LA VIDA EN GRIS
En lo esencial creo que sólo existen dos formas de ver el mundo: de modo
positivo y con optimismo, o de modo negativo y pesimista. Y que todos los seres
humanos sin excepción nos situamos en una u otra posición sin que existan
términos medios.
Yo soy de estos últimos, de los que suelen ver las cosas de forma
pesimista y negativa ¿Y qué me ha reportado ello después de toda la vida de ver
las cosas así? Pues en la mayoría de las ocasiones un sufrimiento innecesario
que lo único que consiguió fue que muchos de mis días fueran una especie de
infierno del que lo único que deseaba era salir: ¡Salir, escapar de los días de
mi propia vida, sí! ¡Qué horrible! ¡Como si fueran inacabables los que tuviera
concedidos!
Ante esto lo normal sería poseer la fuerza necesaria para permitirnos el
lujo de no tener ni un solo pensamiento negativo. Pero claro, esto es fácil de
decir, casi imposible de lograr para los que somos así.
La filosofía oriental mantiene que la manera de pensar es un hábito, y
que por tanto, como todos los hábitos se puede cambiar. Pero es un proceso que
necesita entrenamiento y tiempo, porque sobre lo único que de verdad tenemos
dominio es sobre nuestra mente, y si hemos sabido “educarla” para pensar en
negativo, también podemos “deseducarla” para enseñarla a pensar en positivo.
Aunque no es una tarea fácil, sino todo lo contrario, más bien es una auténtica
tarea de titanes… Pero no imposible. Veamos:
¿Por qué para una persona negativa cualquier minucia —una opinión, un
dolor, el mal tiempo— puede convertirse en un drama personal? Pues simplemente
porque no sabemos controlar nuestra opinión sobre estos hechos, ya que no
podemos controlar los hechos mismos. En realidad lo único que separa a las
personas alegres y optimistas de las tristes y pesimistas es la manera de
encarar los hechos, de interpretar y procesar las circunstancias de la vida.
Cuando se consigue controlar los pensamientos y la manera de reaccionar a los
acontecimientos de la vida, uno empieza a controlar su destino; esto es, uno
empieza a elegir lo que quiere ser y cómo quiere vivir.
Pero cómo controlar los pensamientos negativos, cómo evitar las
reacciones tan abrumadoras y nefastas. Pues sólo conozco un modo: con una enorme
voluntad de cambiar, y con una práctica rayana en la obstinación, además de con
un análisis lo más racional posible de cada situación.
Personalmente uno de los casos que más afectan e influyen en mi propia
negatividad es la forma de percibir y afrontar los problemas que llegan, o los
que pienso que van a llegar, porque en muchas ocasiones estos que tanto me
preocupan luego no ocurren en la realidad. Pero si cuando llega un problema de
verdad soy capaz de pararme a analizar hasta el punto de llegar a plantearme
cómo debo afrontarlo y cómo tengo que actuar, el alivio que surge es inmediato.
Y siempre llega por la misma rutina de acción: ante el problema hay que
centrarse y no distraerse; esto es, afrontar cuáles son las causas y los
remedios inmediatos aplicables y no perderse por las ramas con lo que no tiene
remedio inmediato —una pierna gangrenada se corta, después se piensa en la
prótesis—. Hay que tener en cuenta las cosas sobre las que se puede actuar y
las que no. Y luego trabajar sobre ellas con el optimismo suficiente para sacar
el mejor partido de cualquier situación. Porque en la vida no existen errores,
sólo lecciones. Pero ese optimismo debe ser prudente. No distraerse significa
hacer sólo aquellas cosas que nos ayudan a resolver la situación. La prudencia
requiere conocer y medir las consecuencias que tendrán las acciones, evaluarlas
y decidir si hacerlas o no. Pero cuando consigo realizar este ejercicio de
autoanálisis inmediatamente compruebo que el problema parece reducirse a la
mitad. Y este es el camino en todos los frentes para, si no eliminar la
negatividad, al menos estar en condiciones de afrontarla en la mejor posición.
Por tanto comencemos a vivir más con la imaginación. Vivamos con aquellas
cosas buenas que deseamos más que con los recuerdos de todas aquellas cosas
negativas que nos pasaron ¡La fantasía de cada persona tiene que ocupar su
lugar en el mundo! El secreto de la felicidad es simple: averiguar qué es lo
que se quiere hacer y dirigir todas las energías en esa dirección, porque con
un recto sentido y una voluntad perseverante siempre se alcanza lo que
deseamos. Y lo que deseamos no debemos perseguirlo, sino seguirlo. Así que esa
es la única solución: descubrir una misión en nuestra vida, imaginarla y
seguirla cada día con el máximo de energía y optimismo… Y con ello decir “adiós” a todo aquello que nos hunde cada día más en nuestra propia
negatividad.
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