LA COLMENA - Momentos para discrepar

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lunes, 14 de octubre de 2019

LA COLMENA

Volver a las viejas lecturas siempre resulta apasionante: repasar los anaqueles, leer los títulos en esos lomos que parecían olvidados, tomarlos, hojearlos, volverlos a su sitio sin otra razón que la mera indecisión sobre aquello que quieres volver a leer… Porque eso es lo que tiene la meditada decisión de releer una obra; que ahora conoces muy bien la razón que te lleva a volver sobre tal o cual título; obras que en un principio se pudieron leer por mil motivos diferentes: obligaciones escolares, préstamos de amigos, éxitos editoriales, regalos, y quien sabe cuántas otras razones más. Por eso, cuando se elige releer un texto, es porque existe alguna poderosa razón, lo que suele añadir a la lectura el placer inmenso de volverla a saborear.
LA COLMENA
Portada libro
Sin embargo, algunas veces —y digo tan solo eso, algunas veces—, te encuentras de nuevo con un libro del que lo único que recuerdas con exactitud es que no te gustó ¿qué hago con esto en la mano? —te preguntas— ¿Seré capaz de volverlo a leer?
Pues esto es lo que me ha venido a ocurrir con La colmena, de Camilo José Cela, una obra que cuando la leí por primera vez me aburrió tan soberanamente que me predispuso a no volver a leer ninguna otra obra del autor.
Luego, con el paso del tiempo, pude ver la versión cinematográfica realizada por el genial Mario Camus, y entonces todo aquel deslavazado tropel de personajes tomaron vida en mi mente para configurar el mosaico social que quiso reflejar el escritor. De modo que volví a leerla, pero para entonces, su autor, hombre que se prodigaba cuanto podía en las pantallas de televisión, me provocaba tal aversión que me imposibilitó de nuevo apreciar la obra. De Camilo José Cela repudiaba casi todo: su orgullo, su vanidad, su prepotencia, su mirar por encima a todo ese “populacho” que formaban sus lectores. Y luego, aquel patético cantar las cuarenta a cuanto se le ponía por delante, apreciando siempre la paja en el ojo ajeno. Así que de nuevo La colmena volvió a pasar por mis ojos sin más pena ni gloria. Desde entonces acumuló polvo en la estantería.
Sin embargo, y como contraposición a esas lecturas que ahora hago, autores nóveles y autopublicados a los que sigo en busca de nuevas perspectivas y quizá de nuevos valores; ahora, repito, una nueva lectura de La colmena la ha posicionado como en otra dimensión hasta el punto de hacerme pensar: ¡Vaya literatura!¡Qué manera de saber hacer!
Camilo José Cela nació en Iría Flavia, parroquia del municipio de Padrón, allá por el año de 1916. En 1925 la familia se trasladó a Madrid y cursó estudios con escolapios y maristas, siendo expulsado de ambas instituciones. Afectado de tuberculosis, en 1931 ingresó en un sanatorio del Guadarrama, donde desarrolló un hábito lector insaciable. En 1934, con ayuda de profesores particulares, superó los exámenes de estudios secundarios, e ingresó en la facultad de Medicina de Madrid, aunque dedicaba más tiempo a asistir a tertulias literarias que a formarse como futuro doctor. Estalló la guerra, y huyó de la capital. Confraternizó con los sublevados; y siendo alistado como artillero, fue herido de guerra, motivo por el que ya no volvió al frente. Al acabar la contienda regresó a Madrid, aunque ya no volvería a la facultad. Vivió de sus afinidades y peloteos con el Régimen, hasta que en un golpe de suerte, en 1942, consiguió publicar La familia de Pascual Duarte, lo que ya le permitió vivir y consagrarse a la literatura como profesión.
Es La colmena una obra compleja en su hacer. La publicó en Buenos Aires, en 1951, al no superar los cánones de la censura, y hubo de esperar hasta 1963 para poder ver la primera edición española.
La trama se centra en el Madrid de la posguerra, año 42 ó 43, de la pasada centuria, y se desarrolla durante tres días a través de las pequeñas historias de unos trescientos personajes que, como en una colmena, van entrelazando sus sórdidas vidas; cercanos, pero a la vez separados unos de otros por esas celdillas sociales fraguadas con la impotencia y la tristeza de unas vidas sin esperanza ni sentido, llenas de silencio y miedo. Porque, Cela, elige fundamentalmente a la clase social desfavorecida o más desfavorecida en contraposición de unos cuantos ricos y opulentos.
Sobresaliente el autor en el manejo de los diálogos a través de los cuales perfila a los personajes sin profundizar en ellos; unos personajes que no pueden desprenderse de ese tufillo del desprecio humano que caracterizaba al escritor: gentes mediocres, de baja talla moral, vulgares, a menudo despreciables; una imagen de la época y de la visión humana o más bien, (des)humana del propio autor.
En resumen, una obra genial, si no maestra, que ahora sí, ahora me ha dejado el aroma a literatura y el sabor a buen oficio que en otros momentos fui incapaz de apreciar.

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