NACIONALISMOS - Momentos para discrepar

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domingo, 3 de marzo de 2019

NACIONALISMOS

España somos todos.
Que el nacionalismo español no ha gozado nunca de un entusiasmo pujante; esa es una realidad que ya, en fecha tan temprana como comienzos de los años 20 del pasado siglo, constataba con tristeza el propio Ortega y Gasset. Algo que sin embargo no venía a ocurrir con los nacionalismos catalán y vasco, que al contrario que el español, eran capaces de aunar y movilizar a sus correspondientes pueblos en la idea de constituir nación. Para el filósofo, España se le antojaba invertebrada por una sola razón: la falta de impulso español. O lo que viene a ser lo mismo: en la España de comienzos del siglo XX, no existía un nacionalismo español porque aún no se había logrado una identificación entre el Estado y la Nación ¡Hay que ver las lecciones que ofrece la historia a todos esos actuales oportunistas y exaltados del nacionalismo español!; pues no resulta que en cuestiones de nacionalismo, catalanes y vascos, superan con creces —y con historia— al nacionalismo español.
Y conste que escribo sobre los nacionalismos como ideología, que no del Estado, del territorio, de Reinos, Coronas o feudos. Me ciñó al estricto caso del nacionalismo ideológico; algo que demuestra que en caso del español, éste, históricamente, ha sido, nimio, neutro, y extraordinariamente violento y totalitario cuando se implantó como cuestión de Estado de un ejército golpista y triunfador.
Pero volvamos a nuestro análisis, a tirar del hilo conductor del juicio crítico de los distintos estudiosos para ir construyendo la trama argumental de este artículo de opinión. Bien; pues en la misma línea que Ortega, don Joaquín Costa pensaba que a España se le había pasado el siglo XIX en cosa tan sencilla como desarraigar de su suelo la monarquía absoluta. En lugar de hacer la revolución y cortar cabezas, le hicimos el "caldo gordo" a los monarcas absolutos por "la gracia de Dios". Y en lugar de hacer nación, manteníamos súbditos de la monarquía considerada ésta como el aglutinante político de lo español.
Afortunadamente, en 1898, perdimos de una vez por todas lo que quedaba de aquel Imperio español. Y digo, afortunadamente, porque a esas alturas para lo único que nos servía el Imperio era para enriquecer a financieros e industriales de las altas burguesías vasca y catalana; para oprimir y sojuzgar a las sociedades indígenas y criollas, y por supuesto, para enviar a morir allí a centenares de miles de españoles, analfabetos miserables, pobres muertos de hambre, a los que se sacrificaba sin dolor en nombre de un Imperio, una bandera, y supuesto honor nacional que salvo exigirles su vida y su sangre, ninguna otra cosa les dio: ni alimentos, ni medicinas, ni educación, ni nada por el estilo que pudiera considerarse dignidad.
Perdimos el Imperio, pues, y hubo que rehacer el discurso para configurar el nacionalismo español ya ceñido al estricto espacio del Estado-Nación. Y esto había que hacerlo en competencia con otras identidades nacionales más solventes y compactas que le aventajaban casi medio siglo en ideología y organización.
Los años 20 y 30 del pasado siglo fueron concluyentes en la conformación del nacionalismo español: la dictadura de Primo de Rivera eligió un proyecto autoritario de nación surgido desde el ejército como único ente capaz de imponerlo; mientras que la II República eligió un proyecto liberal-democrático para hacer nación: dos formas diferentes de afrontar la cuestión surgida con el desmembramiento del Imperio español: ¿España se identificaba como una única identidad nacional, o había que aceptar y tratar de gestionar políticamente la existencia de varias identidades nacionales?
De lo que no cabe duda es de que la pregunta resultó capciosa para el Estado totalitario que impuso el dictador Franco tras su triunfo militar. Nada le supuso tanto esfuerzo como el que dedicó a imponer la mono identidad nacional en todo el territorio español: literalmente exacerbó tanto el nacional-catolicismo que acabó por hacer del nacionalismo español la ideología del régimen.
Y aquí tenemos la auténtica razón del momento actual: desde la época de la Transición, la mayor parte de las fuerzas políticas que conformaron el pacto constitucional evitaron cuanto pudieron vincularse al nacionalismo español. Es éste, precisamente, uno de los rasgos más notables de la Transición: por un lado la recuperación de la idea de España como nación política; y por otro la renuncia al nacionalismo español ideológico: un equilibrio que hasta los inicios del siglo actual ha sido capaz de acomodar en un sentido de integración las diferentes identidades nacionales del Estado español. Se comprende perfectamente, pues, como en el momento actual del resurgir de los nacionalismos —tanto español, como vasco y catalán—, la "bestia negra" a destruir sea el pacto constitucional de la Transición. Y en ello están, los unos y los otros… Qué pena da.

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