y entonces he mirado los viejos retratos llenos de polvo, y las viejas esquinas apenas inexistentes, y he rememorado las guerrillas callejeras, y la tienda de Santiago, algo así como el Hipercor en la actualidad, sólo que en cutre y con cuatro metros de pared a pared; y los guateques, y la figura de mi padre subido en su “Montesa”, y el carrode Fermín, y las maletas que un día hiciéramos cuando nos tuvimos que marchar, y la ilusión imposible de querer volver porque cuando nos fuimos aquí se quedó un pedazo del corazón. Y entonces pienso que quizá nunca debí dejar el pueblo, y que cuando volví lo hice para quedarme siempre. Porque es bueno tener algún lugar donde poder volver —¡Volver a casa!—, si, aún a despecho de Montaigne, al que no se le ocurrió otra cosa que decir que «Nunca estamos en casa». Claro que eso lo escribió alguien que jamás tuvo, por fuerza, que marchar... ¡Así cualquiera!

3 comentarios:

  1. ¿ Es un artículo o un capítulo ? Lo que voy a poner es sólo mi opinión (no se si atreverme a corregir a nadie, no estoy a la altura), a mi me ha dado la impresión de ser un artículo más que un capítulo,lo digo porque para mi punto de vista en un capítulo no se cuentan tantas cosas de golpe, se va dejando un poco más con la intriga para que apetezca seguir leyendo. Aunque por otro lado también puede ser un capítulo y luego ir desgranando más, pero la primera impresión ha sido lo que he puesto. Luego seguro que me arrepentiré de ser tan "bacina".

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    1. En realidad se trata de unidades independientes, que podemos llamar como queramos, el nombre es lo de menos, pero que configuran un texto independiente cada uno del otro. Por eso, quizá, encuentras tanta información. No es un genero novelístico al uso, que cada capítulo introduce al siguiente. Se trataría más bien de una concatenación de narraciones breves, aunque tampoco es esto, precisamente porque la obra incardina narraciones breves y capítulos como reseñados. Es decir, he parido un engendro literario... Bueno, lo importante es si dice algo o no, si gusta o no, si tiene un lugar y un interés su publicación o no... Esas son mis dudas.
      Gracias.

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  2. Ah perfecto, no es novela al uso. Entonces mola mucho. Me ha gustado y planteándolo así lo veo perfecto. La historia muy bien. Interesa el lugar y los hechos y te quedas con ganas de saber más historias de esos chicos. ;)

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