LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA Y EL TEJIDO CACIQUIL EN LA PROVINCIA DE CIUDAD REAL

El pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, fue típicamente decimonónico: un general con ínfulas políticas, vinculado de hecho con la élite dirigente del país, afirmaba su deseo de sustituir al gobierno, no mediante un derramamiento de sangre —hubiera provocado una Guerra Civil— sino mediante una especie de forcejeo psicológico. Para completar la descripción, Primo de Rivera, enunció someramente su programa en un manifiesto vacuo de soluciones concretas, pero que concordaba perfectamente con el espíritu regeneracionista de principios de siglo: “Españoles: ha llegado el momento más temido que esperado (...) de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando a la Patria no ven para ella otra salvación que libertarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso...”.

Miguel Primo de Rivera

Lo cierto es que, guste o no, el pronunciamiento de Primo de Rivera cuya preparación había sido tan poco secreta como cabía de esperar de una personalidad como la suya, fue recibido no sólo bien, sino incluso entusiásticamente. El gobierno de concentración liberal mostró una actitud pasiva y se defendió de forma puramente formal. Futuros dirigentes del régimen que nacería en abril de 1931, mostraron su asentimiento ante el golpe de Estado (Alcalá Zamora), mientras que los socialistas permanecían en una expectativa a corto plazo beneficiosa para Primo de Rivera. Incluso los intelectuales que leían y escribían en El Sol mostraron igualmente una benévola expectativa. La opinión pública respondió al pronunciamiento con un entusiasmo sólo comparable al que más tarde acogería el advenimiento de la República.

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