EL VALOR DEL TIEMPO
A menudo me sorprendo al comprobar
con cuánto esmero trabajan los jóvenes, entre ellos mis propios hijos que son
aquellos a los que por su cercanía mejor puedo observar. E increíble como todo
su afán pasa y se desarrolla por y entorno a su trabajo diario. Se levantan
temprano, toman su desayuno y parten raudos a ocupar su puesto laboral:
jornadas que por unas u otras razones nunca les supondrán menos de doce horas
diarias de dedicación, cuando no de hasta veinticuatro en los casos de sus
guardias de obligación.
Y así han llegado a considerar como la cosa
más normal del mundo aquello de casi no poder estar con sus parejas o su
familia, no disfrutar de sus hogares, no disponer de tiempo para su ocio, no
descansar… Y cuando les pregunto que por qué lo hacen, sólo saben responder que
necesitan el dinero y ahora es su tiempo de trabajar: «¡Cuando hace aire hay
que aventar!» —coinciden con el refranero manchego.
Me miro a mí mismo en un ejercicio de retroactividad en el tiempo, y puedo darme cuenta de que ellos no hacen otra
cosa sino repetir lo mismo que yo viviera años atrás: trabajar y trabajar para
poder tener. Pero tener qué… Más dinero, más caprichos, más cosas materiales,
en suma para tener más de todo aquello con lo que vivir "mejor".
Han tenido que pasar muchos años para
que pudiera cuestionarme si aquel afán por trabajar sin descanso valió la pena,
sobre todo si considero lo que a cambio perdí. Y me perdí tantas cosas: la
infancia de mis hijos, las tardes serenas compartiendo el tiempo con mi
compañera y mujer, aquellos libros que quedaron sin leer, tantos lugares que no
visité…
Decía Henry David Thoreau, quizá el
primer pensador y escritor ecologista, que el verdadero valor de una casa era
la cantidad de eso que se llama vida que hay que dar a cambio, en seguida o a
la larga. Cita que por extensión se ha divulgado como máxima para definir que
el verdadero valor de las cosas hay que medirlo según el tiempo de vida que nos
quitan. Y yo creo que este aserto constituye una gran verdad. Porque el tiempo
que tenemos para vivir es lo único que realmente se nos da.
Fue Séneca, el filósofo cordobés, uno
de los pioneros en aquello de defender lo lamentable que es perder el tiempo
—nuestro tiempo de vida en suma— y con cuanta facilidad lo hacemos ¿Cuántos
momentos nos son arrebatados? ¿Cuántos perdemos? ¿Cuántos dejamos marchar? Y
sin embargo nuestro tiempo de vida es lo único con lo que de verdad contamos.
Pero la mayor parte lo malgastamos haciendo mal las cosas; esto es, haciendo
cosas diferentes a las que deberíamos hacer ¿Quién concede valor al tiempo?
¿Quién aprecia un día?
Cuánto ganaríamos si fuésemos capaces
de abarcar nuestras horas. En las de trabajo procurando no apresurarlo, no
desdeñarlo, sino tratando de obtener de él la mayor satisfacción. Después, el
resto del tiempo deberíamos dedicarlo a la vida.
Pasar la mayor parte del tiempo, dedicar la mejor parte de la vida a ganar dinero para disfrutar de una supuesta libertad más que cuestionable durante la peor parte de ella (la vejez) recuerda a aquel que se fue a las Américas para hacer fortuna con el fin de poder regresar y vivir una vida de poeta. ¡Debiera haberse retirado a su cuarto y su escritorio en primer lugar!
Pasar la mayor parte del tiempo, dedicar la mejor parte de la vida a ganar dinero para disfrutar de una supuesta libertad más que cuestionable durante la peor parte de ella (la vejez) recuerda a aquel que se fue a las Américas para hacer fortuna con el fin de poder regresar y vivir una vida de poeta. ¡Debiera haberse retirado a su cuarto y su escritorio en primer lugar!
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