CULTURA Y GENEROSIDAD - Momentos para discrepar

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viernes, 10 de mayo de 2019

CULTURA Y GENEROSIDAD

Quizá una de las pocas cosas comunes que los españoles comenzamos a tener en cuestiones de política sea la profunda desafección que nos provocan los políticos; un desapego que podría reflejarse en un amplio arco que oscilaría entre el asco y la repugnancia en un extremo, hasta la indiferencia y la distancia en el otro. Porque a la postre y al parecer de una gran parte de la masa social: "todos son iguales" —decimos con demasiada asiduidad—, y eso aún en el caso de situarnos en el arco extremo de la mejor acepción.
PACTOS POLÍTICOS
Cultura y generosidad para pactar políticamente
Lo que nos llevaría a preguntarnos el porqué de que hayamos llegado a tan mala opinión. Y no han de faltar los doctos analistas que desde argüir que la poca solera democrática —cuarenta años de democracia apenas es un suspiro en la historia del país—, la falta de cultura política, junto con un sistema de partidos que consolidó la primacía del bipartidismo —con lo que ello conllevó de ejercicio omnímodo del poder, falta de democracia interna y autocrítica—; todo ello en conjunto, serían los elementos esenciales que hicieron posible la idea de que todo está bien y que aquellos que no toleran estas prácticas es porque están contra del sistema o son elementos marginales que se sitúan frente a él.
Lo que nos conduce, a posteriori y como colofón, a clamar por una supuesta regeneración democrática que obvia el hecho de que con ello lo que aceptamos es que "sabemos que hay corrupción y que algunos políticos son corruptos, pero no es la tónica general". Esto es, parece como si fueran cosas inevitables que llegadas a determinado nivel habría que corregir, pero poco más porque en esencia "España va bien". Y con esas convicciones, los políticos siguen instalados en sus propias verdades sin que parezca importarles la crisis de Estado que atravesamos, ni los efectos de sus políticas económicas y sociales, ni los no menos graves de la inestabilidad y falta de credibilidad en un sistema político que resulta incapaz de entenderse y agruparse ante un programa de Estado idóneo, no ya para regenerar a los degenerados, sino de mandarlos al limbo de donde deben estar —fuera de las instituciones y de la vida política, al menos en los próximos años—, para ser capaces de coincidir en un nuevo modelo apto para conciliar política y economía por encima de siglas y de ideologías.
Porque en estos momentos a la gran masa social nos ha de bastar ¡Qué remedio! con ser y sentirnos demócratas, ciudadanos libres no sólo respetuosos con la Ley, sino preparados para actuar en aquellos resquicios donde la ley no alcanza; capaces de mostrar y exigir decoro y dignidad, de comprender y actuar frente a tanta indecencia e injusticia como ha creado la maldita política de la austeridad. Una política que a corto plazo sólo ha conseguido aumentar las diferencias sociales e incrementar enormemente el paro laboral, mientras que de continuar a más largo plazo, lo único que conseguirá será suponer un lastre atroz al crecimiento global sencillamente porque disminuye e hipoteca los ingresos fiscales, lo que abocará inevitablemente en que la deuda crezca más.
Así que basta ya. El partido ganador en las últimas elecciones deberá alcanzar un pacto, un acuerdo de gobernabilidad por encima de limitaciones ideológicas, pasiones y rencores personales. Y ese acuerdo cabe y puede ampliarse de forma incluyente al objeto de afrontar los grandes retos constitucionales, económicos y territoriales que vamos a tener que salvar. Y eso es posible, ciertamente. Sólo hace falta un poco de cordura, sentido de Estado y altura intelectual. Y si ha de sacrificarse en ello algún ego personal, pues ahí es donde radicaría aquello de la ética y la moralidad en las vocaciones de servicio público. Aunque a estas alturas pienso que hay tan pocos políticos capaces de ceder, dialogar y pactar, que no sé, no sé, si al final lo van a lograr.

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