NÁUFRAGOS EN RUIDERA - Momentos para discrepar

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sábado, 1 de junio de 2019

NÁUFRAGOS EN RUIDERA

Un cruce de caminos en el que tres hombres confluyeron frente a un desastre ecológico; como tres náufragos en medio de ese desierto que ha sido y sigue siendo el medio ambiente en el páramo manchego. Las prácticamente fenecidas Tablas de Daimiel; las sobreexplotadas Lagunas de Ruidera, las veinte mil hectáreas de zonas húmedas desaparecidas en la Mancha...
Náufragos en Ruidera surgió así, como memoria y testigo de esa lucha y ese encuentro, pero también como medio de expresión de unos valores y una convicción: la de que no todo progreso es verdadero "progreso"; que culpable no es solo el que realiza el mal, sino también el que lo silencia, y que a pesar de todo, siempre vale la pena luchar. Ese ha sido el intento. Si lo he logrado o no, eso ya es otra cuestión.
NÁUFRAGOS EN RUIDERA
Ruidera: entre Tomilla y Conceja
Náufragos en Ruidera; testimonio de una causa por la que aún vale la pena luchar.

Razones para leer la obra:

Una manera diferente de adentrarse y conocer la Mancha Húmeda, sus ecosistemas, su problemática y su negligente gestión.
Una historia personalizada de tres vidas diferentes unidas casualmente en la defensa del sistema ecológico manchego y de los problemas derivados de su gestión.
Una exposición de valores medioambientales y ecológicos surgidos desde el amor al paisaje, la experiencia de vida y el compromiso y la implicación.

Reseña del autor:

Mariano Velasco Lizcano nació en Alcázar de San Juan (Ciudad Real). Es Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha realizado, así mismo, múltiples cursos universitarios en el área de Medio Ambiente y la Educación Ambiental.
Ha participado activamente en el movimiento ecologista, centrando sus preocupaciones en el ámbito territorial del Alto Guadiana y la problemática hídrica inherente a los acuíferos manchegos. Fundó en 1992 la Asociación Ecologista para la Defensa del Acuífero 23 (AEDA 23), y fue cofundador en el año 2002 de la Asociación “Ojos del Guadiana Vivos”.
Premio Periodístico Nacional “Salvad Las Tablas” año 2000, ostenta, así mismo, muy diversos galardones obtenidos en más de un centenar de concursos literarios, modalidad de cuento, narrativa breve, artículo periodístico y ensayos de ecología y educación ambiental. Desarrolló su Tesis doctoral bajo el título de “100 años en el desarrollo de la Cuenca Alta del río Guadiana: 1898-1998”, trabajo que obtuvo el Premio de Investigación a Tesis Doctorales del Consejo Económico y Social de Castilla La Mancha, año 2004. Actualmente desarrolla una intensa actividad como escritor, conferenciante, ponente y divulgador de temas relacionados con esta problemática ecológica y social.

