Analizábamos en una entrada anterior la calidad de la democracia española(1) para concluir en que nuestra democracia se encuentra situada en el pelotón de cabeza de las democracias plenas. Lo que nos lleva ahora a la cuestión de analizar qué es lo que ha situado a nuestro sistema democrático en ese lugar privilegiado del pelotón, y lo que es más importante, qué es lo que conviene hacer no solo para seguir en el mismo rango, sino para mejorar nuestra posición.
Educar para la democracia |
Para ello, quizá, la cosa pasaría por definir qué es lo que podemos entender por democracia, y qué es lo que posibilitaría su buen funcionamiento; cosa desde luego nada fácil por lo que de pluralismo interpretativo encierra en sí el propio término y la subjetividad con la que se suele abordar.
Pero si conviniéramos, siquiera bajo mínimos, que la democracia es un tipo de sociedad que facilita la coexistencia entre los diferentes, capaz de organizar las relaciones socioeconómicas hacia un objetivo de prosperidad material, sin descuidar por ello la redistribución de los recursos con arreglo a criterios de justicia, que garantiza derechos individuales, y que posibilita al fin un método para la toma colectiva de decisiones; entonces el aspecto más importante que deberíamos considerar sería aquel de conseguir que las decisiones que se adopten en su seno sean legítimas y eficaces, siendo ésta última cualidad de importancia vital, pues si las decisiones tomadas no resultaran eficaces la democracia perdería grandes dosis de legitimidad.
Lo que nos lleva a la consiguiente cuestión de que al final son los ciudadanos de la democracia los que reciben sus efectos y los que la legitiman diariamente con su aprobación. Por lo que la educación de los ciudadanos en el proyecto se constituye en pilar básico de sostén del propio sistema democrático.
Los ciudadanos demócratas deberían saber ante todo ser pluralistas, porque en momentos como el actual, en los que parece que el pluralismo se ha intensificado con la irrupción de las redes sociales(2), en realidad lo que ocurre es lo contrario, que se está reduciendo a pasos agigantados porque la mayor parte de los que intervienen en el debate político tienden a no ser pluralistas, a defender posiciones como si fueran la verdad ante aquellos interlocutores que piensan lo mismo, y a denostar y despreciar, cuando no a aniquilar, a todo aquel que no piensa como él.
Así que en realidad el pluralismo es una cualidad de la democracia, pero no de sus actores. Por lo tanto los actores-individuos componentes de una democracia deben ser enseñados a ser ciudadanos. Mejor aún, deben ser educados para ser "buenos ciudadanos", máxime en una época como la actual donde populismos y nacionalismos insisten en enardecer el odio al contrario enarbolando con ello un ataque a la democracia sin parangón, dada su capacidad de crear disensos de la más baja catadura ética y condición.
Necesitamos alimentar la democracia, pues. Y esto solo puede conseguirse orientando y canalizando las energías que despliegan los ciudadanos cada día en la cosa pública. El ciudadano se forma al participar en las instituciones y en las prácticas de la sociedad, por ello la necesidad de crear nuevas arenas políticas resulta esencial(3), al igual que resulta esencial la educación democrática: una educación que posibilite al individuo con capacidad para verse como proponente de acciones y políticas particulares, no como poseedor de verdades indiscutibles; mientras por otro lado, ese mismo individuo debería tener la capacidad de entender que la democracia tiene límites y que no cabe esperar de ella aquello que no puede darnos, muy especialmente la falsa ilusión de poder hacer feliz al ciudadano, que eso es algo netamente individual y personal.
La democracia es y será siempre un compromiso de deliberación y negociación, lo que por definición exigirá la capacidad de dialogar con los que discrepamos. Y esa capacidad que se define como pluralismo —ya lo hemos dicho— no es innata en los individuos, sino que es el resultado de un proceso de educación democrática en el que hoy, más que nunca, debemos ahondar. Y nos va en ello, ni más ni menos, que nuestro futuro común.
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