VOLVER A LAS TABLAS - Momentos para discrepar

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domingo, 27 de octubre de 2019

VOLVER A LAS TABLAS

Fue hace tan solo unos días. Quería enseñarles a unos amigos el paraje, el parque nacional que durante mucho tiempo ocupara una gran parte de mis cuitas y preocupaciones. Lo tenía bien pensado; una visita al centro de interpretación, un paseo por esas rutas y pasarelas, un pequeño descanso en el bosquecillo de tarayes, la contemplación de los masegares, el agua, las anátidas…
VOLVER A LAS TABLAS
Idealicé el paseo quizá porque deseaba olvidar lo mucho que durante estos últimos años me había separado de él. Así que me preparé mentalmente el discurso, las explicaciones que les iba a dar: dos ríos, el Guadiana naciente en sus Ojos, de aguas dulces; el salobre Gigüela, la planicie, los molinos de agua que represaban el caudal, aquellas Tablas que fueron y ya nunca serán como causa y consecuencia de un acuífero esquilmado en aras del “progreso” y la modernidad.
Y las “soluciones” arbitradas: pozos en batería, trasvases desde el acueducto Tajo-Segura, presas “ecológicas” como Puente Navarro, puentes cegados como Molemocho para evitar que el agua encharcada, cuando la hay, corra hacia atrás; y por último esa faraónica obra del tubo Tajo-La Mancha a fin de conseguir que el agua desviada a golpe de grifo llegara hasta el lugar y no se la tragara el acuífero en su recorrido a través del reseco lecho del Gigüela. En fin, un encharcamiento artificial que aún seguimos manteniendo como parque nacional para vergüenza y oprobio de todo aquello que se precie de llamar, naturaleza y conservación.
¡Sí!; ese era el discurso que tenía preparado y que sin embargo no les pude contar, anonadado como quedé con la visión que presentaba el parque en el momento de llegar. Porque aquello que tenía ante mis ojos, era cualquier cosa, menos un humedal.
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¿Qué hacían por allí centenares de turistas recorriendo con sus guías aquel inmenso secarral?
Sentí entonces una enorme desazón ¿qué les explicarían a sus clientes? ¿Qué les dirían? Porque allí no había nada que ver, nada que observar, nada que sentir, salvo el nefasto silencio de un cementerio ecológico que algún día fue el más importante humedal de este país.
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Abrasaba el sol mientras caminábamos por esas pasarelas rodeadas de carrizos: olía a muerte y putrefacción. Me quedé sin argumentos, no podía ni hablar, nada salía de mi boca ni de mi corazón, salvo pedir disculpas por tamaño desacierto de elección. ¿Cómo era posible? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —me dije mientras observaba los pívots de riego pululando en derredor—. Luego pensé en la gran estafa que supone para esa multitud de visitantes que atraídos por los reclamos de la propaganda, hacen centenares de kilómetros para venir a visitar uno de los últimos bastiones de la Mancha Húmeda, y que luego, en realidad, se vienen a encontrar con un desierto en vez de un parque nacional.
Creo que hacía ya tiempo que no había sentido tanta vergüenza ajena. Hasta que luego, al salir, pude ver a devotos representantes de una importantísima ONG medioambiental vendiendo las bondades de esa almacabra a sus potenciales “clientes”... ¿Qué les contarán?
Pues espero que les cuenten la verdad. Total, para lo que queda de sostener el “chollo”… Pues eso, mejor un poco de dignidad.

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