A modo de introducción

Cuando decidí escribir esta obra no tenía muy clara cuál era mi intención. Sabía que quería glosar la figura de un hombre y un amigo al que la vida había hecho sufrir por circunstancias ajenas a él. Porque éste hombre ha sufrido, y sigue sufriendo, por la mera cuestión de querer salvaguardar un paraje natural del impulso depredador de un "progreso" posmoderno. De ecologista le tildaron; y cual ecologista le conocí, inspirando de inmediato en mí casi la misma pasión que anidaba dentro de él, en su pensamiento y hasta en lo más hondo de su corazón.
Nació Salvador Jiménez, que así se llama mi amigo, en la aldea de Ruidera, al pairo de las lagunas del mismo nombre. Junto a ellas creció, y junto a ellas está decidido a morir cuando llegue su día y ocasión. Pero mientras tanto decidió que merecía la pena vivir sobrellevando la gran causa de defender sus lagunas, su integridad y conservación. Y no ha sido tarea fácil, no.
Por eso yo sabía que quería escribir un texto que pudiera componer como una especie de homenaje a Salvador. Y que quería hacerlo ahora, en vida, cuando él pudiera leer lo que otras personas opinábamos del valor de su lucha sin cuartel. Pero ha sido complicado hilvanar el hilo de la cuestión.
Los problemas surgieron nada más comenzar. Porque me di cuenta de que para poder presentar a Salvador ante los ojos del futuro lector, lo primero que tenía que hacer era situarlo en un contexto. Y esto no lo podía lograr sin abarcar mi propia trayectoria anterior: un recorrido de años en los que también habría de aparecer la semblanza de otro hombre especial: don Julio Maroto; ambos auténticos mentores de mi propia trayectoria personal.
Así que, contra todo lo que me había propuesto en un primer momento, el hacer literario me llevó hasta un cruce de caminos en el que tres hombres confluyeron: don Julio Maroto, Salvador Jiménez, y un servidor; como tres náufragos en medio de ese embravecido y herido desierto que ha sido y sigue siendo la cuestión del medio ambiente en el páramo manchego. Náufragos en Ruidera surgió así, como el título adecuado para la cuestión.
La tarea daba para mucho y para largo. Pero no ha sido esa la cuestión. Porque en realidad, tras ver donde nos ha llevado el desarrollo de la historia, de lo que verdaderamente se ha tratado ha sido de bosquejar, de exponer en unas cortas páginas, la historia de un pensamiento y unas convicciones: que no todo progreso es verdadero "progreso"; que culpable no es solo el que realiza el mal, sino también el que lo silencia; y que a pesar de todo, siempre vale la pena luchar. Valores en el común de unos hombres —tres náufragos— que de forma casual y casi irreverente coincidieron en ellos.
Transmitir estos valores, pues, ha sido mi verdadera intención, además, claro está, de divulgar la sucinta historia ecológica de la destrucción ambiental que se perpetró sobre los acuíferos manchegos y sus emblemáticos espacios naturales: Tablas de Daimiel y lagunas de Ruidera. También glosar la figura de esos dos hombres, Julio Maroto y Salvador Jiménez que tanto me apoyaron en la cuestión. Si lo he conseguido o no, eso ya es otra cuestión.

A modo de epílogo

El Plan especial del Alto Guadiana no cambió las cosas, pero influyó extraordinariamente en mi vida. Fue como una poderosa visión materializada; una herramienta en nuestras manos para hacer aquello que creíamos que teníamos que hacer. Al menos así lo veía yo.
Su muerte política y su defenestración social supuso en mi pensamiento un punto de inflexión: la convicción de que había perdido aquella "guerra" que iniciara dos décadas atrás. Por el camino habían quedado muchas cosas; era como si aquella mochila que un día llenara de ilusiones, convicciones, esperanzas y esfuerzos, aquella que cargara sobre mis espaldas, hubiera resultado demasiado pesada, obligándome a ir vaciándola a lo largo del camino. Y así en un tramo quedaron las ilusiones, en otro las esperanzas, hasta que al final, cuando miré en su interior, resultó que ya no quedaba nada. Como un ser vacío me encontré.
Pensé entonces que ya no valía la pena nada; que los pueblos y sus gentes recibían siempre lo que merecían, que era un error intentar cambiar las cosas. Al fin, aquello que tanto me preocupó, el medio ambiente del Alto Guadiana, a nadie le importaba nada ¿Por qué debía preocuparme a mí?
Debió de pasar el tiempo, varios años de alejamiento del modo de vida que durante décadas condicionó mi hacer. Me alejé de todo aquello que pudiera relacionarse con el medio ambiente en la Mancha; dediqué toda mi atención al hacer literario, aquella otra pasión que desde muy temprana hora forjé, y así pude tener la sensación de que a pesar de los pesares, aún tenía causas por las que vivir.
Pero al final resultó no ser suficiente. Porque el vacío que dejara el fracaso del PEAG aún permanecía en mí. Perdido anduve, pues, hasta que poco a poco, a fuerza de reflexionar, retorné a los orígenes. Y si bien ya no pude encontrar a don Julio Maroto, si volví a encontrarme con Salvador. De su propia boca tuve que escuchar las muchas dudas que le había suscitado mi actuación. Tantas que dudé: ¿Me había equivocado?... Aún hoy no lo sé.
Y aquí estamos de nuevo; como dos supervivientes de aquel naufragio de lo que pudo ser y no fue; "bregando", como diría Salvador, en ese viejo tema que ya parece haber perdido todo su interés. Y es que en el fondo, con el tiempo envejecimos, y pudiera ser que tanto Salvador como yo mismo, seguimos aferrándonos a los restos de ese naufragio como si fueran nuestra única tabla de salvación.

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